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Etchebarne es un economista, director ejecutivo de la Fundación Libertad y Progreso (que se considera la usina del pensamiento liberal en Argentina) y profesor de universidad privada. Como vocero del neoliberalismo extremo, repite los mitos propios de su concepción ideológica, sin importar los hechos históricos ni los datos objetivos.
Dice (“Pulso”, suplemento del diario “Río Negro”, 3-10-21): “El país vive una decadencia desde hace 7 u 8 décadas, que se aprecia principalmente en la economía”. Repite el mito de que hasta la llegada del peronismo al poder (1946, hace justo 75 años), se vivía un clima de armonía, libertad y desarrollo interrumpido por la llegada del populismo al poder.
Como sostuvo Aldo Ferrer en 1985, con este mensaje la ortodoxia dice: “exportemos productos primarios y restablezcamos las bases tradicionales del crecimiento imperante hasta la crisis del treinta. Con esa propuesta, a la Argentina le sobran 2 millones de kilómetros cuadrados y 20 millones de habitantes.”
En realidad, en el período 1900-1945 hubo un crecimiento a una tasa promedio del 3,7% anual, pero esa tasa esconde fuertes oscilaciones debido a la alta dependencia de la economía argentina respecto a sus exportaciones, que variaban según los ciclos económicos y políticos del centro. Además, en ese período la población creció a una tasa del 2,6% anual, por lo que el crecimiento por habitante fue de un módico 1,1% anual, con una alta concentración del ingreso en manos de los terratenientes de la pampa húmeda, esos que pasaban muy pocos meses en Buenos Aires, el verano en la estancia y el invierno paseando por Europa y gastando a menos llenas el dinero que recibían sin trabajar y que dio lugar al mito de la “riqueza argentina”, mientras que para el grueso de la población nada cambiaba.
Tampoco es verdad que desde 1946 la política económica estuviera dominada por el “populismo”. Lo cierto es que hasta 1975, a pesar de los cambios políticos, primó, en general, el apoyo a la industria (incluso durante el período encabezado por Onganía, que representó un gran retroceso en los aspectos educativo y social). Luego, en 1976, se instauró en Argentina una de las primeras experiencias neoliberales del mundo, con Videla-Martínez de Hoz y que terminó con la crisis de la deuda externa y de toda la economía, de forma que en los hechos (y con amenazas de golpe militar) condicionaron los 6 años de Alfonsín. Hasta que en 1989 en que comenzó la experiencia de Menem y Cavallo de la “convertibilidad” y que terminó con la crisis del 2001. Las consecuencias políticas fueron, entre 2003 y 2015, los gobiernos kirchneristas.
Es decir, a grandes rasgos podemos decir que la política económica argentina desde 1946 tuvo una orientación de protección y desarrollo industrial (lo que Etchebarne denomina “populismo”) hasta 1975 y, luego, desde 2003 al 2015 (en total 42 años), mientras que no existió “populismo” en los restantes 31 años, incluyendo, en estos últimos, a las tres administraciones neoliberales.
Lo interesante es que durante los 42 años “populistas” el producto por habitante creció a una tasa promedio del 2,64% anual, mientras que en los restantes años (hasta la llegada del kirchnerismo) lo hizo aproximadamente al 1%. El primero más que duplicó al segundo. Y a ese resultado hay que sumarle el resultado de los 4 años de Macri (en que el producto cayó 4%, lo que significó una pérdida del 8,1% del ingreso promedio por habitante).
Es decir, el mito de la Argentina próspera hasta 1946, que con la llegada del populismo al poder entró en decadencia, no tiene ningún asidero histórico; a lo sumo podría suponerse una responsabilidad compartida, ya que en el período estuvieron las tres experiencias neoliberales, que terminaron del mismo modo: destrucción de la industria y del trabajo nacional por la apertura al comercio mundial, aumento explosivo de la deuda externa, fuga de capitales e inflación y crisis con aumento de la desocupación y la pobreza.
Por el contrario, los hechos parecieran dar razón a una tesis opuesta a la liberal: el desarrollo económico que implica la industrialización del país no pudo madurar por las continuas interrupciones del proceso (tanto por vía militar en 1976, como electoral en 1989 y en el 2015) con políticas liberales que se aplicaron y fracasaron, pero que interrumpieron e hicieron retroceder en el proceso de industrialización. La frustración argentina proviene de eso, de haber quedado a medio camino su desarrollo industrial. Cual moderno Sísifo (aquel que, según la mitología griega, fue condenado a empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, al llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el proceso), Argentina pareciera condenada a reiniciar una y otra vez su proceso de modernización industrial.
Por otro lado, los neoliberales actuales ahora pretenden desconocer o, al menos, de las experiencias de Videla-Martínez de Hoz, la de Cavallo y el gobierno de Macri, creando un nuevo mito: el carácter novedoso y revolucionario del liberalismo económico (tal como le place presentarse a Milei y algunas figuras del Pro). Dice Etchebarne: “La convertiblidad fue un programa tremendamente exitoso (!) … El período culminó efectivamente con tensiones. Pero el primer punto del Consenso de Washington era equilibrio fiscal. Y la verdad es que no se cumplió con este punto. Entonces el problema no son las ideas que se aplicaron, el problema es que justamente no se aplicaron”.
Es decir, para él no fracasó el neoliberalismo sino el que la dosis de neoliberalismo aplicada no fue suficiente. Lo que le permite decir que, en la próxima, la cuarta experiencia (y no la tercera, como dice el refrán) será la vencida.
Dice María Esperanza Casullo (Le Monde Diplomatique, setiembre 2021): “Los últimos intentos por demostrar la superioridad programática del liberalismo en el poder terminaron en frustraciones político-electorales; la rigidez de las ideas económicas vuelve casi imposible de procesar esas frustraciones en una verdadera autocrítica y una revisión programática profunda. Si cada experiencia es enteramente novedosa, se puede apostar acríticamente a que ahora sí, esta nueva encarnadura saldrá bien”.
Cabe recordar las palabras de Albert Einstein, que la locura consiste en hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.
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