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El peronismo había ganado las elecciones y el 25 de mayo de 1973 asumió como gobernador de la provincia Mario Franco. El ministro de Asuntos Sociales y responsable político del área de salud fue Alberto Pawly, portador de una fuerte convicción de transformar el sistema sanitario.
Eran tiempos en que la posibilidad de crear una sociedad con justicia social plena estaba a la vuelta de la esquina. Al menos eso creían muchos en ese momento y para lograrlo pusieron manos a la obra.
Pawly estaba acompañado por el Dr. José María Iglesias, el Dr. Julio Genoud, y convocó a los doctores Alberto Dal Bó y Alberto Ostrowski, dos médicos responsables de una experiencia renovadora en la gestión hospitalaria, la de los “hospitales de reforma”, un modelo de hospital de calidad y eficientes, en tiempos que se consideraba al hospital público como un servicio “de segunda” o para “los pobres”.
No importaba el signo político con el que simpatizaran los convocados. La única exigencia a quienes se transformarían en diseñadores, los conductores y otros protagonistas del proyecto, fue un compromiso con la salud pública y una medicina de excelencia para el pueblo rionegrino.
Cuentan que durante la primera conversación entre Pawly y Dal Bó, ante la magnitud de las responsabilidades que se le estaban delegando, este último confesó: “pero mire que yo no soy peronista”; “usted no se preocupe y dedíquese a lo que sabe, que para peronista estoy yo”, fue la contundente respuesta del ministro.
El programa de Salud Pública comenzaba así: “Asegurar el ejercicio del derecho inalienable a la salud, a través de una medicina integrada, humanizada y gratuita, con activa participación de la población, incorporando la ciencia y la técnica médica al quehacer del Pueblo, todo ello como herramienta para la conquista definitiva de la justicia social. Por ello iniciará un proceso de planificación que reformará las actuales estructuras y asegurará la accesibilidad igualitaria del pueblo al Hospital Público, que será adecuado en su capacidad instalada y recursos humanos para aumentar su eficiencia en cantidad y calidad de prestaciones de salud gratuita, igualitarias, integradas, oportunas y continuas”.
Para lograr este objetivo, las entrantes autoridades no se resignaron a usar lo más eficientemente posible el presupuesto -habitualmente magro e insuficiente- que se les asignaría. Se realizó un relevamiento minucioso de las necesidades sanitarias del territorio: calcularon, según la población, la cantidad de consultas, de estudios médicos, cirugías y toda otra práctica que fuera necesaria para convertir el derecho a la salud en una realidad concreta.
Recién entonces diseñaron el presupuesto correspondiente.
También serían necesarias leyes nuevas: estas fueron redactadas, discutidas con todos los sectores políticos, y aprobadas por unanimidad en la legislatura provincial. Fue grande en esta tarea de lograr consensos el aporte del joven legislador Ariel Asuad.
Este desafiante Plan de Salud necesitaría nuevos profesionales: se realizaron concursos para ocupar los cargos creados, convocando para integrar los jurados a los mejores especialistas del país en cada especialidad (Carlos Giannantonio en pediatría, Alfredo Lanari en clínica médica, Armando Mendizabal en tocoginecología, Juan Carlos Olaciregui en cirugía, entre otros). La convocatoria fue exitosa: se logró atraer a la provincia profesionales con excelente formación provenientes de todo el país e incluso algunos que en ese momento vivían en el exterior.
¿Por qué fue innovador el Plan de Salud?
Primero, porque propuso la vigencia en todo el territorio provincial del derecho a la salud; en segundo lugar, buscó asegurar el acceso a una medicina moderna, humanizada y gratuita; y por último, promovió la participación activa de todos los sectores provinciales a fin de desarrollar la pertenencia de los programas de salud en toda la población.
Los cambios propuestos fueron transformadores y sus efectos en la población inmediatos: la atención en los hospitales -que hasta entonces solo se realizaba por la mañana- comenzó a ser de mañana y tarde. Los médicos abandonaron los límites que les imponía la arquitectura hospitalaria para extender la atención en los barrios, en los parajes y en cada rincón donde fueran necesarios sus servicios. Los cargos médicos dejaron de ser part-time (muchos médicos trabajaban a la mañana en el hospital y a la tarde en su consultorio privado) sino de dedicación completa y exclusiva al servicio de la salud pública con sueldo dignos. Se crearon residencias médicas para formar profesionales adaptados a las realidades propias del territorio local. Se equiparon los hospitales con las nuevas tecnologías disponibles. Se crearon escuelas de enfermería dirigidas por enfermeras universitarias.
El trabajo de base cara a cara era uno de los pilares esenciales del Plan que querían construir. La población reconoció los beneficios del Plan de Salud y se volcó masivamente a atenderse en los hospitales públicos que se transformaron en el lugar de atención y referencia médica no solo de los sectores económicamente postergados, también lo era de amplios sectores de clase media: respecto al año 1972, las consultas aumentaron un 9% en 1973, un 88% en 1974, y un 122% en 1975.
Es justo decir que ciertos actores del sector privado de la medicina se opusieron ferozmente al Plan de Salud desde su inicio, al que veían como una competencia para sus “negocios”. Las políticas implementadas por la dictadura a partir de 1976 que desmantelaron el plan de Salud contaron con el entusiasta apoyo de estos personajes.
Ese sueño de un puñado de funcionarios y decenas de médicos y médicas, enfermeras, trabajadoras sociales, bioquímicos, odontólogas, farmacéuticos y otros profesionales de la salud duró apenas algo más de dos años, un tiempo relativamente corto que, sin embargo, sirvió para cambiar para siempre la realidad sanitaria de nuestra provincia.
Esta reseña no puede terminar sin los nombres (lista incompleta, pido disculpas) de quienes fueron en Bariloche protagonistas de la etapa histórica recién descripta. A muchos se los persiguió, sufrieron atentados, hubo quienes estuvieron presos y quienes debieron exiliarse con sus familias en países lejanos por su compromiso con la salud pública. Todos ellos y ellas están en el recuerdo, con el respeto y el amor de quienes fueron -o son aún- sus pacientes: Antonio Cappelari, Marta Bronstein, Alicia Reyes, Raimundo Guthmann, Emilio Feliu, Marta Luzzato, Luis Caride, Emilio Marpegan, Nelly Dualde, Juanita Diaz, Marta Olivera, Julia Willinton, Antonio Chiocconi, Estela Delpech, Jorge Nicolini, Luis Samengo, Alejandro Libkind, Beba Fainstein, Ciro Sosa, Marisa Fratti, Luis Chamizo, Agustín Penas, Susana Rodriguez, Dorita Gallardo, Hipólito Maliqueo, Cuchi Gonzalez, Maria Huarte, Nelly Martin, Yolanda Fuentes, Raquel Benavidez, Hernán Bachiller, Matilde Kunzle, Manuel Galeano, Matilde Ferrecio de Despontin y Augusto Despontin.
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