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14/02/2021

Neoliberalismo y democracia

Neoliberalismo y democracia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El “nosotros”, las instituciones colectivas de bien común, hasta los sindicatos, entran en crisis frente al individualismo exacerbado. La verdadera opción que se presenta a la sociedad contemporánea es democracia o neoliberalismo, ya que ambos son incompatibles.

Humberto Zambon

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El primer liberalismo, el que se remonta a la Europa del siglo XVIII, es ajeno a la democracia. Voltaire, por ejemplo, sostenía que el egoísmo es el motor de la conducta humana; los liberales eran individualistas, dando prioridad a la defensa de los derechos personales como la libertad personal (que sólo debía ser restringida para conservarla), la seguridad y la propiedad. Como consecuencia de la arbitrariedad de las monarquías de ese tiempo, desconfiaban de la presencia del Estado. Siguiendo a Locke, consideraban que inicialmente el hombre vivía en absoluta libertad con el uso irrestricto de sus derechos naturales y que, para resguardarlos, constituyó la sociedad civil con un gobierno en el que delegó expresamente parte de sus poderes. Pero aquellos poderes no delegados continúan siguen siendo de los individuos, por lo que el Estado no puede avanzar sobre ellos.

Por su parte, la democracia moderna tiene su origen teórico en Rousseau (1712-1778) que en su obra “El contrato social”, al igual que Locke, suponía la existencia de un estado natural original donde, a diferencia es este último, allí existía la igualdad y no se conocía a la propiedad privada; este estado idílico se rompió cuando algunos pretendieron apoderarse de bienes; entonces los hombres, en defensa de sus derechos, hicieron un contrato social por el cual se sometieron a las decisiones colectivas tomadas por mayoría. Es decir, para los liberales el hombre mantiene todos los derechos no delegados expresamente y ninguna decisión mayoritaria puede afectarlos; para Rousseau la soberanía, que es indivisible, ha sido delegada en la sociedad civil y el hombre debe acatar las decisiones mayoritarias, aunque vayan en contra de sus intereses.

Los liberales eran elitistas; desconfiaban de las masas incultas y de las posibles mayorías populares; su ideal de gobierno se encontraba en la monarquía constitucional y con representaciones elegidas mediante el voto cualificado.

Por ejemplo, los hombres que hicieron la Argentina moderna en la segunda mitad del siglo XIX eran profundamente liberales, pero nada democráticos. Así, en la elección de Sarmiento como presidente, sobre doscientos mil habitantes que tenía Buenos Aires votaron unos quinientos; otro ejemplo: Tomás Eloy Martínez en su libro “El sueño argentino” cita una nota editorial de “La Nación” (el órgano periodístico típico del liberalismo de la época) de junio de 1888, que acompaña un artículo de José Martí sobre la elección en Estados Unidos, que dice “Únicamente a José Martí, el escritor original y siempre nuevo, podía ocurrírsele pintar a un pueblo, en los días adelantados que alcanzamos, entregados a las ridículas funciones electorales, de incumbencia exclusiva de los gobiernos en todo país paternalmente organizado”. La participación popular en la elección de autoridades era un fenómeno inaceptable para los ciudadanos “bien pensantes”.

Sin embargo, el liberalismo político y el ideal democrático han confluido a partir del siglo XX.

El neoliberalismo es el heredero del liberalismo económico, pero no del liberalismo de los derechos humanos ni del que convergía con la democracia. Por el contrario, resulta, tanto por su origen como su concepción, enfrentado a la democracia.

No hay que olvidar que su primera experiencia, la de los “Chicago’s boys, fue con Pinochet y continuó con las otras dictaduras de ese tiempo en Latinoamérica.

Con respecto a la concepción ideológica, la democracia requiere igualdad, no sólo ante la ley, sino también un cierto grado de igualdad económica; como decía Rousseau, “que nadie tenga tanto como para comprar a otro ni tan poco como para ser comprado” en su voluntad. En cambio, el neoliberalismo considera que la acumulación de riquezas es un premio a la capacidad y laboriosidad de las personas.

La democracia requiere de la fraternidad, lo que hoy llamamos solidaridad, de la hermandad de todas las personas en una sociedad que tiende a la igualdad de derechos y de oportunidades; por eso, para Francois Dubet, la solidaridad es la base de la igualdad. En cambio, con el neoliberalismo se exacerba el individualismo en lugar del bien común; en vez de solidaridad la meritocracia, el convencimiento que cada uno compite con los demás y llega hasta donde puede; es la expresión tan común que “nadie me regaló nada”.

La solidaridad ideal está en la máxima del socialismo del siglo XIX: “cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades”. Por el contrario, para el neoliberalismo todo se reduce al mercado. Todo se convierte en mercadería y todo es transable, inclusive derechos básicos como la salud, la seguridad o la educación (para ellos la escuela pública, la garantizada por la Constitución, es sólo para quienes no pueden pagar la privada y no tienen otra salida que “caer en la pública”, inclusive ahora, en la CABA, se llegó al extremo que para inscribir a los hijos en la escuela hay que demostrar pobreza). Hasta la muerte, con los servicios funerarios o con los cementerios privados, se ha convertido en negocio.

La jubilación solidaria, en la que el beneficio es parcialmente independiente de los aportes individuales, es una muestra clara de la solidaridad intergeneracional. Por eso el neoliberalismo no la quiere: propone a las AFJP, en las que cada uno recibe una pensión en función de sus propios aportes y donde el sistema previsional se convierte en un interesante negocio financiero.

No es de extrañar que los partidos políticos entren en crisis: dejan de ser la reunión desinteresada y solidaria de militantes que buscan la concreción de sus ideales para convertirse en empresas para conseguir votos, donde los ciudadanos son “clientes” y el partido una simple oficina de colocación laboral. Como tampoco debe extrañar que los clubes deportivos se conviertan en sociedades anónimas y que las instituciones solidarias, como las cooperativas, las asociaciones de socorros mutuos o las culturales, tengan problemas para sobrevivir. El “nosotros”, las instituciones colectivas de bien común, hasta los sindicatos, entran en crisis frente al individualismo exacerbado.

El título de esta nota utiliza la conjunción copulativa “y” para relacionar neoliberalismo y democracia. Esta mal. Debería ser reemplazada por la disyuntiva “o”, ya que ambos son incompatibles. Representa la opción que se presenta a la sociedad contemporánea: democracia o neoliberalismo.

29/07/2016

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