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Con Antonio Cafiero conversábamos con frecuencia; en una oportunidad, en su despacho en el Senado (mandato 2002-2005), pensé en decirle algo a fondo, algo que lo conmoviera y formulé, con cierta convicción y picardía -"Don Antonio, la renovación era una salida socialdemócrata del peronismo”. Me miró, se puso serio y me dijo: “Nosotros no somos socialdemócratas, somos peronistas.”. Hoy, reaparece el nombre de la renovación, y el escenario del panperonismo hace que se extrañe la figura de Don Antonio. Es indudable que la irrupción del peronismo en la posguerra atravesó diagonalmente el territorio político de derecha a izquierda, construyendo esa singularidad de la Argentina. En realidad, la anomalía es el peronismo; el kirchnerismo y el menemismo son epifenómenos que ratifican la impronta pendular del movimiento creado por Perón.
La cultura política argentina se nutrió y se formó sobre la base de luchas que alimentaron el motor de la contradicción. Con ecos y resonancias del siglo XIX, el par agonal peronismo/antiperonismo condensó otras dicotomías: unitarios/federales; civilización/barbarie. Por supuesto, la evolución va cambiando las identidades de lo adversativo. La aparición del menemismo en las mismas entrañas del peronismo repitió una constante en la historia contemporánea; el peronismo genera su propio contrincante, desde sus propias vertientes liberales y antiliberales que lo constituyen.
El kirchnerismo ocurrió como una negación del menemismo y una superación del 2001. La propuesta política creada por Néstor y Cristina Kirchner expresó que el juicio a la dictadura no había terminado, y reivindicó a los derrotados en los 70 adoptando una parte de sus anhelos; mientras que otros quedaron en el camino de los tiempos a pesar de que para Hebe de Bonafini y otros, la guerra no ha terminado. En el 2003 se inclinó la balanza contra el negacionismo sobre el terrorismo de Estado o la subordinación al Consenso de Washington.
El capital político que dejó como herencia el kirchnerismo fue poner la cuestión social en el tapete, la problemática de la igualdad y la estimulación a las organizaciones sociales a ser parte del debate en el poder. En esto, el kirchnerismo cumplimentó con las raíces primarias del peronismo; pero fue más allá, sobre todo en aspectos culturales que nunca tuvieron un consenso espontáneo de la mayoría de los caudillos provinciales ni municipales. Aprobaban la gestión en los repetidos rituales del Salón Blanco pero nunca tuvieron suficiente convicción de ello. Los que salen a hablar hoy críticamente son los que se callaron durante años.
En la campaña presidencial del 2007, CFK había adoptado un perfil institucionalista, que luego no se vio reflejado en la gestión; pero generó cierta ilusión de construcción democrática en paralelo al objetivo de justicia social. Creíamos que había llegado la etapa de la organización política para asegurar futuro: pero no fue así.
Es verdad que, a poco de asumir, se desató el conflicto con el campo por la 125 que confirmó lo que el kirchnerismo preveía: había que elevar el nivel del combate. El objetivo fue doblegar a Clarín y a la Sociedad Rural; como sabemos, ambas cosas sobreviven al lado del cadáver de la 125.
La existencia del peronismo y otros populismos en la región en la historia latinoamericana, determinó que la socialdemocracia fuera un nombre exótico por estas tierras, propio de los países europeos o nórdicos.
También abjuran de la socialdemocracia los sectores provenientes de la tradición de la izquierda argentina con fuentes en el ex PC, que tiene un lugar cada vez más prominente en el kirchnerismo. Respecto al Partido Socialista (más cercano al socialismo europeo) y sus múltiples divisiones a lo largo de la historia, algunos representantes formaron parte de la voluntad transversal de Néstor. Pero, la realidad es que su influencia fue casi nula y no lograron aportar nada que significara un intento de influir en el rumbo del kirchnerismo. El otro socialismo gobierna la provincia de Santa Fe, en alianza con la UCR, y han estado fuera del kirchnerismo. Cualquiera de los socialismos carece hoy de la fortaleza suficiente para intentar crecer por fuera de sí mismos.
La socialdemocracia nació para interpelar al marxismo buscando la armonía de clases, sin renunciar a la justicia social y a la igualdad. El fracaso de la socialdemocracia en Europa, medido por la gestión en el gobierno, determinó su debilidad para constituirse en un modelo internacional de relación entre el Estado y la Sociedad. La Tercera Vía, que intentó ser una alternativa superadora de lo que se llamó la “socialdemocracia tradicional”, también fracasó.
Las izquierdas latinoamericanas buscaron en sus propias raíces nacionales sus posibilidades. Estos fueron los casos comprendidos en el Socialismo del Siglo XXI, hoy en franca retirada. La situación económica mundial y el comienzo de una etapa depresiva en los precios internacionales de los commodities, confluyeron a que el ciclo anterior estuviera en estado de retroceso. Ahora, emergió una nueva derecha que profundiza la interdependencia con las hegemonías globales, y se encuentra con que la base estructural está para todos; la democracia burguesa.
El Partido Justicialista era y es una herramienta electoral, sólo electoral. En varias ocasiones, el citado Cafiero criticó con dureza pero con realismo a su propio partido, por ser una organización inmóvil, paquidérmica e incapaz de fomentar el debate interno. Bueno, sigue siendo así.
El populismo supera los marcos partidarios y está incómodo en la telaraña de las reglas del régimen democrático; lo fuerza, lo tensa, juega en los límites o directamente las violenta. Se coloca en las fronteras, nunca logra la tan mentada pretensión: convertir la democracia formal en democracia real.
No obstante, el movimientismo es alimentado desde el Estado, el peronismo vuelve a ser un excelente ejemplo en este sentido. Esto ata necesariamente el desempeño político al resultado electoral, que es lo que permitirá seguir teniendo el gobierno. Cuando se lo pierde, mantener las superestructuras creadas, los cuadros activos, se hace mucho más difícil. O sea, que la democracia burguesa es una carrera con obstáculos: cada dos años hay elecciones y una sola reelección presidencial.
Ahora, en el después del kirchnerismo, es probable que el peronismo institucional se acerque más al diálogo, a la formalidad democrática y a la concertación. Aunque es difícil creer que esto signifique restablecer en plenitud el art. 38 de la Constitución Nacional que consagra a los Partidos como columnas de la democracia. Mientras tanto, está pendiente en el panperonismo la aparición de un líder o dirigente nacional con capacidad de convocatoria; muchas miradas se dirigen a Massa, pero es difícil que pueda abarcar al todo. El PJ tampoco tiene un líder, ni el Grupo Esmeralda; algunos creen que Cristina volverá a serlo, mientras que otros no lo creen para nada: cómo vemos, predomina la escasez.
El otro gran partido histórico, la UCR, sufrió varios y profundos reveses, sin dejar de contabilizar que una porción dirigencial fue colaboracionista de varias dictaduras. En la última, el radicalismo puso varios intendentes de facto. Y hasta ahora, ninguna autocrítica. La autocrítica es un bien muy escaso en nuestro horizonte político.
Esto es una fuerte contradicción con el ideario republicano del partido fundado por Leandro N. Alem. Además de sus propias incompetencias, fue jaqueado casi siempre por el peronismo. Sufrió crisis traumáticas de las que no se repuso (híper de Alfonsín, el gobierno de De la Rúa y su trágico final). Hoy es un acompañante del PRO, que le ha cooptado a muchos afiliados y adherentes. El triunfo de Macri salvó al Partido Radical de una crisis terminal. La UCR no es suficiente para reconstituir un escenario político con partidos sólidos y desarrollar un régimen parecido a una socialdemocracia. Necesitaría asociarse al peronismo para la construcción de un nuevo régimen político que valorizara a los Partidos.
Cristiana Kirchner lanzó el Frente Ciudadano (el nombre “ciudadano” remite a lo republicano) como una opción opositora, pero eso debería ser hecho desde otras estructuras, más que de los partidos políticos. Se basa esto en que la propia ex Presidenta se ha negado varias veces de presidir el PJ.
Para otros, en cambio, la prioridad es unir al peronismo, o a una parte de él, y sustituir al FpV por una nueva sigla. La mayoría de los intendentes, de gobernadores y de legisladores, se ubican por fuera de la dirección de Cristina, y más cerca de buscar una expresión orgánica que vaya más allá también del PJ. Porque el Partido es escaso por sus ambigüedades, y sus dificultades de convocatoria. La propia figura de Scioli, que pretende ser “bisagra” entre el kirchnerismo y el peronismo, genera por eso desconfianza.
Sigue siendo complejo pensar en un futuro a un peronismo con un perfil socialdemócrata como, por ejemplo, el Frente Amplio uruguayo o la Convergencia chilena, ya que la tradición populista ha dinamitado el horizonte político basado en los Partidos, con la complicidad de un radicalismo impotente y los recurrentes golpes cívico-militares ocurridos hasta el siglo pasado. Para colmo, siguiendo las coordenadas de las hegemonías modernas, la globalización facilita la consolidación de las corporaciones económicas y mediáticas que han invadido el espacio social y político, mientras la política queda arrinconada exclusivamente en la figura de excepción, solitaria y endeble, aunque vocifere que es invencible. Es obvio que hoy no se trata de ejecutar un magnicidio, hay otras prácticas más sutiles que conforman un dominio irresistible y hacen innecesaria la conspiración armada.
El kirchnerismo es una propuesta política cuya retórica se ubica mucho más allá que sus realizaciones, eso deja un margen para producir más y más interpelación a los gobiernos que no son propios. Entre el legado hay que considerar, en el debe, la ausencia de una construcción orgánica para el futuro. Siempre consideraron que con los liderazgos era suficiente; y si se planteaba la necesidad de una etapa arquitectónica, eso era tarea exclusiva de los seguidores. En esta historia argentina de los últimos años, es clave el desinterés por la organización política.
La dependencia que hay en el kirchnerismo de CFK es de tal naturaleza que una candidatura suya justificaría a toda esa fuerza. Y para que ese salvataje tenga densidad y resonancia tendría que ser en territorio bonaerense.
Para el panperonismo, CFK está ahí adelante en medio del camino y es una referencia positiva o negativa, pero inevitable. Hay otros dirigentes y militantes peronistas que no quieren repetir lo que pasó, pero tampoco hay demasiada vocación por la deconstrucción partidaria. Esperan la aparición de un líder, y en su defecto se reúnen, actualizan sus códigos comunes y utilizarán las elecciones del 2017 como prueba de ensayo y error. Muchos de ellos creen que en el 2019 habrá un perfil político diferente al actual luego de esta transición post derrota.
Es probable que el PJ tenga que acoplarse a los que exhiban mayor potencialidad electoral. Excepto que el Grupo Esmeralda se integre al Partido para transformarlo desde adentro; pero es más probable que la experiencia sea por fuera como fue el Frente Renovador que lideró Antonio Cafiero. También afuera está Massa, que no quiere asimilarse al pejotismo.
A esta altura de la democracia, la dificultad estructural es la cuasi ausencia de partidos políticos, que alimenta los personalismos y la acentuación del coyunturalismo. Esto refuerza la conformación de las élites que negocian con las corporaciones. Estas pirámides de poder se edifican en forma paralela a los canales democráticos de representación. Es notable observar cómo los gobiernos proclaman el deseo de la profundización de la democracia y el empoderamiento de sectores, mientras el poder real se concentra más y más.
No podemos terminar sin mencionar que el armado de Partidos Políticos está en crisis en todo Occidente, pero esto no excluye las particularidades de los países que han tenido experiencias populistas y que desnudan la vertebración de la democracia moderna. La permanente confrontación del peronismo, y también del kirchnerismo con el régimen político, se funda en que hay una déficit de representación. Aunque el drama institucional consiste en que esta tensión existe y no logra ni romperse ni convertirse, permanece así como está, imperfecta y débil, generando sociedades no apegadas a las instituciones ni a la política.
La socialdemocracia suena como una palabra impertinente en un país con tradición populista y con decadencia partidaria. Parece una resonancia del eurocentrismo que no considera las condiciones particulares y singulares de los países dependientes que deben enfatizar la importancia de la Nación. También, parece que el futuro se desvía conscientemente de lo vivido de los gobiernos 2003/15, y ese desvío es cubierto por un discurso dominante más parecido a la democracia moderna de los países centrales; pero en nuestro caso, sin poder evitar movilidad y contenidos de demanda social, mérito del kirchnerismo.
Volviendo a la anécdota del principio, creo que la Renovación en su momento fue un intento de movilizar al peronismo hacia lo republicano, por eso parecía un gesto socialdemócrata. La negativa de Cafiero a identificarse con esto, es comprensible, en razón de una identidad ajustada a nuestra cultura política orgullosa de su identidad nacional y popular. Todo esto está inscripto en un debate pendiente en el campo del peronismo y del progresismo sobre el modelo republicano en articulación con el interés nacional. Esa es la cuestión: como estar incluido en la globalización y, al mismo tiempo, defender el sentido emancipador que los populismos tienen como eje principal.
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