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Si las estadísticas componen la realidad, los neuquinos pueden estar tranquilos. La incidencia de los menores en el delito es ínfima, apenas del 4% en general y cerca del 10% en el caso de delitos graves, como el homicidio.
La fiscalía de Delitos Juveniles ha difundido estos números en un informe sobre la incidencia del delito en Neuquén Capital, que recorrió los medios de comunicación durante las últimas semanas, en medio del debate que divide a legisladores y juristas sobre el endurecimiento de la prisión preventiva.
A pesar de la estigmatización de que son objeto en los medios de comunicación, del lugar común que los asocia con la “inseguridad”; o de las frases hechas del tipo de “entran por una puerta y salen por la otra”, los jóvenes neuquinos menores de edad no constituyen un problema de relevancia al momento de hablar de delito.
La supuesta peligrosidad de estos jóvenes, está más vinculada con la autodestrucción que con la capacidad de dañar a otros. En ese plano la estadística puede continuar a tranquilizar los espíritus temerosos, pero debería preocupar más, porque da cuenta de una generación de jóvenes que tiene la palabra “futuro” amputada del diccionario.
Claudia Cesaroni es abogada, magíster en Criminología y autora del libro “la vida como castigo”. Sostiene que “hay una imagen de una infancia santificada, rodeada de virtudes de inocencia. Cuando los pibes se corren de esa imagen son monstruos que matan, o monstruitos que toman una escuela”.
Cesaroni considera que cuando un niño o adolescente delinque “se despierta un escándalo mayor porque no cumple el rol de obediencia que se supone para la niñez; y el Poder Judicial y los medios lo rotulan con su nueva identificación, deja de ser niño para pasar a ser un “menor””.
En Cuenca 15, uno de los barrios neuquinos más estigmatizados al momento de hablar de delito, trabaja “N”. Es tallerista en el único lugar del barrio donde hay reglas, el salón comunitario. Enseña a leer a niños que no pudieron hacerlo en la escuela. Dice que “antes la droga era un vehículo hacia la locura, ahora lo es hacia el consumo”.
Esta diferencia, para N, marca “la caída sin fin a un vacío muy peligroso. Un pibe se droga y roba para tener un celular, una campera, o un par de zapatillas, para pertenecer a ese universo de consumo que lo convierte en un ciudadano con oportunidades”.
“J” trabajó hace tiempo en el mismo lugar. Intentó formar un equipo de básquet femenino y lo abandonó cuando perdió los pocos apoyos que tenía. “Los pibes necesitan que alguien los saque de la calle, que les de ilusiones, que los convenza de que vale la pena vivir”, dijo.
En ese conglomerado de viviendas sencillas y casillas precarias viven hoy cerca de 4.500 familias. Para todas ellas hay sólo tres escuelas primarias que cobijan a poco más de 2.000 niños y niñas y un colegio secundario. Sólo 4 de cada 10 niños y adolescentes se encuentran escolarizados. Como es de suponer, la proporción que deserta aumenta con la edad.
El salón comunitario, al que todos conocen como el “SUM de Cuenca 15”, está rodeado por los dos últimos planes de viviendas que ejecuto el ADUS y divide de este a oeste al barrio. Es como el templo sagrado de Jerusalén, un territorio a la vez neutral y en disputa.
Su titular, Natalia Brizuela, sufre porque “la gente de Neuquén es muy discriminadora. Te discriminan porque vivís en un rancho, porque cobras un plan, por chorro, por milico por cualquier cosa, si vas por mala o por la buena, también te discriminan”.
En una pirueta verbal logra coincidir con Claudia Cesaroni, para ella también se vive la vida como castigo, donde todos componen “un collage, en el que todo colabora para empeorar la situación, muy pocas familias están constituidas con mamá, papá e hijos; los pibes fuera del horario escolar están en la calle; no hay muchos adolescentes del sector que vayan a realizar actividades a otros barrios; la violencia familiar y pública está normalizada”.
Sin embargo, asegura tener “la ilusión de que todos los días se puede mejorar. Nos han caído 500 milicos a la vez, nos han pateado todas las puertas que se les cruzó, pero sigue valiendo la pena levantarse todos los días e intentarlo. La solución no son los 500 milicos, ni los blindados”.
“Las opciones no son muchas, no hay que ser muy científico para darse cuenta que las opciones para salir no son muchas acá, en “cuenca” conozco tres pibes que estudian en la escuela de música, pero hay cientos que tocan la guitarra, fuera del SUM te comés los mocos”, relata.
“Un pibe que venía a jugar al futbol, su sueño era tocar el piano. Lo dejó porque no tenía plata. Es un excelente jugador ahora, pero era mejor pianista”, contó.
Las estadísticas protegen a la sociedad de alertas desmesuradas y rótulos injustos. Le permiten a los poderes del Estado calmar ansiedades colectivas que muchas veces encuentran fácil eco en algunos medios de comunicación.
Pero no resuelven el agudo problema de la ausencia de políticas públicas eficaces de inclusión en los barrios más desprotegidos. De no llegar nadie, no llegan ni los números para explicarlo. Por eso la narración oral se convierte en el primer camino para denunciar su existencia.
La incidencia de los menores en los delitos es ínfima pero la realidad que la genera lacera y preocupa.
La sociedad ya está pagando un precio demasiado alto por el descuido con el que el Estado atiende las consecuencias de la pobreza y la exclusión, a 30 cuadras de la Casa de Gobierno, a 180 kilómetros de la segunda reserva de gas del mundo, la zona de promesas más grande jamás revelada.
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