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Entre La marea, una publicación artesanal de 2017 que ya ha tenido un par de reediciones, y Las formas del desierto, aparecido este año con el sello Vela al Viento, de Rubén Gómez, hay un lugar común: la Patagonia. Autor y editor, libro y relatos están atravesados por esta región que en forma gradual se convierte en fuente y cuenco de narraciones, sean éstas realistas o fantásticas; históricas o surrealistas. Y ese lugar común se extiende a otros autores y autoras que pueblan el universo de la prosa, un ejercicio que desde hace unas décadas se arraiga, aunque el paisaje siga siendo desértico, estepario. Lejos estamos de esa época cuando visitaban la provincia escritores con fama y aseveraban que, por su estilo narrativo, se veía que aquí se leía poco.
En la otra punta de un derrotero comenzado en esos lejanos finales de la década de 1980, Lombard enhebra los relatos de Las formas del desierto sobre elementos de un paisaje humano y geográfico que conoce. Y que también conocen sus lectores. Los personajes y el escenario donde se desarrolla su existencia están tejidos en un intercambio que los hace encontradizos. Están aquí los femicidios que asuelan estas comunidades, los hábitos victimarios de las policías de las provincias, las maniobras de dirigentes políticos y funcionarios judiciales para eludir esa ley que pretenden custodiar, los resabios del genocidio de finales del siglo XIX.
No hay nada que no sea dicho en otras latitudes. Y es por eso, además, que el público potencial de estos textos trasciende los límites regionales. Lombard hace notoria la vuelta de tuerca que da la originalidad de estar plantado en esta Patagonia, que funciona como una marca, ya no sólo en el ámbito del turismo o del vino, sino antes y sobre todo, en la escritura que en estas tierras se produce.
La necesidad de contar, de conducir la atención de quienes leen hasta donde el autor quiere, pero sin decirlo, sin mostrarlo, apenas como si fuera el natural desvío de una corriente de agua, inocente y pasiva. Y todos sabemos que no es así, y descubrir eso confiere a la lectura ese sabor de hallazgo, de descubrimiento. De la misma manera ocurrió con los tres cuentos que incluyó en La Marea, una publicación artesanal de 2017.
Son siete relatos que componen una suerte de mosaico espacio-temporal donde no es necesario mencionar ni el viento terco ni el sol calcinaste pues están en los rostros imaginados, en las ramas de los álamos que azotan el aire, en el río que transcurre indetenible desde la cordillera hacia el océano. Y también en los conflictos, aun en estado larval, que encubre esa capa de normalidad que nunca es tan normal ni tan generalizada.
Parece que todo estuviera a punto de estallar, y la sorpresa es que no ocurra el desmadre. Así, Lombard pone en duda la idea de paz en que conviven pioneros y criollos, indígenas y militares, jueces y condenados, policías y reclusos, todos enlazados en historias reconocibles, próximas. Quien recuerde, o todavía ejerza, el viejo oficio de lector de diarios, encontrará en estos cuentos una versión de la crónica que enriquece la realidad, la cuestiona y la mantiene en su familiaridad. Nada escapa a la mirada del narrador: detalles, gestos, ínfimas modificaciones de una situación permiten que el relato derive hacia lo fantástico a veces, hacia lo siniestro otras. Hacia la pura cotidianeidad, que también tiene lo suyo.
Pablo Lombard: Las formas del desierto, Comodoro Rivadavia, Vela al Viento, 2023.
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