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Acaso sea inevitable pensar en Olga Orozco cuando se lee el título de este libro. Es sólo pensar y dejarse llevar por la línea que plantea Valentina Natalini en el prólogo: un diálogo entre dos poetas, la comunión del aire y la importancia de la respiración en el momento de hacer lugar a la contemplación y la poesía. En la pampeana, hubo un Museo salvaje; en Clara Vouillat, éste es el Museo secreto. Y volvemos a Natalini: ¿un lugar de musas que en su acepción actual es para exhibición pública permanece oculto? ¿Cómo es eso?
La poeta Clara Vouillat habla de sí misma como en un juego de espejos sucesivos, que esconden y revelan simultáneamente su propósito de mostrar(se) y decir(se) quién es el yo de estos poemas, qué desea, cuáles son sus afectos y sus dolores y, sobre todo eso, cómo la poesía exorciza demonios y salva, desde una posición resistente ante la adversidad. Lo asegura en el poema final, que resulta una especie de manifiesto: “Esa mujer sabe/que es un punto/infinitesimal/en su pequeñez;/...es una mota de polvo/en la inmensidad del universo/pero sabe también/que su palabra/tiene el poder/de moverlo.”
Los textos están ordenados según los cuatro elementos originarios definidos en la vieja filosofía griega: agua, fuego, aire y tierra. Epígrafes de Octavio Paz, Juan Gelman y Hugo Mujica (dos) inauguran las secciones de un libro que abre una cita del español decimonónico Rafael Lasso de la Vega: “Yo amo los cantos que llevan dentro aire, agua, tierra y fuego”.
El tiempo es el quinto elemento no explícito en este poemario. En efecto, se plantea desde el primer texto en la sección Agua: “Esa mujer no espera/.../desde el comienzo de sus días/ojos en la distancia/sabe que nunca/llegará.”; o en el tercero de esta serie: “Mira pasar la vida/mientras tanto/cose con hilos de agua…”
En un punto es posible preguntarse por qué la poeta puso ese orden en los elementos. ¿Tierra en el final? Acaso vaya preparando una nueva cosmogonía que implique comenzar con dos opuestos (agua y fuego) continuar con el aire que los alimenta a ambos y que permiten recrear objetos no tan animados y seres vivientes hasta concluir con la tierra, un concepto que se expande al universo entero. Es un nuevo (des)conocimiento del planeta en un contexto galáctico: “Medita el sonido/de la vida/y siente la proximidad/de las estrellas/.../porque todo está tan lejos/que se siente cercano/el infinito.” Aquí hay una doble ausencia aumentada por la inmensidad planetaria y por la conciencia de la absoluta soledad, que también se expresa en una dualidad: el arraigo a la tierra (“descubre el trabajo/de la tierra en sus uñas” y “tiende la espalda/sobre la tierra”) comparado con otros pasajes donde dice “El bosque oculta su misterio/bien guardado/en lo profundo:/una red más antigua/que internet/los hace uno.”
Vouillat, Clara: Museo secreto, prólogo de Valentina Natalini; dibujos de Damián Bruno Verón; Gral. Roca, Río Negro, Fondo Editorial Municipal, 2021.
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