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Género
07/03/2019

8M

Parar el mundo, tomar las calles

Parar el mundo, tomar las calles | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El paro y movilización previstos para hoy muestra la esencia fuertemente política de la estructura doméstica. Denuncia la precarización de la vida, la feminización de la pobreza y los efectos que tienen sobre las mujeres las políticas de ajuste económico.

Julia Burton *

Las manifestaciones callejeras feministas crecieron exponencialmente en los últimos años. La masificación de algunos reclamos históricos del movimiento, como la despenalización y legalización del aborto en 2018; la visibilización del hartazgo frente a las violencias machistas, los femicidios y los travesticidios y la invención de diversas estrategias colectivas para hacer frente a la misoginia se cuelan por las fisuras de las estructuras y hacen tambalear los cimientos del heteropatriarcado. En el clamor callejero el movimiento feminista hace evidente su singularidad: la potencialidad de organizarse y generar acciones para el cambio social. En las calles, el feminismo de estas latitudes mostró que es intergeneracional, plurinacional, popular, diverso, deseoso, afectivo, acuerpado. Esa es la impronta que tienen las tramas de complicidades y las alianzas feministas. Habrá quienes digan que se trata de una moda y que refunfuñen contra el avance y la visibilización de las reivindicaciones feministas. Sin embargo, adherir a ese pensamiento es negar las genealogías y las luchas históricas del feminismo. Más que una moda, lo que estos últimos años han mostrado es la capacidad del movimiento feminista por poner en el centro de las agendas políticas temas que, hasta entonces, eran considerados secundarios.

El feminismo es marea que desborda las calles y a quienes quieren aquietarla. La palabra desborde, para referenciar aquello que provoca, es interesante porque, en una de sus acepciones, este término significa rebasar los límites de lo fijado. Eso es lo que hace el feminismo cotidianamente: ensancha los márgenes establecidos de lo posible, los desafía, los trasciende.

Eso mismo ocurre cuando se convoca, por tercera vez consecutiva, a un paro internacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries el 8 de marzo. Reformula el concepto de paro disputando su significación a las estructuras sindicales tradicionales y de movimientos sociales, hasta ahora las únicas autorizadas para hacer este tipo de convocatorias. El movimiento feminista define su propio paro y tensiona al interior del sindicalismo para conseguir, con grados variables de éxito, su adhesión, aunque no se limita a ello. El paro feminista fue y será más allá de las decisiones que tomen las conducciones sindicales y otras organizaciones del pueblo.

Además de disputar quién tiene la potestad de convocar un paro de esta magnitud que será el primero del año que enfrente al gobierno macrista, el del 8 de marzo tensiona la noción de trabajo tradicionalmente asociada con las actividades que se intercambian el mercado laboral por un salario. Decir que nosotras/nosotres movemos el mundo y ahora lo paramos no es una simple consigna. Implica visibilizar y reflexionar sobre la función específica y medular del trabajo doméstico no remunerado en la reproducción del sistema capitalista.

Tal como sostiene Silvia Federici en su libro Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (Tinta Limón, 2018) el trabajo doméstico produce, ni más ni menos, la fuerza de trabajo, el producto más preciado del mercado capitalista. En ese sentido, dice la autora mencionada, trasciende el hecho de limpiar la casa, “es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos día tras día”. El trabajo doméstico también implica la crianza, la contención emocional y el cuidado de las y los futuros trabajadores, pero también de las personas mayores, enfermas y/o con alguna discapacidad. Cuidar, alimentar, escuchar, comprender han devenido en verbos vinculados con los quehaceres femeninos. La invisibilización de estas tareas como trabajo y la ausencia de un salario son herramientas fundamentales del capital para fortalecer la idea de que no se trata de un trabajo – ¿cuántas veces, de niñas, hemos respondido que nuestras madres no trabajaban, que eran amas de casa? –. De esta manera, la estrategia ha sido convertir esas actividades en una serie de “habilidades femeninas” innatas que se realizan en nombre del amor, aunque poco tenga de natural ser ama de casa, debido a que requiere al menos veinte años de socialización y entrenamiento diario para lograrlo (otra vez Federici).

Una vez más, la convocatoria de paro y movilización el 8 de marzo muestra la esencia fuertemente política de la estructura doméstica. Denuncia la precarización de la vida, la feminización de la pobreza y los efectos que tienen sobre nuestras vidas las políticas de ajuste económico implementadas por el gobierno nacional y los gobiernos provinciales y municipales. En este sentido, el paro de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries se caracteriza por su inimaginable amplitud. Los trabajos registrados, los precarios, los invisibilizados, las casas y las camas se transforman en terrenos para el desarrollo de la creatividad e invención de estrategias colectivas de participación. 

Asimismo, esta medida de fuerza se convoca porque existe un hartazgo por la crueldad y el desprecio hacia la vida de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Los femicidios y travesticidios suman, en los dos meses que ya transcurrieron de 2019, más de 40 víctimas a causa del odio, la misoginia y la violencia machista. La crueldad que se manifiesta en estos crímenes de género busca transmitir un mensaje. Como dice la antropóloga Rita Segato, son crímenes que expresan “dueñidad”, enunciados dirigidos hacia la cofradía masculina, sus pares, los cómplices, presentes o en las sombras, de quienes buscan reconocimiento. El hartazgo y la rebelión es contra esa crueldad, contra ese afán de dominio y control sobre nuestras vidas y contra los pactos machistas que desprecian nuestra existencia.

En las manifestaciones feministas también hay alegría y deseos por cambiar el orden de las cosas. Gritos colectivos en contra de los mandatos sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Durante 2018 el feminismo logró que, por primera vez, se discuta en las dos cámaras del Congreso de la Nación una norma para despenalizar y legalizar el aborto. Los días de las votaciones, multitudes acompañaron desde la calle el debate dentro del recinto demandando una ley que garantice el derecho y el deseo a decidir sobre nuestras vidas (sí, abortar también es desear). Esas jornadas expresaron la amplitud y potencialidad del movimiento feminista ya mencionada: fueron una fiesta intergeneracional, plural, colorida, alegre, creativa y diversa elaborada en tramas colectivas al compás de debates apasionados. La votación del Senado de la Nación, esa casta conservadora y rancia de la política nacional, fue un revés a lo que se urdía en el calor de las calles aledañas. No decidieron “a favor de la vida”, como les gusta decir. Decidieron la continuidad de la clandestinidad del aborto. Eligieron que nada cambie, con lo cual el Estado seguirá siendo responsable por las muertes que causan los abortos inseguros. Votaron con desprecio hacia la vida de las mujeres y de otras personas con capacidad de gestar; desprecio expresado no sólo en el voto sino, fundamentalmente, en los argumentos misóginos utilizados para sostener su postura.

Como sabemos, la prohibición de la ley no inhibe la decisión de abortar. Las mujeres y otras personas con capacidad de gestar tomamos por asalto el derecho que el Estado aún continúa negándonos. Generamos estrategias colectivas y nos acompañamos. Desobedecemos el mandato de la maternidad obligatoria. Nos burlamos de la autoridad estatal sin dejar de exigir aborto legal, seguro y gratuito y sin dejar de reclamar la realización de los abortos que ya son legales en nuestro país hace casi cien años.

El paro feminista no es espontáneo, ni una moda; por el contrario, es el resultado genealógico de las luchas feministas. Paralizar el mundo para transformarlo, para derribar los cimientos del orden heteropatriarcal porque se trata, no solo de un deseo, sino de una urgencia. Una revolución es necesaria. 



(*) Activista en la Colectiva Feminista La Revuelta. Socióloga feminista.
29/07/2016

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