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10/02/2019

La Vaca también hace agua

La Vaca también hace agua | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

A despecho del aumento de los ingresos provinciales insuflados por el desproporcionado estímulo a la producción de gas no convencional que pagan los usuarios, ¿es sostenible en el tiempo una política de esta naturaleza? ¿Contribuye al desarrollo del país? ¿O se trata de un espejismo más del dogma neoliberal?

Héctor Mauriño

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La política de hidrocarburos del gobierno de Cambiemos comienza a hacer agua en su proyecto más preciado: la masificación de la producción de gas no convencional en la formación Vaca Muerta con destino a obtener divisas a través de la exportación.

Presionado por el Fondo Monetario Internacional, el gobierno de Macri ha traicionado todos sus acuerdos con las empresas productoras y con el gobierno de la provincia de Neuquén, en aras de concretar el único dogma que le preocupa después del enriquecimiento personal de sus miembros: allanarse a lo que impone el organismo internacional que vela por los intereses del capitalismo financiero y las potencias hegemónicas del planeta.

Tal lo ocurrido con la decisión de recortar los subsidios a la producción de gas no convencional contenidos en la resolución 46 del ex ministerio de Energía y que obraron, junto con el precio del gas más caro del mundo, como un imán para atraer las inversiones de las grandes multinacionales del sector y animaron a tirarse a la pileta a los empresarios nacionales amantes de la evasión impositiva y del capitalismo prebendario.

La decisión del gobierno nacional, precedida por las falsas promesas del presidente Macri, de su ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y de su secretario de Energía Gustavo Lopetegui, ha dejado a su principal aliado en la provincia, el gobierno del MPN, mal parado y pedaleando en el vacío en plena campaña para la reelección del gobernador Omar Gutiérrez.

Hay que decirlo claramente: la fabulosa pitanza del subsidio al gas en boca de pozo ha sido financiada con el bolsillo de los usuarios, a través de tarifazos al gas y la luz (en el país buena parte de la energía eléctrica se produce con gas) impagables, del orden del 2.000 y 3.000 %, cuyo rechazo por parte de una población golpeada y maltratada por el poder discrecional del macrismo empieza a masificarse a través de una ola creciente de “ruidazos” en todo el país.

Con todo, no es la situación angustiante de buena parte de la población impedida de acceder a los servicios esenciales la que conmueve al gobierno nacional y a sus mandantes extranjeros, por el contrario es la necesidad de pagar la deuda ilegítima y fraudulentamente contraída, la que obliga al oficialismo a dejar a pie a la provincia y a las empresas.

Con esto que está ocurriendo, se derrumba además uno de los pocos castillos de naipes que el gobierno de Macri había logrado mantener trabajosamente en equilibrio: las inversiones en la súper rentable Vaca Muerta, las únicas genuinas que logró atraer en su fracasada quimera de “la lluvia de inversiones”.

Pero a esta altura cabe preguntarse cuán valiosa o acertada para la provincia y el país es esta política energética, consistente en despojar a los humildes para premiar a los poderosos.

A despecho del aumento de los ingresos provinciales insuflados por el desproporcionado estímulo que terminan pagando los usuarios, ¿es sostenible en el tiempo una política de esta naturaleza? ¿Contribuye al desarrollo del país? ¿O se trata de un espejismo más del dogma neoliberal que, a la postre, dejará a la provincia y al país sin recursos energéticos y sumidos en el subdesarrollo y la desigualdad?

¿Tiene, la Argentina, que exportar petróleo y gas, mientras decenas de miles de usuarios carecen del servicio y pagan las garrafas a precio oro, y los que lo tienen deben hacer frente a facturas fabulosas?

¿Quién dijo que en el mundo, en países que son tomados frecuentemente de modelo, no se subsidia la energía? La realidad es que casi todos lo hacen empezando por el rapaz ‘big brother’ del norte.

Cuando la ex presidenta Cristina Fernández renacionalizó YPF, lo hizo con el claro propósito de recuperar la soberanía energética, indispensable para construir una democracia igualitaria y un país desarrollado.

Por eso eligió potenciar a la empresa de bandera, para que desempeñara el papel de testigo y motor del desarrollo energético con miras a alcanzar el autoabastecimiento.

Pocos países tienen la fortuna de éste que cuenta con Vaca Muerta y pocos la desgracia de tener una clase dirigente tan mezquina y miope.

Como los argentinos que ‘la juntan con pala’ no pagan impuestos y se la llevan afuera (por ejemplo Macri y la mayoría de sus ministros y secretarios), en el país “no hay recursos para invertir en el desarrollo de ese regalo del cielo que es la vaca lechera.

Por eso era (es) preciso generar condiciones para que YPF, en el rol de empresa defensora del interés del Estado (de todos los argentinos, bah) se asocie en condiciones ventajosas para explotar los hidrocarburos no convencionales, de los que Vaca Muerta constituye una de las reservas más grandes en el planeta.

Pero no. ¿Qué hizo el macrismo cuando accedió al poder? Desactivó lo que se había hecho con YPF como locomotora del modelo de explotación en favor del interés nacional, y convirtió a la empresa trabajosamente recuperada en una petrolera más. De esta forma, puso la actividad en crisis con una caída de la producción, las torres de perforación y los puestos de trabajo, para luego flexibilizar las condiciones laborales y arrancar de nuevo, un año y medio después, con su modelo extractivo y exportador.

De empresa de bandera, nada. De autoabastecimiento tampoco. Y de apuesta al desarrollo, ¡minga! Solo divisas de la exportación (a precio inferior al que pagan los usuarios domésticos) para pagar, eso sí, la deuda.

En una provincia en la que el petróleo y el gas son los principales recursos, no se ha escuchado a ningún candidato cuestionar el actual modelo hidrocarburífero. Salvo protestas del oficialismo por los compromisos incumplidos y chicanas de la oposición por el desplante que dejó al gobierno local desairado. Pero de fondo, nada.

Es probable que plantear un debate franco sobre lo que ocurre no acumule votos en el corto plazo. Pero seguro que por no hacerlo habrá que lamentarlo en un futuro no muy lejano.

29/07/2016

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