No fue magia. Fue Cristina Fernández de Kirchner la principal arquitecta de la unidad de los sectores que se reclaman nacionales y populares en Neuquén. Sin su intervención, precipitada por el zarpazo emepenista del adelantamiento de las elecciones, los sectores ahora encolumnados detrás del Frente Unidad Ciudadana Neuquino muy probablemente todavía seguirían el interminable, mezquino, debate de sus diferencias.

Pero, hay que decirlo, la certera intervención de la ex presidenta no se limitó a un mero ejercicio de autoridad, que la tiene y de hecho ejerció, sino también a una muestra práctica de conducción política y disposición para llevar a cabo la unidad de todo aquello que se puede realmente unir.

Perón decía que conducir no es mandar ni imponer sino persuadir y convencer. Y contra lo que a veces le imputan sobre sus conductas en el pasado, esta vez Cristina mostró cintura y flexibilidad, no se limitó a imponer sino que también se mostró abierta ella misma a escuchar.

La jefa del kirchnerismo laudó en las diferencias que los propios protagonistas no fueron capaces de resolver por sí mismos y eso hizo posible la fórmula de unidad para la gobernación.

Con su actitud, Cristina vino a recordarle al kirchnerismo neuquino que lo importante, lo prioritario, es ganar, construir un proyecto de poder, y para eso hay que unir a todos los sectores que integran el espacio sin exclusión de matices. Lo contrario es funcional al Movimiento Popular Neuquino que no por nada divide y gobierna desde hace medio siglo.

En este plano, el de la construcción de una fuerza que no deje nada afuera Neuquén, tal vez por su creciente importancia relativa en el concierto de las demás provincias, producto del enorme potencial energético que representa Vaca Muerta y circunstancialmente por lo adelantado de sus elecciones funcionó, funciona, como un banco de prueba de la unidad posible a nivel nacional.

No parece que se trate de pegar con saliva lo que no se puede pegar. La defensa contra el modelo que está destruyendo la economía y el tejido social de la Argentina debe por fuerza incluir a un espectro muy amplio, pero no a lo opuesto. Eso, adopte el nombre que adopte, se reclame o no peronista o de izquierda, tiene más cabida en la vereda de enfrente que en la del campo nacional y popular.

Por lo pronto, en Neuquén están sentadas las bases para que no vuelva a ocurrir lo que pasó en las legislativas del año pasado, en las que quedó demostrado con el resultado de los comicios en la mano que si el Frente Neuquino y Unidad Ciudadana se hubieran unido muy probablemente hubieran ganado.

Claro que a los protagonistas de UC ahora falta verificar el segundo paso, no menos importante que la voluntad de ir juntos: poner todo lo sea necesario en la campaña para que el triunfo esté al alcance de sus manos. Y eso vuelve a requerir de grandeza.

Las circunstancias parecen propicias, porque a diferencia de otras elecciones en que se produjo una marcada polarización entre dos fuerzas o una sola se distanció del resto, se confirma lo adelantado desde esta columna en el sentido de que las elecciones del 10 de marzo próximo serán de tercios, con tres grandes protagonistas: el MPN con Gutiérrez-Koopmann, Cambiemos con Quiroga y presumiblemente una acompañante mujer y Unidad Ciudadana con Rioseco-Martínez.

Contrariamente a lo que plantea el MPN, el país también existe y si no hay destino para la Argentina tampoco lo habrá para ningún paraíso insular. Un buen ejemplo es Vaca Muerta. Con la política extractiva del gobierno nacional actual no hay desarrollo para el país y a pesar de cualquier prosperidad pasajera al final del camino tampoco lo habrá para Neuquén, que habrá visto esfumarse su riqueza como agua entre los dedos. Aunque breve, esta campaña electoral debiera ser una buena oportunidad para dar este debate.