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Encabezados por el gobernador de Chubut y con el apoyo de sus pares patagónicos -entre ellos el de Neuquén- la gran mayoría de los mandatarios provinciales ha terminado por reaccionar ante las represalias tomadas a mansalva por Javier Milei después del fracaso de su ley Omnibus.
El mandatario chubutense advirtió que podría frenar el envío de petróleo y gas como reacción ante los recortes en la coparticipación y la eliminación de los fondos de incentivo docente y de sustentabilidad del transporte, represalias administradas por el presidente a todas las provincias junto con una catarata de insultos y amenazas a los gobernadores.
Ante las sucesivas andanadas de un presidente tan extravagante como cruel, la respuesta de los gobernadores, muchos de ellos del Pro o radicales de la oposición complaciente que lo votó, puede ser vista como un claro indicio de que la paciencia de los argentinos comienza a agotarse.
No menos significativa fue la advertencia del Fondo Monetario Internacional de boca de su vicedirectora, Gita Gopinath, quien luego de auditar los números del ajuste cual inspectora de colonias, le advirtió al gobierno que con semejante presión sobre las clases baja y media existe la posibilidad de un estallido social.
En poco más de dos meses Milei ha puesto el país patas para arriba. Aumentos de hasta el 500 por ciento en alimentos y combustibles, congelamiento de salarios y jubilaciones, eliminación por decreto de organismos del Estado y de conquistas sociales garantizadas por la ley y la Constitución.
Los resultados están a la vista: una legión de pobres; asalariados y jubilados que perciben ingresos por debajo de la canasta básica y esto recién empieza, la economía se paraliza y crecerá fuertemente la desocupación. El líder “libertario” no ha dejado sector ni clase social por insultar o denigrar y hasta se ha dado el gusto de dejar sin alimentos a los comedores populares donde se forman filas cada vez más largas de hambrientos.
Eso sí, más allá de sus locuras y desplantes permanentes si algo ha hecho el señor Milei es concretar una gigantesca transferencia de ingresos, nunca tanto en tan poco tiempo, desde los sectores bajos y medios a las clases dominantes.
Todo esto ha sido posible por el aventurerismo de un “círculo rojo” saqueador e insaciable, que en lugar de apoyar un modelo de convivencia sustentable y equilibrado jugó y financió esta aventura mesiánica para maximizar su rentabilidad y barrer con las conquistas de más de un siglo de luchas obreras.
No es que no se den cuenta de que es un delirante y un mesiánico, lo apoyaron y lo apoyan todavía porque creen que les va a hacer el trabajo sucio de eliminar la mayoría de las conquistas sociales y confían en que luego podrán deshacerse de él.
Nada bueno se puede decir tampoco de la clase media derechista, embrutecida por la prédica violenta de los medios y las redes, que lo votó para cerrarle el paso al peronismo.
Como advertíamos desde esta columna poco antes de la segunda vuelta, lo que estaba en juego en el país era la opción entre antiperonismo y democracia, y los seguidores de Juntos por el Cambio eligieron lo primero empujando a la segunda al abismo.
No es que no se daban cuenta de la violencia autoritaria de los planteos de los “libertarios”, o de las características mesiánicas y autoritarias de su jefe, eligieron correr el riesgo con tal de que no gobernara un presidente del campo popular. Sabían que podían poner en grave riesgo la institucionalidad que tanto dolor y tanta sangre le costó a la sociedad recuperar desde 1983, y lo hicieron igual.
Además, Milei no es un dirigente más de la llamada ultraderecha como quiere presentarlo la prensa internacional. Donal Trump, Giorgia Meloni o Marine Le Pen, son nacionalistas reaccionarios en sus países, nuestro Benny Hill del horror es un ultracipayo, un sirviente de los poderosos y de sus mandantes estadounidenses e israelíes, que no trepida en asomar a la Argentina a un conflicto internacional en su afán de coquetear con países que hacen de la guerra su principal negocio.
Hay algo denso y oscuro que está flotando en el aire en esta Argentina que de pronto se volvió invivible; en este país donde para comer un mendrugo hay que hacer cola, para viajar hay que caminar o saltar molinetes y donde una mochila para el colegio de los pibes es inalcanzable, el estallido está a la vuelta de la esquina. No se sabe exactamente cuándo ni dónde pero se sabe que está ahí.
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