George Orwell fue el pseudónimo con el que Eric A. Blair se convirtió en un importante e influyente escritor inglés del siglo XX.

Mucho antes de serlo y al iniciarse la guerra civil española, originada en el levantamiento armado del general Franco, y en su carácter de simpatizante comunista, se anotó como voluntario para integrar las fuerzas extranjeras en defensa de la república.

En España integró un regimiento de socialistas libertarios (anarquistas); a raíz de ello los conoció, entendió, combatió a su lado y se convirtió en uno de ellos. Vuelto a Inglaterra, una vez finalizada la guerra, escribió una novela en gran parte autobiográfica, basada en su experiencia durante esos años, que en castellano se editó como “Cataluña, 1936” (también hay ediciones con el título de “Homenaje a Cataluña”) y que fuera llevada al cine en una excelente y premiada película, “Tierra y Libertad”, una coproducción de varios países europeos realizada en 1995.

Debido a las ideas dominantes en su época, Orwell tuvo dos grandes miedos respecto al futuro de la humanidad: por un lado, y como socialista libertario, el temor al crecimiento de un capitalismo deshumanizante, que avanzaba desde occidente, y, por otro lado, y como fundamental, el de la dictadura totalizante del estalinismo. Sobre esta última escribió “1984” (publicada en 1949), la más famosa de las distopías (utopía negativa) escritas en el siglo XX. En ella, como una pesadilla de lo que pasaría en la historia humana casi medio siglo después, con un desarrollo técnico adecuado, el “Gran Hermano” domina a la sociedad en todos sus detalles.

También escribió una fábula, “Rebelión en la granja” (945), que lo convirtió en el escritor famoso. Es una parodia de la revolución soviética donde los animales, con el liderazgo de los chanchos, se rebelan contra el dominio de los hombres y, bajo el lema “todos los animales son iguales”, lo expulsan. Ahora son los chanchos los que conducen la granja. El problema es que a los chanchos cada vez le gustan más las comodidades de que antes gozaban los hombres, y se van pareciendo a ellos, hasta que al resto de los animales les cuesta distinguir unos de otros.

Orwel murió joven, en 1950.

No alcanzó a verlo, pero su principal temor, la dictadura totalizante, se había disipado; luego de la implosión de la Unión Soviética todos los sectores aceptan que el socialismo debe ser democrático y participativo. Pero muy posiblemente le hubiera nacido otro miedo y muy grande, referido esta vez a los extraños primos hermanos ideológicos que le aparecieron a los anarquistas (o socialistas libertarios), los anarco-capitalistas que, como los primeros, en nombre de la libertad, rechazan la presencia del estado, pero que en este caso defienden la propiedad privada y al mercado como el asignador óptimo de recursos.

Su concepto de libertad se refiere a la libertad de mercados y a la libertad de explotar al ser humano. Y es que nace asociado a la política neoliberal.

Hay que recordar que el neoliberalismo toma del viejo liberalismo sólo la parte económica, la que nace con Adam Smith, y se olvida del resto, de la parte positiva de la ideología: de los derechos humanos, por ejemplo, o de la asociación entre liberalismo y democracia (la prueba es que la primera experiencia neoliberal es con Pinochet en Chile y, luego, con Videla-Martínez de Hoz en Argentina).

El miedo del que hablo es la posibilidad que con en anarco-capitalismo estemos preparando el campo para el desarrollo de la serpiente fascista. En otras palabras, que estemos incubando “el huevo de la serpiente”.