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Ver y oír

¿Por qué el fuego?

Esta vez, el trabajo -texto y fotos- del autor pasa por el fuego, algo que ha sido uno de los principales impulsores de la sociabilidad humana. Hay evidencias genéticas de su paso por nuestros genes, allá en nuestra África natal.

Ricardo A. Kleine Samson

A Liliana, mi fuego. 

      Es la hora del ritual cotidiano. 

         La hoguera alza sus llamas hasta alcanzar el cielo y la belleza se apodera del lugar. La luz de las llamas invita a los aldeanos que se avecinen con sus familias y amigos en torno del calor de la candela y de la propia gente. Los niños corretean por allí sin mácula. Felices. Inventan juegos, se esconden e intentan encontrarse entre los troncos del bosque, al tiempo que las llamas, empujadas por el viento, proyectan sus sombras que, como los niños, se pierden en los árboles y trepan en sus copas, despertando a las grullas, hasta perderse en las estrellas que empiezan a aparecer junto a los aldeanos. 

         Un grupo homenajea a los vecinos que llegan, con una contagiosa danza musical que invita distensión. Ya casi están todos. Los mayores se han sentado donde siempre a prender sus pipas. El brujo de la aldea está llegando en un paso con el que parece deslizarse en la misma suavidad de la briza fresca que llega de la orilla del río que fluye y, además, es donde descansan las canoas que brillan con las llamas después de todo un día de pesca en compañía. 

         El brujo convoca al espíritu de los ancestros a que se acerquen a hablarles y los protejan a través de sus relatos, que, atentos, escuchan todos sin perderse una palabra. Solo él sabe traducir sus mensajes. 

         Es la hora del encuentro que la mayoría aspira eterno y también de los relatos y experiencias de quienes han vivido un nuevo día. Una convocante aurea de alegría inunda el lugar.           

         Los susurros y miradas, las palabras y las risas, la bebida compartida, el grito de los niños, terminan de invadir el lugar que ya invadieron, omnipresentes, el fuego y la gente y las estrellas y la luna. 

         Quienes discutieron y se desencontraron durante el día se vuelven a encontrar y amigar.

          Los relatos y los cuentos se suceden uno a uno. Todo fluye. Todo suma.

          Pasado el tiempo, cuando el escorpión trepa al cenit anunciando primavera, las pocas llamas que titilan en las cenizas de la hoguera invitan a dormir con el deseo de un nuevo encuentro. El de mañana.

          El brujo, solemne, tira un puñado de arena sobre las brasas para finalizar el ritual y la fiesta. Regresa a su hogar fortalecido. Y no entra en su propio cuerpo.

          El fuego ha posibilitado extender la luz día y le ha dado a la noche una vida que jamás imaginó. Ajena, siempre ajena, a las obligaciones del día.

         Quien más, quien menos, todos hemos pasado por una convención parecida y la hemos disfrutado como los niños en el bosque fluyendo con las convocantes flamas. Es que el fuego ha sido uno de los principales impulsores de la sociabilidad humana. Hay evidencias genéticas de su paso por nuestros genes, allá en nuestra África natal. 

         Afortunadamente aún existen, aunque cada vez menos, pequeñas comunidades de cazadores recolectores en África o Australia que mantienen estas costumbres de reunirse en torno al fuego, sobre todo por la noche. Los antropólogos hacen una importante distinción entre la fogata del medio día de la de la noche. En la primera se habla del trabajo, de la organización o de obligaciones sociales. El de la noche es otro tema.

          Según Robin Dumbar el dominio del fuego por parte de los Homos se remonta a no más de 900 mil años, antes, inclusive, de los sapiens. El fuego, en primer lugar, permite cocinar los alimentos disminuyendo considerablemente las muertes por intoxicación y facilitando la digestión, lo que promovió el primer cambio biológico de los homos adaptando su aparato digestivo, más preparado para digerir vegetales, a esta nueva y sana modalidad, sobre todo la carne tan difícil de asimilar aumentando y mejorando, con ello, las energías al organismo al tiempo que aumentaba el cerebro requiriendo más y más energías para las múltiples tareas que aumentaban con su crecimiento y desarrollo. A ello se suma el calor que producía, sobre todo en las zonas más frías o la ayuda para ahuyentar depredadores.

         Pero hay un premio extra que nunca nadie imaginó. La llegada de la oscuridad provoca, aún hoy en día, la producción de melatonina, hormona inductora del sueño. El fuego la doblegó energizando a las personas y las horas del día se extendieron. Nadie cazaba ni recolectaba alimentos, nadie trabajaba ni labraba la tierra. Era la hora de la distracción y el restablecimiento de las relaciones que se habían roto durante el día, liberando el tiempo para la actividad social tan necesaria para cualquier comunidad humana, fomentando la seguridad y confianza mutua.

          Las charlas de la noche tienen que ver con el entretenimiento, con la seducción o con la interacción alejada de lo productivo. Charlas embellecidas por la imaginación que se nutre del fuego, de la noche, de la bebida y las estrellas promovían la inteligencia social y el comportamiento cooperativo aumentando la inteligencia y la creatividad. Estas historias extendieron el universo y pudieron llegar los lejanos relatos de aventuras, de viajeros y de poderosos espíritus. Así también nació la religión, de hecho el brujo de ayer es el papa de hoy, uniendo a los humanos con el mundo de las ánimas haciendo del universo un solo lugar. Ahora, el funcionamiento de todo tenía una explicación más asociada a la mitología que a la realidad o la realidad pasaba a tener una nueva explicación condimentada de creatividad. Las fogatas de la noche tenían, y tienen, que ver con los rituales de adivinación, con historias que explicaban el orden y el origen de todo cuanto existe, aumentando los vínculos vitales de la comunidad.

         El fuego impactó de lleno en la transformación social y cultural de todos los pueblos. Al contrario de la urbanización, sobre todo la moderna, que volvió a la noche una peligrosa villana cada vez más difícil de atravesar sin riesgos.

          El deseo del fuego como escenario convocante, de intimidad social o promotor de conversaciones sigue siendo una necesidad vital.

          Cabe la pregunta del neurocientista Antonio Damasio: “La próxima vez que disfrute sentado frente al fuego, pregúntese: ¿Por qué los seres humanos todavía desean construir algo tan antiguo como una chimenea en sus casas modernas? La respuesta quizá sea que el hogar aún puede ser culturalmente útil, como lo fue antaño, y que esa idea de un entorno potencialmente ventajoso produce todavía un estimulante sentimiento de anticipación. Llamémoslo simplemente magia”

          Después de vos, hay pocas cosas que me gusten tanto como el fuego…!!!

 Bibliografía:

“El cerebro” Rob DeSalle y Ian Tattersall. Editorial: Galaxia Gutenberg

 “Génesis” Edward Wilson. Editorial: Crítica, colección: Drakontos

“La conquista social de la tierra” Editorial: Penguin Random House, colección: Ensayos.

“Los señores de la tierra” Ian Tattersall. Editorial: Pasado y presente

“En busca de Spinoza” Antonio Damasio. Editorial: Crítica, colección: Drakontos.

“La odisea de la humanidad” Robin Dumbar. Editorial: Crítica. Colección: Drakontos.

29/07/2016

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