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25/09/2019

Ofelia Fernández, nuestra Greta Thunberg

Ofelia Fernández, nuestra Greta Thunberg | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La chica de 19 años, de Buenos Aires, será quizás la diputada más joven del mundo. Tiene fuerza, que es lo importante, aunque comprobará cuán difícil es. ¿Cuántas como ella hay en los conurbanos de Buenos Aires, de Rosario, Mendoza, o en el cinturón pobre de Neuquén? Allí también hay “centennials” y nos los/las estamos perdiendo.

Juan Chaneton *

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Marx, y antes que Marx, Hegel, enseñaron a pensar la contradicción no como un fallo de la razón sino como el modo de ser de la realidad. Este dinamismo de lo real sería llevado luego hacia territorios de vértigo por Derrida y su aufhebung, pero esto no interesa por ahora. Sí, la contradicción, palabra esta última que tal vez debería figurar en el título de esta nota.

La contradicción acecha, a cada paso, pero no como defecto sino como quid divinum de una realidad que, pese al rostro feo y triste con que a veces se muestra, es el escenario donde celebramos el incomprensible privilegio de estar vivos. Es miscelánea la realidad, como dice Borges que es el Oriente. Veamos.

Con pocos años más que Greta Thunberg, que tiene dieciséis, Ofelia Fernández ha dado el batacazo. Aquélla milita por la salud del ecosistema, está por la del país de los argentinos. Ofelia Fernández tiene diecinueve años. Y si todo marcha bien, será elegida diputada de la ciudad de Buenos Aires.

A Ofelia Fernández la critica el trotskismo y la critica la derecha. El trotskismo porque "dice que está a favor del aborto pero está con la iglesia" (¡¡¡). La derecha, encarnada esta vez en el periodista Eduardo Feinmann, porque Ofelia tomaba colegios y, encima, tiene mala ortografía, ya que una vez escribió "travajo" en vez de "trabajo". Nadie le dice a Feinmann que a él una vez le preguntaron qué era la alevosía y describió el ensañamiento; ni a Manuela Castañeira (candidata a presidenta 2019 de la fracción trotskista Nuevo MAS) que si el Frente de Todos corrompe todo lo que toca -como ella sugiere-, qué decir entonces de los que cambiaron el Programa de Transición por la jubilación de privilegio.

Ofelia Fernández tiene fuerza y ganas, que es lo que importa. Pero, ¿cuántas "Ofelia Fernández" hay en el Conurbano bonaerense? ¿Cuántas en la periferia de la "Chicago argentina? ¿Cuántas en el "Gran Mendoza? ¿Y en Cuenca XV o San Lorenzo, cinturón pobre de Neuquén? Porque en los conurbanos también hay "centennials" y nos los/as estamos perdiendo. Se están muriendo.

En todo caso, ya hay una Ofelia Fernández que acaba de ingresar no a la política, porque en la política estamos todos, desde que nacemos, embarrados hasta el cuello, pero sí al organigrama institucional donde la aguardan, entre otras sorpresas, mieles y gratificaciones impensadas. Ofelia Fernández, a sus diecinueve años, ya es, virtualmente, diputada, la diputada más joven de Latinoamérica y del mundo, o casi.

Tiempo ha de tener ya para constatar cuán difícil es, en esas circunstancias, sostener los mástiles en alto y los programas desplegados. La "política" concebida como la entrada al club de "los políticos", ha sabido enervar los furores más fieros y amainar las tormentas juveniles apagando los fuegos fatuos que arden en el corazón a esa edad en que los humanos más se parecen a sus dioses: la adolescencia.

Una curiosidad de época: la ruptura entre pasado y presente que el historiador Hobsbawm y el filósofo Jameson han apuntado como uno de los rasgos sobresalientes de la globalización en el plano de la cultura y los valores es, esa ruptura, más aparente que real.

Ello es así por cuanto esa suerte de relativismo que profesan hoy los jóvenes se funda en la pretendida verdad de que el mundo en que vivimos no puede abastecernos de ninguna verdad porque esta, la verdad, no existe, y entonces nos queda, a fortiori, por delante, la tarea más desesperada pero también menos sacrificada y más liviana: vivir sin utopías.

Pero resulta que, en 1947, ya Albert Camus, en la primera escena del acto III de "Calígula", le hace decir a Cesonia y Los Patricios: "... instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en no tenerla... y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad sin igual...". 

A lo que parece, entonces, ayer como hoy, la tentación de decretar la inexistencia de las verdades, incluso de aquellas que lo son con evidencia, ya hacía presa de los espíritus. Ayer, como hoy, ya existían los escépticos, aunque en beneficio de Camus hay que decir que algo sabía de la existencia humana quien se había batido en la guerra y se hallaba, ahora, inmerso en el clima espiritual de un continente postrado y baldío que emergía del infierno. 

Ayer, el escepticismo europeo era una especie de segunda naturaleza y una actitud legítima. Hoy es una coartada que absuelve de la obligación del compromiso. No deja de ser extraño que Hobsbawm y Jameson nunca citen a Camus. Tal vez sea porque aquel escepticismo no implicaba la ruptura con el pasado, como sí es el caso del de hoy. Aquél era un dato de la posguerra; este, de la globalización.

Si el riesgo de ingresar en la política institucionalizada es el deslizamiento imperceptible y paulatino hacia la inconsecuencia, ¿hay, entonces, que huir de la política? No. En absoluto. Solo basta con ingresar a la política y no plegar los programas. Y ahí está lo difícil. Y el juicio de valor, aquí, no estará a cargo de los protagonistas sentados en los curules del parlamento, sino de la posteridad. Porque los primeros están demasiado metidos en el papel que les ha tocado en el drama como para perder el tiempo mirándose en el espejo de las virtudes y los vicios. Y en cuanto a la segunda, la posteridad, tal vez no importe, pues a quien nada le dice el pasado, poco le significa el futuro.

Sin embargo, este presente argentino no es para desdeñar. Este presente argentino es el problema a resolver en el futuro. Por caso, el 4 de abril pasado, en la Cámara de Diputados, Graciela Camaño dijo, con originalidad evanescente, que "la política es una vocación". Discutió con el presidente del cuerpo, Emilio Monzó, a quien le planteó una cuestión de privilegio porque se mostraba renuente a facilitar una sesión que el gobierno no quería en absoluto habilitar pues en ella se discutiría -como sucedió- la espectacular gestión de Macri que, por cierto, a esa altura ya era una especie de guerra de baja intensidad contra las clases populares. 

Y no se anduvo con chiquitas, Camaño. Dijo así: "Ustedes no pueden seguir mostrándonos a nosotros cobrando ingentes sumas de dinero mientras no hacemos un carajo" (sic). Y agregó: "¿No les da un poco de vergüenza? ¿No tienen ningún amigo que les dice que viven sin laburar...? A mí nunca me pasó que me avergonzara mi salario porque venía acá y trataba de honrarlo, pero no podemos seguir sin trabajar, no podemos seguir cobrando lo que cobramos, el país está en crisis". 

A confesión de parte, autos para sentencia. Mientras tanto, allá en el norte (así dijo una vez el cantautor Tejada Gómez), Candelario pita su chala... y muere. Y ni falta que hace mirar al norte. Aquí cerca, a minutos del obelisco, el Pitu, el Rata, Pedro el Chueco y algunos más de la bandita que armaron para vivir de algún modo, violan a un niño en la villa y se olvidan como pueden de lo que han hecho apelando a las neblinas del paco, y mientras duermen un sueño intranquilo sueñan que viene la policía a golpearlos y a violarlos, ahora, a ellos mismos, hasta que despiertan y descubren que no era un sueño.

Tal vez corregir un poco las cosas no mueva el amperímetro de la contabilidad, pero seguramente mueve el del ejemplo, y el ejemplo suele rendir en términos políticos. Sin ir más lejos, a Cuba no le temen por su PBI, le temen por su ejemplo. 

Es una pena que la derecha diga cosas parecidas madrugando de ese modo a un progresismo que debería haber hecho punta en el tema. El economista Roberto Cachanosky, enojado porque el hijo de Caetano Veloso le interrumpió el breve placer de tararear "caballero de fina estampa" en el Gran Rex de la calle Corrientes, coincidió, por estos días, con Graciela Camaño. En un programa de TV les dijo a los dirigentes Daniel Arroyo y Victoria Donda: "muchachos... lloren por los pobres, pero empiecen por mirar que los Diputados le cuestan al erario 150 millones de euros, y los senadores, 148 de los mismos millones y de la misma moneda". Tuve dos curiosidades ahí. La primera, saber por qué el dulce de Cachanosky calibraba todo en euros y no en nuestro patrón bimonetario: dólares o pesos. Como no tenía forma de resolver la duda y, además, era irrelevante, me concentré en la segunda: ¿será cierto lo que dice Cachanosky? Y me agencié una copia del presupuesto 2019.

Un horror. Cierto de toda certeza lo que dice el economista neoliberal Roberto Cachanosky. Del rubro "Listado de Programas y Categorías Equivalentes" y con el Código 16 y la "Honorable Cámara de Senadores" como Unidad Ejecutora, surge que ese egregio cuerpo cuesta, por año, nueve mil ciento cincuenta y seis millones quinientos sesenta mil ochocientos quince pesos, sin centavos, y que esa bonita suma se gasta, entre otras necesidades, en pagarle el sueldo a cinco mil setecientos cincuenta y dos empleados. Y como los números de Diputados son similares y para no aburrir, obviaré los datos a esa Cámara referidos. Fuente: https://www.minhacienda.gob.ar/onp/presupuestos/2019.

Poner a andar de nuevo a la Argentina que destruyó Macri (pero que, ante todo, no fue destruida por Macri sino por una concepción económica que implicaba un modelo de país y que, con Macri o con cualquier otro, habría dado el mismo resultado), poner a andar este país, digo, requerirá de un apoyo inteligente al nuevo gobierno de Alberto Fernández porque este gobierno ubicará a la Argentina, en el tablero global, en el campo de los actores estatales que construyen la integración latinoamericana para devenir, de ese modo, afluentes del ya cada vez más vigoroso río del multilateralismo.

Son las razones que una reflexión inabdicable indica como definitorias a la hora de pensar la política nacional argentina en el siglo XXI. Esa reflexión también sugiere que lo que ocurre hoy no nace de la nada sino que tiene genealogía. 

La izquierda del siglo XX -por lo menos la izquierda que existió en la historia- fue de inspiración bolchevique o leninista (piénsese en Rusia, China, Vietnam, Cuba e, incluso, en el Chile de la Unidad Popular, y en los procesos de descolonización en el Tercer Mundo), y su aspiración fue "tomar el poder" cuando la madurez de las "condiciones objetivas" estuvieran en conjunción fecunda con las "condiciones subjetivas". La izquierda del siglo XXI, en cambio, ha quedado reducida al testimonialismo trotskista, mientras que, en el otro andarivel popular, circula un progresismo variopinto cuyo único programa es ganar elecciones sin que ese progresismo defina muy bien para qué y cómo vislumbra que podría probablemente seguir su curso el proceso histórico. Y saber esto ahora tiene que ver con que la derecha no vuelva, el día de mañana, a hacer negocios privados destruyendo el país y empujando al hambre a los argentinos.

La actualidad de Cuba y de Venezuela constituye referencia para unos y para otros. Un sector del progresismo junto a la derecha y al trotskismo están en contra de esos procesos populares que, porque emergen de la realidad y no de los libros, están hechos de herrumbre y barro, que siempre son la sustancia primordial de la esperanza. Esos sectores verían con buenos ojos, y abogan por ello, que Maduro y Díaz Canel se exiliaran como "dictadores" derrotados. Eso piensan y eso quieren.

Pero ocurre que la preservación de esos procesos y su avance hacia nuevas formas de organización social es de importancia política para el conjunto de los pueblos de Latinoamérica, no porque ninguna utopía deba guiar a la política en esta etapa histórica del desarrollo, sino por razones de legalidad internacional, de soberanía política, de acto reflejo que opta por la civilización contra la barbarie y porque la política siempre es, en última instancia, una cuestión moral. Esos procesos no tienen como meta ningún maximalismo liberticida. Solo son la protohistoria del futuro.

Así entonces, la Argentina se abre a su módica esperanza. La derecha siempre le exigió al kirchnerismno que se democratizara. Y el kirchnerismo se ha democratizado, qué duda cabe. Juan Manzur y Sergio Massa son, ahora, parte de la epopeya renovada.

La otra parte de esa epopeya tiene el rostro de los sueños y la fuerza de lo nuevo. Como Greta Thunberg, Ofelia Fernández se dispone a nadar contra la corriente. En la Contracumbre del G20 organizada por Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) en noviembre de 2018, había dicho: "... Hay una generación dispuesta a cambiar todo lo que deba ser cambiado. Somos la generación que tiene en sus manos derribar de una vez y para siempre el neoliberalismo en nuestra América porque la tibieza de la burguesía, a mí me seca la concha...".

Entrevistada por César Salvucci, el 19 de septiembre, para Sputnik, agregó: "... es posible dialogar con el enemigo. Yo pienso en la Legislatura. Lo que tenemos distinto son ideas, lo más entretenido de la política debería ser discutirlas...". Lindo, ¿no...?

En suma, siempre son más definidos los perfiles de una época que muere que los de una época que nace. Hoy, los actores de la política cultivan una suerte de hedonismo de amplio espectro y frecuentemente, que no siempre ni todos, parecen concebir las cosas de la polis como prebenda y no como servicio. 

En todo caso, lo que viene es una incógnita, y no solo en la Argentina: también en la región. Los procesos soberanistas que fenecieron y que ahora pugnan por resignificarse no deberían hacerlo en clave socialdemócrata porque la socialdemocracia es una forma de la resignación y ni Lula, ni Correa, ni Evo, ni Chávez, ni los Kirchner han estado o están en la política para resignarse a poco ni a nada.

Es miscelánea la realidad, como dice Borges que es el Oriente. Y el mejor aliado con que cuenta la derecha en la Argentina es la confusión y la serialidad mezclada de todo lo que no es derecha. Y la derecha solo ha sufrido un contratiempo pasajero con esta experiencia fallida del macrismo. Durante el gobierno de Alberto Fernández tratará de recuperar espacio y tiempo. No es la clase media, ni la del interior ni la de la capital federal, la que puede garantizar éxitos de cara al futuro. 

¿Cuántas "Ofelia Fernández" hay en el Conurbano bonaerense? ¿Cuántas en la periferia de la "Chicago argentina? ¿Cuántas en el "Gran Mendoza? ¿Y en Cuenca XV o San Lorenzo, cinturón pobre de Neuquén? Porque en los conurbanos también hay "centennials" y nos los/as estamos perdiendo. Se están muriendo.



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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