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Se dice que un juego es de “suma cero” cuando sumando los resultados que obtienen todos los jugadores resulta que las pérdidas de unos se compensan con las ganancias de los otros y el resultado final es “0”. Un ejemplo sería una partida de póker entre amigos. En cambio, en el casino, cualquiera fuera el juego elegido, la suma no da cero porque del monto total en juego hay que descontar las comisiones que recibe la “banca”.
Las distintas políticas de distribución del ingreso nacional entre las clases sociales que lo componen en general da ganadores y perdedores, aunque no necesariamente el resultado es de “suma cero”, ya que el total del ingreso (la “torta” a distribuir) puede ser creciente o decreciente. En unos pocos casos en la historia se ha dado que todos los participantes (todas las clases sociales) son ganadores; el caso emblemático es la Europa de la segunda postguerra y hasta los años ’70, en que la organización fordista (*) de la producción permitió un enorme aumento en la productividad del trabajo acompañada de ocupación creciente, con importantes incrementos en los salarios y también en las ganancias empresarias.
Otro caso posiblemente haya sido, aunque amplias capas sociales persistan en negarlo, el período argentino iniciado en el 2003, al menos en sus primeros años, en que el fuerte crecimiento económico fue acompañado de aumentos de los ingresos disponibles por toda la población, en especial los sectores más necesitados, en un “juego” de suma altamente positivo.
Otra historia se vive a partir de diciembre del 2015. Por un lado hubo un aumento desmesurado de las ganancias de la oligarquía pampeana (“el campo”) mediante la eliminación y rebaja de las retenciones a la exportación y una devaluación del peso del orden del 40%, lo que benefició también a los grandes exportadores, y, por el otro, la “liberación” de la economía que permitió aumentar el margen de ganancia de las grandes empresas, en particular al capital especulativo y financiero. Para completar el cuadro, hay que tener en cuenta que esas medidas tuvieron como consecuencia una alta inflación, que hizo posible la redistribución del ingreso, y una fuerte recesión (los cálculos más optimistas hablan de una caída del PBI del 1,5%) por lo que los “perdedores” son más perdedores que nunca.
¿Quiénes son esos perdedores? En primer lugar la numerosa clase trabajadora, por la pérdida de empleos y las suspensiones crecientes y, fundamentalmente, por la pérdida del poder adquisitivo de su salario (con una inflación superior al 45% los convenios colectivos de trabajo fijan aumentos de alrededor del 30%); en segundo lugar los jubilados y pensionados, que venían acostumbrados a una mejora de su ingreso real de alrededor de un 3% anual y que ahora, frente a la inflación existente, el aumento nominal del próximo semestre se limita a un 15%; en tercer lugar la clase media formada por productores, pequeños y medianos empresarios comerciales e industriales y de la mayoría de los profesionales, cuyos ingresos dependen de la evolución del mercado interno. Es decir, como en el juego del casino, en esta distribución del ingreso hay muy pocos ganadores y muchísimos perdedores.
La gran duda es ¿hasta cuándo el grueso de la población continuará aceptando unas reglas de juego para la distribución del ingreso que las perjudican ostensiblemente? Es la principal incógnita para los tiempos que vienen.
(*)El término fordismo, incorporado por Antonio Gramsci a las ciencias sociales, hace referencia al sistema originado en Henry Ford de producción industrial en serie, que elevó sensiblemente la productividad del trabajo.
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