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La democracia no se engaña en su aversión instintiva al cesarismo. Es la antipatía del derecho a la fuerza como base de autoridad; de la razón al capricho como regla de gobierno. Juan B. Alberdi (El Crimen de la Guerra)
La movilización se va acercando a casa. Los bombos, redoblantes y la “guía” animadora por los altoparlantes, estimulan el fervor de quienes marchan. Ya es un espectáculo cotidiano que eleva la efervescencia de vastos sectores de la población. No es un hecho aislado, es acá en Neuquén, un espectáculo que incrementa adhesión día a día. Hay docentes, obreros y empleados estatales, militantes de distintas fuerzas políticas y gente de a pie.
Del otro lado sin mostrar la cara ni dejar oír sus voces, salvo para denostar, un gobierno nacional con vocación autoritaria, que basa la resolución de los conflictos sociales en torcer el brazo a las demandas de los trabajadores, porque sienten que así, ratifican su autoridad, su capacidad de mandar y decidir en soledad. Cualidad que preservan más que su habilidad política. Ratificando que si algunos hasta hace poco se quedaron en 1945 estos se quedaron más atrás, en 1875, en el apogeo de las luchas obreras en Europa, reprimidas a balazos.
Ya no se puede hablar o escribir sobre la gestión Macri tratando de comprenderla o compararla con otros momentos más favorables de nuestra historia. Llegó la hora de evitar que su obcecado monetarismo nos arrastre a un enfrentamiento civil.
El régimen macrista no merece ninguna actitud comprensiva porque es inmune a cualquier relatividad. El suyo es el pensamiento único del dogma neoliberal. Y a este no se lo discute ya que es poseedor de la “verdad revelada” y nunca podremos ingresar con nada que provenga de lo que ellos llaman despectivamente “populismo”. Incluso si el término viene avalado por el Papa o por pensadores reconocidos como Ernesto Laclau o como Enrique Dussel que en sus cinco tesis acerca del populismo latinoamericano sostiene “la raíz conservadora del epíteto peyorativo como crítica política carece de validez epistémica”.
Pero, ¿cómo se lo puede combatir? Aceptemos que la movilización, el ganar la calle en señal de protesta con grandes multitudes, es una forma más que contundente y a la que se deberían ir sumando la oposición parlamentaria y la de aquellos que se sienten afectados material y moralmente por el régimen macrista, tanto en los derechos que se le conculcan como en la entrega del patrimonio que menoscaba la soberanía nacional.
De hecho hay formas más vulgares pero no por ello menos efectivas de combatir a Macri y a su régimen. Son actitudes que ya circulan por las redes sociales, pero que deberían ser cada vez más profusas.
El régimen ofrece un largo listado de furcios y claudicaciones que deberían ser capitalizadas por el ingenio popular. Así por ejemplo, remarcar por los medios sus actos fallidos y otros que no lo son, como aquello de, querido rey o lo de Ana Frank: sé feliz y sin ir muy lejos lo señalado concaer en la educación pública.
Ironizar acerca de su ignorancia de la Historia, menoscabar los ámbitos difundidos donde se formara como educando el presidente y sus dilectos amigos, ¿escuelas de tahúres de apariencia confesional? O las mentiras cuando intentó justificar la aparición de su nombre y posición jerárquica en las empresas registradas en guaridas fiscales.
El combate se centra en apuntar a aquellos blancos que expone cada vez que a diario abre la boca.
Preside un régimen que no cree en el país, que admira lo extranjero y las oportunidades de negocio que puedan beneficiarlo y pide perdón hasta por la gesta emancipadora a alguien que ni siquiera era rey en el momento de su repudiable frase: “la angustia que habrán sentido, querido rey, aquellos hombres al separase de España”. El ex rey quedó estupefacto y digirió sin dificultad, tan grande como inédita devolución de reconocimiento hacia los colonizadores extractivistas.
Los Macri nacieron y se quedaron en el lado oscuro y casi delictual de la realidad política argentina, para sentirse en ella como peces en el agua y desde sus guaridas off shore o sus negocios, construyeron su venturoso futuro.
Confieso que ya no intento ninguna comprensión de una gestión que me resulta hostil y antinacional para mí y para mi gente y que carece de la más elemental voluntad de cumplir con los anhelos de bienestar de su pueblo.
Ojalá tuviese la paciencia de esperar con templanza las fechas de elecciones con la certeza de un triunfo que “pare la mano” de la avalancha de sus medidas. Pero la ansiedad y la posibilidad de fraude intranquilizan.
Son muy fuertes las palancas del poder que manejan: los medios, el Poder Judicial y ahora el intento de resucitar a Frankenstein, léase Fuerzas Armadas, a las que reviven con el fuerte sonido despertador de la compra de armamentos sofisticados, que no faltará quien quiera ponerlos en uso, hacia adentro contra la propia población o hacia afuera encendiendo la mecha en una América Latina que hoy vive, todavía, los gozos de la paz.
Estamos en la rueda inevitable de nuestra historia, una vez más ante las mismas o parecidas causales que dieron pie a la resistencia del pueblo argentino a los regímenes antidemocráticos que proscriben. Ya no son militares los que gobiernan pero hay quien no oculta hacerlo en su nombre contrabandeando su programa, y pronto con un nuevo armamento.
Por este camino, Macri nos lleva a la confrontación civil. Sin embargo hay que advertirle que con ciertos aliados, las guerras son caras en vidas, según lo muestra el propio Imperio en sus múltiples frentes.
Lo temible es que este arsenal sí le da para reprimir y someter impiadosamente al pueblo argentino.
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