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Dijo una vez Néstor Kirchner, cuando recién se aventuraba por el escenario político nacional: "nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio, pero nosotros somos peronistas". Y bien. El peronismo salió con un domingo siete, "le puso un freno a Milei" y la dimensión de la derrota que todavía están tratando de digerir unos rústicos adalides del "equilibrio fiscal", hace espejo con la preocupación que el pueblo de la provincia de Buenos Aires había empezado a manifestar frente a las efusiones emocionales de un sujeto elegido "presidente" en una noche de brujas en que le dijeron -como a Macbeth- "tú serás rey". Y trató de serlo con una excelente dosis de comprensión de lo que de él se requería, pero con un grave déficit de pericia política para implementar el "modelo" que acaba de rechazar el pueblo de la Provincia.
Una victoria de Fuerza Patria para todos los bonaerenses y una victoria del peronismo para todo el país (así describió la jornada electoral el gobernador Kicillof), resulta ser, en suma, lo que celebramos en estos días.
Tal vez sea más fácil saber qué han repudiado los bonaerenses en la reciente jornada, que percibir hacia dónde orienta su proa hoy la nave nacional, aunque si acertamos en lo primero lo segundo tenderá a configurarse a su contraluz y, por ende, a dibujarse con mayor nitidez.
Así, nos parece que la Argentina se debate ante una tragedia que constituye su propia singularidad y que es única en el mundo: se halla gobernada por un lote de improvisados que, ya antes de las recientes elecciones, esperaban superar ese riesgoso trance para enseguida abocarse a lo único que pueden ofrecer hoy al país que un día quedó a su cargo: que baje el riesgo país para salir a tomar deuda para pagar la deuda que contrajo el gobierno de quienes hoy fueron sus secuaces en la elección provincial.
Lo bueno inmediato de esta victoria popular ha sido que retrasa las agresiones de tipo estructural contra la organización obrera y popular, verbigracia, las reformas laboral, previsional e impositiva. Las tres, en conjunto, constituirían, si algún día alumbraran, el instrumento de una brutal transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia las patronales aun cuando, para implementarlas, tendrán que esperar que octubre les depare lo que este septiembre les negó de modo contundente.
Lo laboral tiene que ver con la medida en que las patronales se apropian del excedente que produce el trabajo. El salario, en la visión empresarial, es un "costo laboral", como lo es la indemnización por despido. Y, con obstinación digna de mejor causa, las empresas insisten en despedir cuando quieran y sin pagar la actual compensación (que ya es módica) establecida en las leyes y convenios colectivos de trabajo, así como también insisten en congelar salarios en paritarias operadas "imparcialmente" por un ministerio de Trabajo ad hoc. Bien entendido que estos designios antiobreros serían menos amenazantes si los trabajadores contaran con una central obrera que genuinamente los representara, lo cual no es el caso.
En cuanto a lo tributario, las empresas quieren una reforma que les permita no pagar impuestos, o pagar poco y nada. De ese modo -sostienen- se "estimula la inversión". También aspiran a vivir en una sociedad que no tenga por prioritarias las cosas del espíritu sino las del lucro y los negocios. Axel Kicillof dijo, en su alocución celebratoria del triunfo, que los objetivos nacionales a perseguir por un gobierno deberían ser, junto a la producción y el trabajo, la educación y la salud... la CULTURA y la CIENCIA. Pero a éstas hay que pagarlas, y está bien que así sea, porque un país -que no es lo mismo que una empresa- no puede sostenerse sin ciencia y sin cultura. Y los que deben pagarlas son los que tienen cómo hacerlo, esto es, los grandes contribuyentes. Hay, en los dichos de Kicillof respecto de la ciencia y la cultura, una clave cifrada de lo que debería de ser el futuro asequible y deseable de esta gran democracia del Sur, por así llamarla. El problema aparece cuando los empresarios se niegan a que "sus impuestos" se gasten en naderías como la ciencia y la cultura, que muy bien pueden financiarse mediante la filantropía; es preciso saber que en todo filántropo habita un evasor escondido.
Respecto del victorioso gobernador del domingo siete, dijo una vez un conocido periodista que Kicillof era tres veces dogmático: marxista, judío y, encima, hijo de un psicoanalista. Francamente, en este país se han dicho cosas como para que después nadie se tenga que preguntar por qué un tipo como Milei está en la Casa Rosada. Karl Kraus tiene escrito mucho y claro acerca del papel del lenguaje (en particular del lenguaje periodístico) en la pavimentación de los caminos que conducen al infierno.
Ahora, ese mismo periodista, ha dicho que Kicillof es el "máximo vencedor" de la elección bonaerense, algo que comparte Perogrullo pero no Máximo Kirchner.
El ataúd del Pro, en todo caso, estuvo -ahora sabemos- fabricado con madera de pino, esa de fácil combustión que se usa para encender los primeros carbones de la parrilla o para construir los rústicos cajones de fruta; el ataúd del kirchnerismo, en cambio (el del peronismo), parece ser de roble, si es que no está hecho de acero inoxidable.
Aun a riesgo de que nos confundan con peronistas de la primera hora o de horas posteriores, diremos que el domingo pasado "GANAMOS...!", y ello por una razón simple pero densa: este hombre no agredía con sus políticas sólo a una sociedad nacional, sino a valores que son de la humanidad entera. La dignidad personal y el derecho al alimento son de este tipo de valores y derechos (que el Estado tiene la OBLIGACIÓN de proveer porque un país es un ente de derecho público como una empresa lo es del derecho privado). Y es del caso que un despreciable cogido al voleo por unos "hombres de negocios" era el encargado de desnaturalizar o disminuir esos valores, principios y derechos.
Ya más allá de la segunda mitad del siglo XX el peronismo, que había nacido en 1946, conservaba todavía en su seno, unos núcleos macartistas, antiizquierdistas y de sesgo acentuadamente ultramontano. El correr del tiempo y las batallas libradas con variada suerte y en soledad o con aliados impensados, fueron convenciendo al "Movimiento" de la necesidad de soltar lastre de modo de oxigenarse a fondo tirando por la borda aquellos residuos fascistoides. Sólo le quedó, después de esa necesaria operación de higiene ideológica, la justicia, la libertad y la democracia como núcleo axiológico de su cosmovisión. Esto emparienta al peronismo, en la era de la globalización, con las socialdemocracias europeas, lo cual es una cosa buena y no una mala, como tal vez supongan Guillermo Moreno o Santiago Cúneo. Y las socialdemocracias, en Europa y en occidente, existen desde el siglo XIX. Ni la globalización ha podido con ellas e, incluso, las ha instaurado en la función de concreta opción política ante los diversos experimentos fascsitoides que esa misma globalización prohija. Y el peronismo ha devenido, así, la forma criolla de la socialdemocracia. Por eso no lo pueden matar, ni morirá, al menos por un largo tiempo.
A todo esto, séanos permitido opinar sobre lo que ocurre en casa de amigos muy queridos. Ahora viene el futuro, que tendrá el nombre de Cristina y Axel. Nadie espera que no disputen a cara de perro. Lo que si se espera es, de parte de ambos, la misma sensitiva pericia que manifestaron antes de la elección provincial para unirse frente al enemigo común.
Las estaciones son el próximo octubre y las presidenciales de 2027. Ir separados en ambas o en alguna de ellas sería una lástima, por no decir algo soez.
En todo caso, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) debería ser estimulada a aumentar su protagonismo de cara al futuro de corto plazo. Trabajar por la anulación de la proscripción a CFK, de eso se trata. Si allí prosperara una instancia procesal, ello potenciaría la energía cinética de una eventual fórmula peronista para 2027. Salvo, claro, mejor opinión de Axel. El derecho a elegir y ser elegido es muy caro al derecho internacional de los derechos humanos, al punto de que tanto la Convención Americana como el Pacto internacional de Derechos Civiles y Políticos, en sendos artículos (23 y 25 inc, b respectivamente), consagran el derecho a votar y ser elegido.
La división -eso es muy claro a estas horas- no paga buenos dividendos y sería un derroche no aprovechar el triunfo en la Provincia. Pues ventear en boca de pozo todo el combustible obtenido en esta compulsa como si nos molestara el sobrante, sería el mejor modo de ganarse el repudio definitivo de los más vulnerables y el de esos menos vulnerables que decidieron, en un gesto de responsabilidad cívica, votar al peronismo, ante la evidente debacle pública y personal de un hombre insólitamente devenido autoridad política.
Al día siguiente del categórico pronunciamiento popular ya se oían voces que proclamaban la novedad de que el gobierno "no tiene plan B", o sentenciosos reproches a un gobierno derrotado que "no escuchó el mensaje de las urnas"; tal fue el caso de Pullaro, el gobernador de Santa Fe. Pero es que un gobierno escucha o tiene planes alternativos cuando ha venido a gobernar en el propio sentido del verbo. Pero éstos no vinieron a gobernar sino a resolver un empate histórico que se expresa en crisis políticas recurrentes y que no pudieron superar ni las dictaduras militares ni los gobiernos civiles que proclamaban que la "democracia" era la solución. Desde De la Rúa en adelante, la "continuidad jurídica del estado profundo" argentino se expresó en la presencia de, por caso, Sturzenegger, Luis Caputo y Bullrich en todos los gobiernos sucesivos con excepción de los "K"... Y "milei" constituyó el intento de imponer el programa de un bloque en el poder que, en medio siglo, se ha reconfigurado a sí mismo como alianza clasista sucesivamente agrario-industrial y agrario-financiero-corporativa, en ambos casos funcional a un diseño geopolítico regional en el cual la subordinación a Washington ha sido punto central de su programa. Milei no tiene políticas alternativas, ni las tendrá; nada le importa no tenerlas ni quiere tenerlas; y, si quisiera tenerlas, no podría, pues la encomienda recibida no ha tenido ambigüedades: bajar el "gasto" a como dé lugar. Y a este designio -que viene con el sello de la "corporación América"-, sólo lo puede frenar, como quedó demostrado el domingo 7, el pronunciamiento electoral masivo.
Pues estos pronunciamientos sirven para mucho más de lo que parece. En el hoy de la globalización capitalista, el opuesto dialéctico de las elecciones como táctica de poder, no existe. Empero, y a pesar de que todo polo negativo requiere de su positividad para existir, lo electoral seguirá viviendo huérfano de oposición hasta que la realidad diga lo contrario. No antes.
En este contexto "gnoseológico", percibimos también cómo la derecha cavernaria sustituye el asco que le suscita la pobreza por fingida preocupación por su existencia. Le imputan a otros la causa de la miseria y proponen la "prosperidad" y la riqueza material. Pero en esa oratoria subyace siempre un objetivo político. Saben que la bandera de la redención de sus víctimas nunca será genuinamente de ellos. Por ende, ofrecen, para lo inmediato, el "equilibrio fiscal" y, para el largo plazo, la prevención contrainsurgente, según decimos a continuación.
Los gobiernos de la derecha en Latinoamérica tienen la mira puesta en algún enemigo interno que declaran como causa única de aquella pobreza y de todas las calamidades sociales que viven sus países. En Argentina, ese enemigo mortal -demonizado hasta el paroxismo- es "el kirchnerismo". Todas las derechas latinoamericanas tienen en mira una sola cosa: que no surja ninguna fuerza política capaz de mover el satélite nacional de la órbita de Washington. De otro modo: impedir que el enemigo se forme. En Argentina, el kirchnerismo es demonizado menos por lo que hizo y potencialmente puede hacer, que por las medidas de autonomía geopolítica que, eventualmente, pudiera tomar. Argentina en los BRICS o en la Organización para la Cooperación de Shangai (OCS), pues no hay que ser asiático para estar ahí, es el único infierno que temen. Pero para que eso suceda, debe ganar las elecciones un actor político que tenga eso en su Programa o que venga con ese "cuchillo bajo el poncho". Y ese actor sólo podría presumiblemente configurarse en "la tercera", es decir, en los conurbanos. Eso es lo que temen y ni ellos saben que le temen a eso. Es un terror nocturno, una pesadilla inconsciente. Milei, con lo primero que cumplió, fue con proclamar la pertenencia de la Argentina al campo "occidental". De ese modo, blanqueó lo onírico inconsciente desplazándolo al orbe de la vigilia.
Acerca de cómo concluirá este experimento que parece haber fallado ya, es demasiado pronto para saberlo. Pero podía fallar. Ya lo había dicho Tu Sam quien, en el punto de lo estrafalario, se parece a Milei. En todo caso, una módica prognosis indica que la estabilidad institucional no tiene en el actual presidente ningún reaseguro y que, mirando al futuro, tal vez sea sólo Cristina Kirchner quien mejor la asegure. Urtubey lo sabe. Los incendios se apagan con bomberos dotados de la tecnología apropiada y, si esto sigue así, termina mal, como acaba de decir el "desarrollista" Zago.
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