-?
Cuando era estudiante, de esto hace muchas décadas, un profesor de estadística nos decía que había dos formas de mentir: con palabras o con números, esta última mediante la estadística. Después me enteré, siendo contador, que había otra forma de hacerlo con números más usual: la presentación que se hace con las cifras que resultan de la contabilidad, sea pública o privada (por ejemplo, Caputo no computando los intereses de deuda capitalizados, para dar superávit financiero). Sobre esto, un cuento francés dice que todo empresario que se precie de tal necesita cuatro balances distintos para la misma empresa y con idéntica fecha: uno para el banco, demostrando una buena situación y merecedor de cualquier crédito, uno para el fisco, demostrando que prácticamente se pierde plata, otro para los socios o accionistas, mostrando una ganancia normal que los deje conformes pero no tanta como para que pidan un mayor dividendo y, finalmente, uno para él, para saber realmente cómo diablos va la empresa. O el viejo chiste del cliente que va con la documentación al estudio del contador para ver el resultado de su empresa y él, antes de empezar a trabajar, le pregunta “¿Cuánto quiere que le dé?”.
Pero para esta columna no me pidieron que cuente chistes viejos y, además, malos, sino que escriba de economía. Y hoy vamos a tratar un tema muy serio, que no da para bromas: el de la pobreza y su medición.
La pobreza en Argentina, según la última publicación del Indec, para marzo de este año, alcanzaba al 31,7% de la población, lo que representa una disminución de la pobreza muy significativa que Milei presentó como el gran éxito de su política. En realidad, una baja importante en el índice de pobreza en un período en que han disminuido los salarios reales, el monto de las jubilaciones, han cerrado empresas por falta de ventas, ha aumentado la desocupación y, lógicamente, ha caído el consumo masivo, más que éxito político sería un verdadero milagro.
Pero analizando un poco las cifras uno ve que no es un milagro sino una manipulación estadística, lo que me llevó a recordar a mi profesor de estadística que refiero al comienzo. Resulta que en diciembre del 2023 Milei, recién asumido el gobierno, dispuso una megadevaluación que subió al precio del dólar un 118% que, como ocurre siempre, dio lugar al aumento de los precios de los bienes, mientras que los sueldos reaccionan mucho más lento; esto llevó a que diciembre cerrara con una pobreza que abarcaba el 54,8% de la población. Lo que dice tácitamente Milei es que diciembre del 2023 corresponde al gobierno de Alberto Fernández (incluyendo la devaluación que él ordenó). En realidad, 30 de noviembre está más cerca del 10 de diciembre que el 31. Si comparara el índice actual con el de noviembre el milagro desaparece.
Volviendo al último índice del Indec, recientemente se ha presentado un informe de Martín Ropetti y Diego Bosco (de la consultora “Equilibra”) que cuestiona la última medición del Indec porque usa un patrón de consumos construido en 2004/05 que ha quedado totalmente desactualizado (en particular por la incidencia en el presupuesto familiar del precio de los servicios esenciales, como electricidad, gas, agua, transporte); el Indec tiene aprobada una nueva metodología que no se aplica porque el índice de la inflación sería mucho mayor que el que resulta de aplicar la actual, cosa que ya ha señalado críticamente el FMI. En el estudio citado se aplica esa nueva metodología y el índice de pobreza resultante es 43,3% en lugar del 31,7% oficial. Más cerca de la triste realidad y más lejos del supuesto milagro.
Estos índices miden el porcentaje de habitantes sobre el total de la población cuyo ingreso está por debajo de una determinada cantidad, denominada “línea de pobreza”; en la construcción del índice se presentan dos problemas principales: 1) definir qué conjunto de bienes conforma la canasta básica que, a la vez, sea representativa del consumo y lo suficientemente estable para analizar su variación en el tiempo; y 2) el hecho que la gente sea renuente a declarar sus verdaderos ingresos. De todas formas, es el más usado.
La más simple posiblemente sea el del Banco Mundial sobre extrema pobreza, fijado en 1,25 dólares diarios por persona (cotizado según la paridad de poder de compra, para evitar las distorsiones en la cotización oficial).
Además, se han propuesto otros índices compuestos para mejorar la medición de este fenómeno, apuntando al bienestar (y por diferencia, queda implícito, a la pobreza estructural). El más usado es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) propuesto por las Naciones Unidas, que combina tres parámetros: el bienestar material medido por el PBI por habitante, la salud (esperanza de vida al nacer) y la educación, en cuya elaboración intervino el conocido economista especializado en este tema, Amartya Sen. Con este índice nuestro país aparece bien calificado: en 2023, último dato publicado, Argentina registró un valor de 0,865 y se ubicó en el puesto 47 entre 193 países y territorios (Islandia encabezó el ranking global con un IDH de 0,972, mientras que Sudán del Sur ocupó el último lugar con 0,388). En América Latina, Argentina se posicionó segunda, por detrás de Chile (0,878) y por delante de Uruguay (0,862) y su índice es superior al de los cinco países integrantes del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Por otro lado, la CEPAL presentó este año su propio índice compuesto (“Índice de pobreza multidimensional para América Latina”) que tiene en cuenta 1- vivienda, 2- salud, 3- educación, 4- empleo y bienestar, cada uno de ellos compuesto, a su vez, por 3 indicadores, lo que hace un total de 12. En los primeros datos (corresponden a 2022) en América Latina el mejor índice corresponde a Chile, y luego, en orden, Uruguay, Costa Rica y Argentina.
Además, del informe se obtiene datos muy interesantes. Por ejemplo, el índice varía según grupos etarios (a mayor edad mejor índice), raciales (de origen indígena tienen mayor pobreza que el resto) y por género (relación de 1,2 entre el índice de varones frente al de las mujeres), que representa discriminaciones que la sociedad debe combatir.
También muestra una mejora en el tiempo de estos indicadores, fenómeno que es universal. En las últimas décadas se ha asistido a grandes mejoras, algunas sorprendentes. Por ejemplo, en China aplicando el índice de extrema pobreza del Banco Mundial (1,25 dólares diarios) en 1981 existían 838 millones de pobres; en 2011 había bajado a 84 millones, lo que significa que en dos décadas más de 750 millones de habitantes dejaron de ser pobres.
Otro caso es el de Brasil. Durante la primera presidencia de Lula el país experimentó un fuerte crecimiento económico que, combinado con programas sociales como Bolsa Família, logró sacar de la pobreza a cerca de 30 millones de personas.
También en Argentina. Como ejemplo transcribimos textualmente la noticia aparecida en “La Mañana”, (1º de setiembre del 2015, durante la presidencia de Cristina Kirchner): “El FMI ubicó a la Argentina entre los países de la región que más redujeron la desigualdad entre sus habitantes, a partir de mejoras tanto en los ingresos como en la educación de su población y elogió las transferencias estatales como la Asignación Universal por Hijo y la inclusión de mayor cantidad de ciudadanos a régimen de cobertura previsional”.
El tema de la pobreza es muy serio y no da lugar para bromas. Vivir en la pobreza significa, según palabras de Amartya Sen, tener dificultades para acceder a la “libertad positiva”, que es la capacidad para ser o hacer; el ejercicio de la libertad positiva requiere que las necesidades básicas estén satisfechas y que no encuentren obstáculos para el acceso a buenos niveles de educación y salud.
Que más de 4 argentinos de cada 10, entre ellos más de la mitad de los menores y adolescentes, viva en la pobreza es una afrenta a toda la sociedad. Que haya hambre en un país en el que sus dirigentes dicen que puede alimentar a 400 millones de personas es un insulto a todos nosotros.
Es una deuda interna que muestra que el problema está en la distribución del ingreso, en que pocos reciben mucho y muchos muy poco.
Solucionar esto es más importante que solucionar el tema de la deuda externa o de la deuda pública general, es más importante que cualquier consideración sobre equilibrio o superávit fiscal, Debería ser el problema político prioritario.
Va con firma | 2016 | Todos los derechos reservados
Director: Héctor Mauriño |
Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite