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Un indicio para entender qué está ocurriendo con la Argentina o con su sociedad y, con cierta posibilidad de alivio, es la lectura de la historia. Y entonces, se comprenden algunas cosas. Por caso, que en 215 años transcurridos desde los primeros escarceos por la independencia, pocos períodos estuvieron conducidos por movimientos populares, nacionales.
Cierto, si se tomara solamente el lapso de las poco más de cuatro décadas de continuidad institucional post-dictadura, más de la mitad fue gobernado por presidentes siguieron los mandatos de los poderes hegemónicos del país y/o del extranjero.
Entonces, la lectura del libro de Susana Bandieri, centrado en la década de 1880, permite conocer las causas de hechos cuyas consecuencias se extendieron en el tiempo y así se convirtieron en parte del paisaje, asimilables a la naturaleza y por tanto percibidos como inconmovibles e imposibles de transformar.
Bandieri analiza los procesos, económicos, culturales y políticos que configuraron el Estado nacional. El libro expone las profundas transformaciones que produjo el roquismo tras superar las internas con Mitre y los suyos, y a costa de aplastar la rebelión de las provincias, someter a los pueblos indígenas y plantear una inexorable inclusión de Argentina en el sistema mundial. Así, se constituyó una nación sobre la base de un genocidio, del desprecio de la población criolla y con un programa de inmigración fallido que tergiversó el proyecto de Alberdi y Sarmiento. Como telón de fondo, la economía argentina estaba profundamente condicionada por el incremento de la deuda externa, porque cada avance (¿progreso?) logrado por Roca se financiaba con dinero extranjero.
En efecto, dice Bandieri que “en el transcurso de la década de 1880, el presupuesto nacional casi se triplicó, abocándose principalmente al pago de la deuda externa -que iba en alza debido a la afluencia de empréstitos”, además de la financiación de la obra pública y ferrocarriles contratados fundamentalmente con empresas de origen británico. El crecimiento económico y la modernización, explica la autora, “beneficiaron sobre todo a los poderosos (dueños de la tierra, grandes comerciantes y financistas), vinculados mayormente con los capitales británicos, sin beneficios significativos para el conjunto social”. A tal punto esto es así, que, por ejemplo, la mayoría de las inversiones en Patagonia fueron hechas por capitales de origen chileno (empresarios alemanes naturalizados) y británicos, varios provenientes de las Islas Malvinas, luego del laborioso proceso para desmontar los conflictos limítrofes con Chile y fijar las fronteras. Como si se hubiera definido el territorio para luego transferirlo al capital extranjero.
Sin embargo, durante este período también nacieron las primeras organizaciones obreras en el país, cuyo origen (socialista, comunista, anarquista) tuvo estrecha relación con el proceso inmigratorio. Las luchas se desarrollaron primero como reivindicaciones y reclamos y como proyectos de sociedad después, y originaron un movimiento sindical fuerte si bien heterogéneo que enfrentó una clase dirigente conservadora, autoritaria y xenófoba. Al cabo de este proceso, las ideas libertarias y socialistas sumadas a la herencia de los caudillos populares confluyeron en el radicalismo yrigoyenista, y más tarde, en el peronismo. Ésa fue la semilla de esa suerte de anomalía nacional y popular que resiste, propone y es la verdadera alternativa al establishment. Pero ése no es tema de este libro.
Bandieri, Susana. 1880. Estado, orden y progreso. Serie Años cruciales. Colección Humanidades. Los Polvorines, Bs.As., Ediciones UNGS, 2024, 156 páginas.
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