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Columnistas
09/03/2025

La batalla de Mbororé

La batalla de Mbororé | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Entre otras consecuencias, el enfrentamiento, del 11 al 16 de marzo de 1641, es de gran importancia histórica porque puso fin a los “bandeirantes” y a la expansión portuguesa hacia el oeste.

Humberto Zambon

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En este mes de marzo se cumplen 384 años de la batalla de Mbororé, uno de los hitos de la historia argentina (y americana) que, lamentablemente, permanece desconocida para la mayor parte de la población.

En el año 1608 una real cédula ordenaba al gobernador del Paraguay, Hernandarias, que hiciera posible que los jesuitas evangelizaran y fundaran pueblos en la zona del río Paraná, lo que dio lugar a las “misiones jesuíticas” en el territorio delimitado por los ríos Paraná y Uruguay y que se extendían al este, en lo que hoy es territorio de Rio Grande del Sur (Brasil). De las misiones, iniciadas en 1609, que posiblemente se basaran en el ejemplo de Vasco de Quiroga en México y en el libro de Tomás Moro, nos ocupamos la semana anterior y a esa nota nos remitimos.

Mientras tanto los holandeses trataron de ocupar el actual Brasil, colonizado por los portugueses, estableciendo bases y controlando el comercio marítimo, lo que interrumpió el tráfico de esclavos africanos que utilizaban los hacendados azucareros en la zona de San Pablo. Entonces éstos pensaron en reemplazar la mano de obra africana por indios esclavos; así se organizaron bandas de aventureros (“los bandeirantes”, en especial portugueses y holandeses) que se internaron hacia el oeste de lo que hoy es Brasil en busca de nativos para apresar.

Los guaraníes de las reducciones se convirtieron en víctimas ideales: indefensos, pacíficos y disciplinados para el trabajo. Entre 1620 y 1631 los “bandeirantes” atacaron a varias misiones capturando miles de guaraníes que fueron llevados a San Pablo y subastados como esclavos.

Los jesuitas decidieron defenderse. Con el visto bueno del Gobernador y de la Audiencia de Charcas, cumpliendo con el lema de “a Dios rogando pero con el mazo dando”, procedieron a organizar y armar a sus hombres; inclusive desde Buenos Aires viajaron siete militares españoles para dar instrucción militar a indios y jesuitas. En 1638 viajaron a España, para exponer la situación, los padres Ruiz de Montoya y Francisco Díaz Taño; consiguieron que el Rey (sujeto a la autorización del Virrey de Perú) permitiera el armado de los guaraníes, cosa que estaba prohibida por real cédula, Entonces Ruiz viajó hacia Lima para pedir la autorización virreinal y Díaz Taño a Roma, para plantear el problema al Papa, que emitió una bula condenando a los “bandeirantes” y prohibiendo el tráfico de indígenas. Con esa documentación viajó a Río de Janeiro (1640) pero, a instancias de los hacendados de San Pablo, Diaz Taño y los jesuitas que lo apoyaron fueron expulsados de Brasil.

En esos años los “bandeirantes” arrasaron con la reducción de Apóstoles de Caazapaguazú (en actual territorio brasileño) y se instalaron en el lugar. El padre Diego Alfano, al frente de un ejército de guaraníes, cruzó el río Uruguay y les dio batalla, venciéndolos y liberando a los capturados. Fue el primer triunfo de los guaraníes sobre los portugueses.

Los sobrevivientes llegaron a San Pablo y con los hacendados resolvieron dar un escarmiento a los nativos. Crearon un verdadero ejército “bandeirante”, compuesto por portugueses, holandeses y algunos aventureros de otras nacionalidades y “mamelucos” (mestizos), todos armados con armas de fuego, a lo que se agregaron indios tupíes con sus arcos y flechas. Partieron de San Pablo en setiembre de 1640.

El 25 febrero de 1641 comenzaron a bajar por el río Uruguay en 300 canoas y balsas pertrechadas. Por el otro lado se reunieron unos 4.200 guaraníes bajo el mando del padre Diego Alfano; contaban con 300 armas de fuego (arcabuces y mosquetes), arcos y flechas (7.000 flechas con punta de hierro), “macanas” (especie de garrotes), lanzas y piedras, además de algunos cañones de madera y forrados en cuero. Los guaraníes se replegaron hasta la desembocadura del arroyo Mbaroré, destruyendo a su paso todo lo que podía servir al invasor.

Luego de algunas escaramuzas, el 11 de marzo comenzó la batalla final, con 60 canoas con hombres armados con armas de fuego que enfrentaron a los “bandeirantes”, mientras desde la costa miles de guaraníes los hostigaban con flechas y piedras. Derrotados, los invasores desembarcaron en la costa izquierda del río y levantaron una barricada fortificándose allí. Los guaraníes los sitiaron, impidiéndoles obtener agua y alimentos, mientras los hostigaban con sus armas de fuego; En esas condiciones se luchó durante los días 12 al 15, mientras los sitiados sufrieron continuas deserciones, en especial de los indios tupíes, que se sentían más cómodos con sus compañeros guaraníes que bajo el mando de los portugueses.

El 16 de marzo pidieron por escrito negociar la rendición, pero los guaraníes rompieron la nota. Entonces trataron de huir, algunos en canoa por el rio, pero se encontraron con 2000 guaraníes que los enfrentaron; otros por tierra, hacia el este, donde se invirtieron los roles: los cazadores de indios eran los cazados. Muy pocos sobrevivientes llegaron a San Pablo.

La batalla de Mbororé, que costó la vida de Diego Alfano y duró 6 días (del 11 al 16 de marzo de 1641), tiene gran importancia histórica: 1- Puso fin a los “bandeirantes” y a la expansión portuguesa al oeste. Gracias a ella la frontera Argentina-Brasil está en el río Uruguay; de lo contrario, probablemente estaría en el Paraná. 2- Se afianzaron las misiones y tuvieron un período de un siglo de prosperidad económica. 3- Fue un golpe al mito de la supremacía blanca, concepción dominante en occidente y que en el siglo XIX se le pretendió dar fundamento pseudocientífico; este mito recibió un golpe final con la guerra ruso-japonesa de 1904 en que el primero, a pesar de la superioridad militar rusa y la supuesta supremacía racial, fue derrotado.

Aprovechando la autorización real para usar armas de fuego, las misiones llegaron a tener hasta 7.000 guaraníes armados como guardias de su territorio, hecho que fue motivo de inquietud y queja de los hacendados españoles, que se quejaban también de que le quitaran mano de obra para sus explotaciones. Estas fueron las principales causas que motivaron la orden real de Carlos III de expulsión de los jesuitas (31-3-67) y que significó el fin de las misiones.

Según escribió el jesuita José Cardiel (citado por Javier Arguindegui en “El Territorio”, 16-7-2018), que había sido párroco en varias misiones y que, luego de la expulsión se exilió en Italia y escribió las crónicas de las misiones y de su expulsión, ésta se debió al “apoyo que los responsables de las misiones jesuíticas dieron a los indios guaraníes contra los desmanes de los españoles”.

29/07/2016

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