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Milei pretende recrear a la realidad para adaptarla a sus extravagantes puntos de vista, empezando por reescribir la historia. No es el primero. Ya lo intentó la llamada “Revolución libertadora” de 1955, proscribiendo al peronismo y prohibiendo nombrar a Perón o a Evita; lo que consiguieron fue que cuando el pueblo hablaba de “El general” todo el mundo sabía a qué general se referían, que el peronismo siguiera vigente, ganara por paliza la primera elección libre, casi veinte años después, y que todavía hoy sea la principal fuerza política nacional. Y que, mientras Aramburu y Rojas son personajes olvidados, Evita sea recordada o conocida cariñosamente por las mayorías populares.
También la dictadura del ’76 pretendió cambiar la historia. Por ejemplo, el aula magna de la Universidad local, fue cambiada de nombre y designada “Perito Moreno”; vuelta la democracia, una de las primeras medidas tomada por unanimidad de alumnos y profesores fue reintegrarle su nombre original.
Siguiendo la misma línea, el gobierno libertario le cambió el nombre de Néstor Kirchner al centro cultural construido en el viejo edificio de correos y también al gasoducto que llevas el gas de Vaca Muerta al centro del país, rebautizado como “Perito Moreno” (en realidad Francisco Moreno no tiene ninguna culpa que utilicen su prestigioso nombre para suplantar nombres históricos que molestan a los poderosos de turno). Además, podrían recordar los antecedentes y también pensar en la letra del tango “Por lo que te va a durar…”.
Milei ha dicho (en la empresa Ualá el 11-11-24) que “El estado no genera nada, sólo destruye riqueza, lo único que hace es robarla a otros para repartirla entre amigos”. No puede ser que ignore que los países desarrollados, tanto Gran Bretaña como el resto del llamado primer mundo lo son merced a la intervención del estado y al proteccionismo. Así se industrializaron y recién entonces decidieron adherir al liberalismo económico. Fue el presidente de Estados Unidos, Grant quien, en el siglo XIX, sostuvo que “dentro de doscientos años, cuando (Norte) América haya sacado de la protección todo lo que puede ofrecer, también adoptará el libre comercio”. Con mayor intervención, en Japón directamente fue el estado el que creó las empresas industriales, financió la adquisición del conocimiento y, cuando aquellas estuvieron maduras, las entregó al capital privado. Y no es necesario hablar de Corea y menos de Rusia o de China.
Tampoco cuenta que durante los años ’60 y ’70, época de gobiernos estatistas y desarrollistas, en los países del África Subsahariana el ingreso per cápita creció a una tasa promedio del 1,6% anual, mientras que a partir de los ’80, cuando por presión internacional se volcaron al neoliberalismo y a las reformas pro-mercado, ese crecimiento bajó al 0,2%.
Ni mencionan que a medida que avanza la tecnología y los conocimientos científicos asociados, la investigación que culmina en innovaciones productivas requiere cada vez más tiempo y costos más significativos, lo que vuelve a las empresas privadas renuentes a enfrentarlos, por lo que en los países ricos, a pesar de que la ideología neoliberal aún dominante se indigna contra el estado y considera nociva su intervención en la economía, el estado reemplaza al empresario y cumple un papel fundamental en la innovación tecnológica. Mariana Mazzucato, profesora de la universidad de Sussex, Gran Bretaña, da numerosos ejemplos de este fenómeno: la biotecnología y el 75% de las nuevas drogas aprobadas por el Departamento de Salud de Estados Unidos han resultado de investigaciones pagadas por el estado; lo mismo ocurre con el algoritmo de búsqueda de Google, la tecnología que está detrás del IPhone de Apple o la fractura hidráulica para la explotación de gas y petróleo.
Además, durante la reciente pandemia la realidad mostró las consecuencias del desmantelamiento estatal de la salud pública y todos los estados, no sólo el nuestro, debieron endeudarse para tratar de reconstruirlo para bien de la sociedad.
Respecto a la actualidad, Milei ha dicho que “Hicimos el ajuste más grande de la historia de la humanidad y la economía sufrió durante 3 o 4 meses. Y eso es posible porque el ajuste cayó sobre el sector público y no sobre el sector privado”, que, además de ser discutible el triste papel de cuál fue el ajuste más grande, incluye dos falsedades: la duración del daño y sobre quien recae. Las consecuencias del ajuste se agravan a medida que pasa el tiempo:
La supuesta recuperación económica, tal como mostramos en la nota de la semana anterior, no existe, sino que el daño del ajuste se profundiza y agrava a medida que pasa el tiempo: lo muestran las cifras de la desocupación creciente y el índice de pobreza del 52,8%, después que 7 millones de personas pasaron, por sus ingresos, de la clase media a la pobreza.
Respecto a quien sufre el ajuste, C:E.P.A. (Centro de Economía Política) publicó un estudio según el cual el sector privado disminuyó un 2,2% la ocupación, mientras que el público (mucho menos numeroso) disminuyó solo el 1,3%. Además, la reducción del gasto público lo sufre el sector privado: la suspensión de la obra pública implicó la disminución de la venta de cemento en un 29% (1,3% en octubre), los materiales en general un 28,7% (2,75 en octubre), el índice Construye bajó el 28,3% en el año y la desocupación afecta especialmente a este sector. Además, los salarios perdieron aproximadamente el 20%, las jubilaciones el 17%, aumentó la desocupación y cerraron o quebraron unas 10.000 empresas PYME
También sostuvo, entre otras falacias, que “teóricamente estamos cerca de lo que será inflación monetaria cero”, que, por razones de espacio, dejamos pendiente para tratarlo la semana que viene.
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