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En principio es ir (volver) a Lucrecio, que participa con tres epígrafes que anuncian cada sección y funcionan, en cierto modo, como claves de interpretación de estos poemas. Así, Liliana Campazzo advierte un componente de inquietud en sus poemas: nada hay fijo, nada hay estable aunque las apariencias traten de desmentirlo o de ocultarlo. Todo será develado en su momento.
En Hotel Triunfoconviven dos libros. El primero describe el mundo de la poeta y su conciencia plena de estar en él: “Entre ser/ existir y estar/ elijo/ irme” (p. 34). Esta declaración casi heideggeriana acaso confirma las dos portadillas iniciales; la que dedica el poemario “a todos los caminos” y la que informa que a veces se viaja “al lugar de las pesadillas”.
El segundo libro está compuesto por las otras dos secciones: el viaje desde el Atlántico hasta la Cordillera en el norte argentino, donde se encontrará con la muerte de la hermana. Atravesará medio país para ir y volver de la Patagonia a La Rioja en un viaje enhebrado por el dolor y la incertidumbre.
Emprende, entonces, una peregrinación hacia ese horizonte clausurado por la montaña, un camino donde, “de San Vicente subí como una flecha/ hacia la luna”. Su derrotero terminó en un hotel desvencijado y sórdido con “pelos en la almohada/ marcas y señales de sábanas usadas/... Hotel Triunfo/ al borde de la ruta” (p. 64). Una humorada del destino casi. En el viaje de ida se había quejado porque “no hay lugar allí/ para dormir los mil kilómetros/ que me separan de mi cama” (p. 56)
El dolor y la muerte la acompañan desde esa primera parte, desde el relato de la internación de Alberto Fritz, el poeta-amigo-hermano que luego morirá y dejará a tantos, a tantas, sin consuelo. Buscará entonces el germen, “la palabra que anduvo tejida/ entre los dedos/ del que viaja hoy/ en la cama de hospital” (p. 26).
Habrá una “fallutada del destino” (p. 52) esperándola en el itinerario que enlaza la ruta, el horizonte, el camino, los recuerdos de la infancia y esas imágenes que menciona Lucrecio como el fundamento de la visión. Ellas dan sentido al ojo, y no al revés. Sin embargo, habría que recordar a Antonio Machado (cfr. “El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas;/ es ojo porque te ve”, en Proverbios y cantares).
Se le impone la imagen de las manos de su hermana, “la forma de sus dedos/ la manera de moverlas/ ese señalar con todos los dedos abiertos/ ese gesto irrepetible y suyo” (p. 42) y entonces la mirada de la poeta retoma los lugares y los momentos tan suyos: señales en vidrios empañados, lluvias que desdibujan lo que se ve y, finalmente, “Las manos de mi hermana/ no se parecen a las mías/ la mesa de escribir tampoco” (p. 43). Es el final y absoluto extrañamiento. Las cosas se han rebelado, tranquilas, lentas, suaves, como ese verso de Teillier señalado con un comentario doloroso “por soberbio” acaso donde el poeta chileno dice “conversé bajo el níspero cuyas hojas/ embriagan dulcemente/ el añejo sol del paso del invierno” (“tras releer a Li Tai Po”, en El molino y la higuera).
Liliana Campazzo: Hotel Triunfo. Colección Derivas poéticas. San Martín de los Andes, Neuquén, Ediciones Las Guachas, 2024, 74 páginas. Fotografías de tapa e interiores: Efraín Dávila.
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