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Primero fue el púlpito televisivo. Después, el atril de las redes sociales. Ahora algo mucho tangible: el Parque Lezama, el Luna Park o la Casa Rosada. Como columnista, panelista o Presidente de la Nación, Javier Milei logró que la Argentina vuelva preguntarse sobre la violencia política. Es decir, sobre la posibilidad de que los dichos pasen a los hechos y que la virulencia simbólica y discursiva se materialicen.
A los ya escuchados “ratas miserables”, “zurdos de mierda” o “ensobrados y corruptos” en los últimos días se sumaron “este era un hijo de re mil puta” (en referencia al recién fallecido ex ministro de Salud Ginés González García) y “me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina Kirchner adentro”. Metáforas aparte, y en clave Norman Briski, lo que era mera representación ahora puede ser real.
“La violencia simbólica siempre es la antesala de la violencia física. Y es también la expresión máxima de la anti política, ya que la esencia de la política es, justamente, la mediación de la palabra para dirimir conflictos. Esta violencia que hoy encarna el Presidente no puede tomarse solo como defecto en ‘las formas´, sino que pone en tensión a una democracia ya fragilizada”, advierte a la politóloga Gisela Brito.
La fragilidad comienza a ser cada día más patente. Por el protocolo antipiquetes, que desde enero de este año puso a las fuerzas de seguridad a “despejar” las calles y provocó (entre muchas otras) la represión del 12 de junio pasado contra quienes reclamaban por la sanción de la ley Bases (33 detenidos finalmente liberados y graves denuncias por violencia institucional).
Por la reacción cada vez más patente de quienes son descalificados por la palabra presidencial, y hostigados por comunicadores y militantes libertarios, ya sea en modo “periodismo tradicional” o través de trolls, bots e influencers. Así ocurrió, en las últimas semanas, con estudiantes y profesores universitarios afectados por el veto al financiamiento educativo.
Violencia es mentir
La escalada verbal y discursiva, que combina el insulto, la injuria y no pocas veces la mentira, encuentra a una sociedad en estado de shock por la dimensión (¿la brutalidad?) del ajuste, la falta de horizontes y la desesperanza que provoca la ausencia de alternativas visibles.
“Milei aprovecha un contexto de crisis de representación política, originado en las insuficiencias de los últimos gobiernos en dar respuesta a demandas elementales de la sociedad, como un piso mínimo de bienestar económico, seguridad, educación”, señala Brito, quien también es miembro Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).
Y agrega: “El Presidente propone una ‘batalla cultural’ que apunta a transformar, y torna cada vez más difusos, los límites del sentido común en materia de valores fundamentales para la convivencia democrática, como la solidaridad, la justicia social y la igualdad”.
Utilizando una retórica común con otras expresiones de la ultraderecha global, la Libertad Avanza parece apostar a convertir la frustración en odio y a éste en el puente de oro que legitime un reseteo de la organización social en clave anarcocapitalista.
La política no es concebida como una herramienta para construir consensos que permitan sostener un determinado modelo económico-social, sino la imposición, muchas veces en términos morales y maniqueos, de ese mismo modelo, que necesita de un enemigo (chivo expiatorio) a quien sindicar como responsable de todos los males y al que es necesario destruir.
Corre zurdo, corre
“Como los vamos a hacer correr, zurdos. La tenés adentro”, escribió en la red social X el influencer y comunicador libertario Fran Fijap (cuyo nombre real sería Franco Antúnez). Después de ese posteo, y de otras intervenciones del mismo tenor, fue a “cubrir” la marcha contra el veto a la ley de financiamiento universitario.
Ese mismo día, distintos canales de televisión mostraron imágenes donde un grupo de manifestantes reconocen a Fran Fijap en las inmediaciones del Congreso e intentan agredirlo. El influencer, que posteriormente denunció haber sido golpeado, tuvo que correr y refugiarse en un local de comida.
Una vez a salvo, lejos de admitir la imprudencia de la provocación que lo puso en riesgo, aseguró ser víctima de la violencia. “Hay que dejar en claro quiénes son los buenos y quiénes los malos”, declaró, y enseguida puso en la categoría de los malos a “orcos”, “socialistas” y demás “mierdas”.
Situaciones similares a la de Fran Fijap viven, cada vez con más frecuencia, militantes y funcionarios libertarios. Diputados oficialistas fueron agredidos a pedradas en la Universidad de La Plata. El presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, recibió una lluvia de huevazos en Río Gallegos.
Jóvenes libertarios denunciaron el ataque de una patota antes de un acto de Karina Milei en La Plata. La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, y el secretario de Educación, Carlos Torrendell, recibieron cánticos e insultos cuando arribaron al Aeroparque Jorge Newbery provenientes de Jujuy.
La lista quizás pueda extenderse. Pero más allá de la cantidad de situaciones, lo que estos hechos parecen indicar es que “los zurdos” que iban “a correr” empezaron a hacerlo. Pero no para huir sino hacia sus agresores (materiales, políticos, discursivos).
La paradoja puede resultar incluso graciosa, si no fuera porque expresa un escalón en el ascenso de la violencia. Una señal de alarma, una advertencia, sobre la posibilidad de un espiral de violencia que pase de los dichos a los hechos, engendrando condiciones que puede resultar trágicas.
“Cada vez que la democracia está en crisis emergen discursos como el de Milei. El riesgo es que la respuesta a la violencia sea más violencia. Creo que la sociedad argentina ha sabido construir anticuerpos para evitar este derrotero”, anota Brito.
La especialista subraya que para evitar una generalización de la violencia hay “un rol fundamental del tejido organizativo, los movimientos sociales y de derechos humanos, los sindicatos, las asociaciones de la sociedad civil, y también el periodismo, por la influencia que tiene para crear opinión”.
Fake news, injuria y redes
“La violencia política se ha convertido en parte de la cultura norteamericana moderna, tal vez no aceptada, pero cada vez más naturalizada”, puede leerse en un artículo publicado por el New York Times a propósito del escenario en el que se realizarán las elecciones presidenciales del 5 de noviembre próximo y que tienen a Kamala Harris y Donald Trump como protagonistas casi excluyentes.
La violencia, verbal y física (atentados e intentos de asesinato incluidos), parece formar parte del menú político-electoral de la primera potencia mundial, algo que se vio exacerbado por el crecimiento de la derecha radical y por la posibilidad del retorno de Trump a la Casa Blanca.
Un ejemplo de todo esto fue la intervención televisiva de Trump en la que volvió a atacar a los migrantes. El magnate sostuvo que en una ciudad de Ohio los ilegales comían patos, gatos y perros callejeros. Lo que siguió a esa afirmación, según la prensa estadounidense, fueron amenazas de bomba en escuelas, sedes municipales y edificios públicos que obligaron “a realizar evacuaciones y alentaron una ola de temor generalizado”.
Pero la secuencia no concluyó ahí sino que continuó días después, cuando las autoridades informaron haber detenido a un “seguidor desilusionado” del candidato republicano, quien se abrió camino con un rifle semiautomático hasta una cancha de golf en Florida donde estaba el expresidente, con la intención evidente de dispararle. Trump ya había sufrido un atentado en Pensilvania, el 13 de julio pasado.
Noticias falsas, amenazas y descalificaciones con las redes sociales como protagonistas, y una apuesta por la polarización política pero también social, forman parte de un combo explosivo. Y que se repite, con matices y particularidades, tanto en los países de Europa donde la ultraderecha no deja de crecer como en la Argentina.
“La mayoría de los populismos de derecha actuales tienen muchos lazos comunicantes entre sus líderes y asesores. Lo que veo como novedoso es el uso constante de una retórica muy agresiva que no es colectiva, sino que ya es hacia figuras individuales con nombre y apellido”, dijo esta semana, en una entrevista al diario La Nación, la politóloga, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río NegroMaría Esperanza Casullo.
Esta suerte de sindicación, de señalamiento individualizado, se suma a la estigmatización de colectivos sociales (comunidad LGTBQ+, artistas, etc.) y políticos (kukas, orkos, zurdos), y puede provocar la chispa que incendie el bosque. Si esto ocurre, las consecuencias pueden ser imprevisibles.
Un cordón sanitario
“En Europa se usa la figura del ‘cordón sanitario’ para expresar la idea de que no debemos asumir que los discursos de odio son parte de la convivencia democrática. La libertad de expresión es un derecho elemental pero no ilimitado. Las fuerzas políticas que proponen el exterminio del adversario, como lo hace explícitamente el actual Presidente, son expresiones del fascismo y merecen ser aisladas del debate público”, sugiere Brito.
Para la politóloga, ante los insultos y agresiones, frente al avance de la violencia simbólica y el acecho de su materialización, hay que “responder con más democracia, reafirmando y difundiendo los valores denostados e interpelando a la sociedad para que se involucre, sin miedo a la confrontación y al disenso, que son una parte esencial de la construcción de ciudadanía y de la política misma”.
“El freno a la violencia de Milei solo puede ponerlo la sociedad en su conjunto, rechazando y aislando los discursos violentos”, concluye Brito.
Un límite que, por pequeño que parezca en medio del vendaval que azota a los argentinos, puede neutralizar provocaciones y ser el primer paso de otro más largo. El que permita oxigenar la democracia.
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