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El 1 de octubre de 2024, luego de intensos bombardeos sobre la población civil en toda la zona fronteriza y en Beirut, Israel inició la invasión terrestre al Líbano, a la par de continuar las operaciones genocidas en Gaza y la Ribera Occidental.
El mismo día, Irán lanzó unos 200 misiles balísticos contra objetivos militares en el sur del estado hebreo y los alrededores de Tel Aviv, en su anunciada respuesta al asesinato de Ismail Haniyeh, el pasado julio.
En esa primera semana de Octubre, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelenski realizaba una gira por Washington y las capitales europeas en busca de apoyo para su orwelliano “Plan de Paz”, cuyo contenido conocido es, en realidad, continuar la guerra con una intervención abierta de la OTAN, mientras el ejército ruso avanza indetenible en el Donbas y el resto del frente.
Las dos guerras tienen el mismo canal de alimentación: las armas, equipos, asistencia en inteligencia y dinero de los EE.UU. y sus socios menores europeos, cuyo objetivo estratégico, si existe alguno, es derrotar a Rusia e Irán y reconfigurar las relaciones de fuerza en Europa y Asia Occidental.
Numerosos analistas discuten desde hace meses si estamos a las puertas de una III Guerra Mundial o ya en ella.
No se trata de un ejercicio académico sino de intentar comprender lo que ocurre, buscando salir del aturdidor ruido de la propaganda, las operaciones de desinformación y la censura, que tienen una potencia y alcance sin parangón en lo que va del siglo.
Si estamos dentro, no tiene porqué parecerse a la dos anteriores. De hecho la Primera y la Segunda no se parecen mucho. La Gran Guerra fue un conflicto entre los imperios europeos que se extendió a sus posesiones coloniales y se canceló con el agotamiento de los contendientes y la tardía entrada de los EE.UU.
La Segunda comprende en realidad dos guerras, la europea iniciada en 1939 por las cuestiones irresueltas en 1918 y la del Pacífico, comenzada en 1937 con la invasión japonesa a China, que se enlazan con el ingreso de los EE.UU. en 1941 en el Pacífico y al año siguiente en Europa.
Ahora tenemos dos guerras por delegación, en Ucrania y en Medio Oriente, también enlazadas por el papel de los EE.UU. Sin su financiamiento, suministros y cobertura política, Zelenski habría sido vencido hace más de un año e Israel sería incapaz de continuar el baño de sangre en Palestina e incendiar toda la región.
Como toda guerra por delegación, resultan crecientemente costosas e imprevisibles y más temprano que tarde empujan al delegante de cabeza al embrollo.
El 21 de octubre pasado el Secretario de Defensa, Lloyd Austin, confirmó la instalación en Israel de una unidad del sistema antiaéreo THAAD, junto al despliegue de 100 soldados estadounidenses para su operación. La unidad es la más costosa de su arsenal, en torno a los mil millones de dólares, y cada uno de sus 48 misiles cuesta unos 13 millones. Esto se suma a la presencia aeronaval en el Mediterráneo Oriental y el Mar Rojo que se extiende indefinidamente desde hace un año.
El conflicto es ya una guerra estadounidense. El ataque a Irán será sólo el último paso.
El 15 de octubre el Pentágono informó de una incursión de sus bombarderos de largo alcance B-2 Spirit contra instalaciones y depósitos subterráneos de armas de los hutíes en Yemen, tras un largo periplo, repostando, aparentemente, en bases australianas.
La costosa operación, donde se utilizaron por primera vez las bombas anti-búnkers GBU-57 MOP, es un adelanto de lo que podría ser el ataque a Irán, operación que los israelíes no están en condiciones de hacer solos, por limitaciones tecnológicas y por la explícita negación de Arabia Saudita y los Emiratos al uso de su espacio aéreo.
La guerra ya abierta contra Irán puede detonar un conflicto generalizado desde Chipre hasta Irak y el Cáucaso, incendiando todo el flanco sur de la Federación Rusa y poniendo en un dilema complejo a Turquía y las monarquías del Golfo.
El mismo dilema en el que están atrapados la Unión Europea y la OTAN en la llanura ucraniana. El 9 de octubre EE.UU. anunció la cancelación de la reunión del Grupo de Contacto con Ucrania (al que insólitamente ingresó Argentina en junio pasado) en la base estadounidense de Ramstein, en Alemania.
El Grupo está constituido por los Ministros de Defensa de la OTAN y sus aliados extra regionales y ha sido el espacio de coordinación del sostenimiento militar de Kiev. Su suspensión sine dieexpresa meridianamente los desacuerdos entre los miembros y el distanciamiento de la saliente administración Biden, completamente enfrascada en Medio Oriente, que busca dejar el desaguisado ucraniano en manos de los esperpénticos líderes europeos.
Estemos a las puertas o ya dentro del abismo, está en manos de la próxima administración estadounidense continuar el legado sangriento de Joe Biden y su corte de neocons, sionistas y fascistas de diverso pelaje o detenerse y reevaluar cuidadosamente sus estrategias imperiales, con sus opciones políticas y militares.
Mientras tanto la destrucción, la muerte y los sufrimientos inenarrables de cientos de miles de personas, siempre evitables e innecesarios, seguirán su curso dantesco que ningún relato retorcido puede ya ocultar.
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