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Hace tres años, el 26 de septiembre de 2021 se realizaron las elecciones federales alemanas para elegir al nuevo parlamento y al Canciller (equivalente al Primer Ministro) en las que por primera vez desde 2005 no participaba Ángela Merkel.
El Partido Socialdemócrata (PSD) ganó entonces la contienda pero, sin mayoría propia, formó un gobierno de coalición con los Verdes y el Partido Demócrata Liberal (PDL) que ungió como Canciller a Olaf Scholz. Es la llamada “Coalición Semáforo”, por los colores de la divisa de los partidos asociados.
En una clara advertencia de que algo estaba cambiando, por primera vez el voto sumado del SPD y los conservadores Cristianos Demócratas de la CDU (los partidos tradicionales de la posguerra) no alcanzó el 50% en aquella elección.
Un bipartidismo, que nunca caló en el sistema político germano, descendió otro escalón.
El gobierno de Scholz resultó el más impopular en la historia alemana, con un índice de desaprobación cercano al 70% a comienzos de este año.
Las elecciones regionales del 2 y el 22 de septiembre último en los Länderde Sajonia, Turingia y Brandenburgo fueron una derrota demoledora. El semáforo se apagó.
El impacto de la guerra en Ucrania, con el aumento de la inflación, los costos de la energía y la recesión económica golpeando duramente a la industria, produjo un cortocircuito entre los socios, particularmente entre el SPD, más preocupado por la situación económica y los Verdes, ferozmente anti-rusos y belicistas.
Con una altísima participación electoral, superior al 70%, los resultados de los partidos opositores en los tres estados fueron mejores que lo vislumbrado en las encuestas.
Hacia la derecha, el neo-nazi Alternativa por Alemania (AfD) con más del 30% de los votos, venció por primera vez en Sajonia y obtuvo el segundo lugar, con una diferencia mínima con el primero, en Turingia (contra la CDU) y en Brandenburgo (contra el SPD).
Hacia la izquierda, el Bundnis Sahra Wagenknecht (BSW), un desprendimiento de la vieja Izquierda (Die Linke), nacido hace pocos meses, sacó más del 12%, siendo la tercera fuerza en los tres länder y el nuevo árbitro de la política alemana.
Los Verdes y el PDL sufrieron una catástrofe, quedando fuera de los parlamentos regionales en dos de los tres estados.
El escenario para las próximas elecciones generales de 2025 ha cambiado radicalmente.
Alternativa por Alemania nació en 2013 como un desprendimiento de la CDU, caracterizado inicialmente por su “euroescepticismo” y su oposición a la inmigración, básicamente africana y asiática.
Desde 2015 se sumaron sectores nacionalistas e identitarios que reforzaron su islamofobia y plantearon una mirada “revisionista” sobre el pasado nazi.
Estas concepciones son hoy dominantes en el partido, que no cesó de crecer, particularmente en las postergadas regiones que formaban parte de la fenecida Alemania Oriental, pero también en los grandes centros industriales en el Oeste.
AfD centra su política en el rechazo a la inmigración no controlada, a las políticas “austericidas” del SPD y la CDU, al apoyo alemán a Ucrania y la absoluta sumisión de su política exterior a los dictados de la OTAN y los EE.UU.
La Alianza Sahra Wagenknecht Por la Razón y la Justicia (BSW) nació en enero de 2024 de una escisión de Die Linke junto a grupos de la izquierda extraparlamentaria.
La nueva formación lleva el nombre de su fundadora, vicepresidenta de Die Linke entre 2010 y 2014, que es hoy la política más dinámica y escuchada en Alemania.
De madre alemana y padre iraní, Sahra y muchos de sus estrechos colaboradores son hijos de inmigrantes, pero tienen una lectura muy negativa de las actuales políticas migratorias a las que consideran discriminatorias contra la clase obrera alemana.
Esta actitud anti-inmigración y su posicionamiento de las cuestiones de clase por encima de las de género le han valido a BSW la acusación de “conservadurismo” por parte del SPD y de antiguos compañeros de la izquierda clásica.
Pero el principal argumento de BSW es su oposición a la guerra en Ucrania, al rearme alemán y a la entrega de la política exterior a la OTAN, cuestiones tabú en la escena política germana, fuera de la extrema derecha, hasta la llegada de Wagenknecht.
El acuerdo con EE.UU., firmado por Scholz en julio pasado, para el despliegue de misiles estadounidenses de largo alcance y capacidad nuclear en territorio germano en 2026, que no pasó por el Parlamento ni fue sometido a debate público, ha generado aún más temor a una posible guerra, particularmente entre la población joven, que se expresó en el creciente voto a AfD y BSW.
Tras los resultados en Sajonia y Turingia el gobierno entró en pánico. Scholz hizo gestos de atender el problema migratorio, aumentando los controles en las fronteras y ejecutó la primera deportación de extranjeros indocumentados en tres años.
Pocos días antes de la elección en Brandenburgo señaló la necesidad de avanzar en la búsqueda de un acuerdo de paz en Ucrania y ratificó que no dará misiles Taurus a Kiev y que tampoco comparte el uso de misiles de largo alcance contra Moscú.
Dar finalmente la razón a tus rivales políticos después de una derrota en las urnas no parece una buena estrategia. El 22 de septiembre en Brandenburgo, el SPD ganó por un pelo, sólo porque su candidato es un opositor interno y, expresamente, ni Scholz ni el resto de los ministros participaron de la campaña.
El “Atlanticismo”, pilar de la política germana desde la Guerra Fría, compartido por sus dos grandes partidos, ha sufrido un golpe del que difícilmente se recupere.
La consolidación de alternativas radicales a derecha e izquierda, en un contexto de recesión económica, creciente inflación y riesgo de guerra con Rusia, abren un escenario impensado e imprevisible en “la locomotora de Europa”.
Como suele decir un conocido relator de moto GP al inicio de cada carrera: “se apaga el semáforo, se encienden las ilusiones”.
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