-?
Quizá sea necesario hablar sobre un oficio cuya credibilidad está cuestionada. La comunicación se ha convertido en un espectáculo; es hoy menos un servicio social que un negocio empresarial y político que la ha transformado en un canal privilegiado para difundir los discursos de odio. En el fondo, como ocurre en muchas disciplinas y esferas de la vida humana, está la discusión por el poder. Es el poder, estúpido.
A diferencia de Sarmiento, los periodistas hoy no tienen los puños llenos de verdades sino de preguntas. La primera inquiere por Mariano Moreno y la decisión de fundar La Gazeta de Buenos Aires. ¿Qué indujo a los revolucionarios de mayo a imprimir un periódico para menos de 44 mil habitantes, de los cuales un ínfimo porcentaje estaba alfabetizado? ¿Querían suplantar con unos 200 ejemplares impresos dos veces a la semana a los pregoneros y el boca a boca de criollos y negros y, sobre todo, comerciantes y soldados de la capital del virreinato? Era una herramienta política. Era la ventana desde donde se propalaba la acción política de la junta de gobierno. Era uno de los medios que tenían esos hombres educados al amparo de la revolución francesa para oponerse al despotismo de la colonia. Necesitaban garantizar a la vez el derecho a expresar sus ideas y el derecho de los pueblos de las provincias a informarse de la marcha del proceso revolucionario.
La segunda pregunta remite al comienzo de la dictadura de 1976. En un contexto de clandestinidad, Rodolfo Walsh transformaba, mediante una operación magistral, su debilidad en una herramienta política. Amparado en las fisuras del terror dictatorial, recuperó los territorios donde el poder militar no llegaba: la escucha entre pasajeros de trenes o colectivos, la conversación en los comercios de barrio, los fragmentos de información que se transmitían en las reuniones de (lo que quedaba de) las organizaciones políticas. Y, además, la lectura atenta y paciente de la crónica, especialmente en la sección policiales de los diarios y las radios de difusión masiva.
Sobre la base de ese material, con un equipo casi portátil de máquinas y unos pocos hombres y mujeres, Walsh concibió y puso en acción ANCLA, la Agencia de Noticias Clandestina, con el que intentó “romper el cerco informativo”.
Ambos ejemplos son extremos y se produjeron en situaciones de excepción. Sin embargo, echan luz sobre la situación actual de los medios de comunicación social, su función en la formación (o no) y consolidación del sentido común.
Dos
Veamos. El panorama de hoy, en una generalización injusta como todas, muestra periodistas, operadores políticos y emprendedores semi empresarialesque comparten el escenario de producción de información y noticias con las empresas que concentran los medios de comunicación. Estos últimos son menos empresas periodísticas que marcas o sellos que encubren intereses económicos y políticos. Disfrazan de batalla cultural la toma del poder absoluto mediante el vaciamiento de las instituciones de la democracia, que así quedan como mascarones a veces bellos, a veces terribles. En este asunto, las leyes les resultan necesarias para justificar su voracidad y la Constitución Nacional, un pretexto para imponer su voluntad de dominio.
Esto es consecuencia de, entre otros hechos, la derrota judicial y política de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley 26.522) que apenas se aplicó en forma parcial durante un breve período tras su sanción en 2009.
¿Qué pasa con la información entonces? En los años recientes, en paralelo con el proceso de concentración hegemónica de medios audiovisuales, se produjo un notable cambio tecnológico cuyo ejemplo más claro es la paulatina e indetenible agonía de los diarios impresos en papel. Simultáneamente, proliferaron los portales de noticias vía internet; las redes digitales (eufemísticamente denominadas “sociales”) y sus soportes (X, tiktok, instagram, whatsapp, telegram). Se mantuvieron, gracias a la distribución digital (streaming) las radios y en menor medida la televisión. Esto acompañó (y justificó) la virtual pulverización de los convenios de trabajo, con la consecuente introducción de la multitarea en las redacciones y, por otra parte, la precarización laboral de los periodistas (y los oficios y tareas vinculados).
Los cambios también se reflejaron en la elaboración noticiosa. Implosionó la pirámide invertida; dejaron de exigirse las tres fuentes para elaborar una nota, ya que con un tuit alcanza; el único territorio es ahora el escritorio y el teléfono celular, nada de salir a la calle; no hay copetes y bajadas con información sino preguntas en el título del estilo de “¿Quién es el funcionario tal?”, “¿Cómo fue el accidente?”, etcétera. Y la noticia no está en el primer párrafo, que hoy es totalmente prescindible, sino en el final. La comunicación es más unidireccional que nunca, si no que lo digan las audiencias de provincias respecto de los delitos, accidentes y novedades que se producen en la ciudad de Buenos Aires y ese área denominada AMBA, y se repiten continuamente como si en lugar de un hecho fueran varios. Esa repetición coincide con la idea de un país que empieza en el río de la Plata y termina poco más allá de Avellaneda, Lanús, Vicente López, San Martín y La Matanza entre otras ciudades o localidades. Esta saturación consagra, sin decirlo, una cierta censura: de otras cosas no se puede hablar, no hay espacio ni tiempo.
Tres
Es posible, entonces, que la unidireccionalidad del mensaje esté estrechamente relacionada con la credibilidad de la palabra, con su prestigio. En una realidad virtualmente censurada, la verdad está cuestionada: existen post y para-verdades. La realidad se distorsiona en forma sistemática y consciente. Ya no más eso de que “la única verdad es la realidad”, para horror de Juan Domingo. Una noticia, hoy, es lo que yo quiero que diga. No aquello que la noticia (la fuente) dice. Si mi fuente no dice lo que yo deseo, busco otra hasta que encuentre quien diga lo que quiero. Si el entrevistado no responde como necesito que lo haga, busco otro. O cambio (“edito”) sus respuestas. Y encima de todo, la inteligencia artificial, que colabora con la construcción de la información y la tergiversación de los archivos.
No se trata de un problema moral sino de una cuestión política, de poder. La transmutación de los significados, la reescritura de la historia, la demolición del pasado como fuente de conocimiento y el olvido como reemplazo de la verdad histórica configuran un mundo que ni Orwell hubiera imaginado. Recordando a John William Cooke, “en los países coloniales, las oligarquías imponen el diccionario”.
En este contexto, es posible plantear una tercera pregunta: qué ocurre con la cobertura de información relativa a los derechos humanos, sociales y de los pueblos. ¿A quién interesan estos derechos, si los mapuches son presentados como usurpadores de los parques nacionales y de los emprendedores turísticos? ¿A quién importan, si las organizaciones defensoras de los derechos humanos son un curro? ¿Y los juicios de lesa humanidad? Basta con eso, vamos a la memoria completa. Ésa es la cara visible y digerible de los discursos de odio: detrás (o debajo) están la exacerbación de la propiedad privada, la misoginia disfrazada de buenas costumbres, el desprecio del otro escondido en la meritocracia y la entrega del país como excusa del desarrollo económico y social.
El desafío es, entonces, hallar formas e instrumentos de expresión y divulgación de la información desde otra perspectiva que la utilizada por el establishment. Buscar la fisura, recuperar las fuentes, volver a hacer del periodismo un género literario con estilo y no una basura con errores ortográficos y de sintaxis y de contenidos apócrifos. Es necesario utilizar los nuevos medios de otra manera, apropiarse de las redes digitales y de la inteligencia artificial y hacer de ellas las nuevas herramientas para garantizar la pluralidad de voces. En la batalla cultural siempre hay una retaguardia donde es posible establecer una respuesta alternativa y popular por fuera de los canales formales y de renombre. Así, habrá una red no digital ni “social”, sino un rizoma tejido con lazos de solidaridad y alternativas políticas.
Va con firma | 2016 | Todos los derechos reservados
Director: Héctor Mauriño |
Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite