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La crisis de fe de las religiones cristianas coincide con las de los partidos políticos inspirados en sus preceptos, como aquella en que la prioridad de gestión es para los más humildes. El peronismo, que también podría definirse como un socialcristianismo, aparece cayendo en la consideración electoral de quienes hasta hace poco lo votaban mayoritariamente. Incluido el papa Francisco, argentino, es criticado por los conservadores de igual nacionalidad dadas sus presuntas simpatías por el peronismo.
La paradoja está también en el hecho de que los más ricos, desde las clases medias para arriba, votan por partidos poco o nada solidarios que estimulan el individualismo, paradigma al que se suman vastos sectores populares que reniegan a conciencia o sin ella de su extracción social y su eventual pasado reciente peronista.
Será que la gente cree y desea poder salvarse sola y si no, que todo entre en disolución, porque quiere una salvación personalizada, pero personalizada no con otros iguales sino personalizada si es necesario en solitario y que sus pares, en el mejor de los casos, aspiren a lo mismo pero que él esté incluido en la nómina de los salvados
De eso se trata la vida de hoy, de alguna actitud cooperativa ante alguien que esté francamente en riesgo de quebrar materialmente, enfermar o morir. Superada esa instancia, seguir después con el devenir alcanzado y mantenerse allí, deseando nunca requerir la ayuda de nadie, los vínculos comunitarios aparecen entonces como prescindibles.
Ha pasado la época en que las sociedades parecían querer mayoritariamente un destino explícito con adhesión plena.
Hoy las decisiones políticas pasan por los sectores más poderosos que quizás nunca perdieron esa prioridad, que hoy marcan el camino al resto fragmentado que responde con obediencia. Quiere decir que, finalmente, una minoría somete a voluntad a grandes sectores cuya expresión de protesta, de existir, no logra crear masa crítica para la formación política de una estructura estable y perdurable. O sea que una gran parte de la sociedad pudo haber perdido la fuerza legítima y poderosa de la protesta y la movilización.
Bien se afirma que los que lo han perdido todo, tampoco tienen reparos en arriesgar la vida y hasta perderla o arruinarla definitivamente, si fuera necesario, en una acción arrojada. Así se decía en los 70 cuando la resistencia vietnamita parecía no conocer límites y en base a esa seguridad terminó triunfando y se trataba de un país pobre como Vietnam frente a la potencia hegemónica más rica del mundo. Materialmente no tenían más que perder que la propia vida y la arriesgaban superando las diferencias entre las fuerzas.
Salvando las distancias este aserto podría aplicarse al voto ganador del candidato MiIei ocurrido en las PASO de agosto pasado.
Cuando no hay reparos en que la Nación se disolviera en el caos, que parece avecinarse, aún así el electorado votó al más incierto y menos instalado de los candidatos.
Lo que dice Milei que va a hacer si es elegido presidente es tan agresivo y violento, como para que las diferencias de lo que dice con lo que se observa en la realidad, los efectos siempre resulten menores que la prometida en el proceso preelectoral, apuntando a que terminan siendo mejor toleradas. Algo así como una gradualidad pero a la inversa, primero la amenaza, luego la misma pero en un proceso de progresiva digestión. Es que el rango de agresividad excluye a los desesperados y condenan en calidad de víctimas a aquellos que aún hoy viven al menos conformes o resignados mansamente con el sistema imperante.
En concreto quizás la paradoja más sobresaliente está en que la gente adhiera masivamente a un propulsor del egoísmo y el individualismo pero íntimamente desee que la nueva realidad que imagina sea pródiga para toda la Nación.De ese desencuentro pueden presumirse obligatorias y masivas exclusiones.
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