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Columnistas
03/09/2023

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Mitos, emociones y formas humanistas de construir el futuro

Mitos, emociones y formas humanistas de construir el futuro | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El intelectual colombiano Mauricio García Villegas cita las “emociones tristes” que explicó el filósofo neerlandés Baruch Spinoza. Señala que el odio, el miedo, la venganza o el resentimiento, además de afectar o malograr a quienes los padecen, pueden ser útiles para comprender los pesares de América Latina.

Ricardo Haye *

El colombiano Mauricio García Villegas es doctor en Ciencias Políticas y el autor del libro del ensayo El viejo malestar del Nuevo Mundo. Como preludio a algunas de las propuestas allí reunidas, quizás convenga decir que tributa al ideario del geógrafo y humanista Friedrich Humboldt o el líder independentista venezolano Simón Bolívar, entre otros, en el sentido que los pueblos de América latina son partes de la misma nación en ciernes.

García Villegas opina que los ciudadanos de esta parte del mundo vivimos enclaustrados y somos parroquiales. Los nuestros -dice-, son Estados a medias, que nunca han sido capaces de llegar a las regiones. Y mientras no construyamos un Estado que las abarque a todas, va a ser muy difícil resolver nuestros problemas.

La suya parece una voz a contramano de tanto discurso consagrado a plantear la necesidad de acabar con el Estado, como los que escuchamos por estos días.

Este pensador considera que tanto la política como la economía o la historia pura y dura son dimensiones legítimas y necesarias para el análisis de nuestras realidades. Pero a esa tríada conceptual le agrega la de las emociones, sobre todo las de carácter triste, tal como las definía el filósofo neerlandés Baruch Spinoza.

Allí se ubican el odio, el miedo, la venganza o el resentimiento. Todas ellas -señala- son capaces de afectar o malograr a quienes las padecen, pero también pueden ser útiles para explicar buena parte de los pesares de América Latina, de sus dificultades, sobre todo en el mundo de la política.

García Villegas cree que las mayores diferencias reconocibles entre un carioca, un mexicano, un bogotano o un argentino son cosméticas o superficiales. Nunca fundamentales.

Mientras tanto, nuestras similitudes afloran cada vez que planteamos el modo de ver el mundo, la autoridad, la sociedad, al vecino o a la familia. Esos parecidos se materializan ante el modo en que vemos la justicia, la libertad. O cómo entendemos nuestras ilusiones y nuestros fracasos.

Allí se verifica que compartimos problemas como la corrupción, la ineficacia del Estado, la falta de legitimidad, la desconfianza, el delirio, los miedos. Todos esos problemas son muy similares a lo largo del continente.

Su descripción es cruda, pero realista. “Vivimos los unos a espaldas de los otros -dice- con monedas distintas, con instituciones internacionales que funcionan muy mal, que a veces están dominadas por los políticos de turno y por el color político de sus gobiernos”. Y su alternativa suena a idílica y quizás poco viable en el actual contexto: “Somos muy débiles frente a las potencias internacionales porque negociamos cada uno por su lado. Si esto fuera un continente unido, que negociara junto, seríamos mucho más fuertes”.

La pregunta es: ¿cómo acercarse a ese futurable (futuro deseable) cuando un dirigente argentino con expectativas presidenciales propone terminar con la unidad latinoamericana y el jefe de gobierno de Brasil se horroriza, un expresidente uruguayo lo trata de loco y el primer mandatario de Colombia asegura que sus ideas calcan las que pronunciaba Hitler?

Grietas semejantes, ¿no ponen en crisis la tesis de García Villegas acerca de que nuestras diferencias apenas son superficiales?

En todo caso, tal vez lo que nos homologue es que esa rajadura social de la que tanto se habla en la Argentina no sea exclusivamente nuestra, sino que esté atravesando las identidades de cada parte de esa nación en ciernes que es América latina. (Algo que ciertamente resultaría mucho más grave).

El ensayista colombiano sobre el que nos venimos apoyando en esta Aguafuerte considera que estamos ante la necesidad de fundar un mito laico. Una invención cohesionante que reemplace al antiguo concepto de lo sagrado o que suplante la figura del rey. Una sociedad -postula- necesita del consenso de que hay cosas que no tocan: que a los niños no se les pega, a la gente no se le esclaviza y a las mujeres no se les subyuga.

Carecemos de su certeza acerca de que estas cuestiones básicas “tienen el acuerdo de liberales y conservadores, de la izquierda extrema y la ultra derecha”. Pero sí tenemos la sospecha de que Milei quizás haya logrado sintonizar con la voluntad de mito conectivo que, de manera voluntaria o inconsciente, late en buena parte de la sociedad argentina.

Algo de eso aparece en los renglones de García Villegas: “En América Latina el miedo a que otros se aprovechen de uno es muy fuerte. Eso conduce muy fácilmente a justificar el despotismo y a otras emociones tristes como la desconfianza, el resentimiento o la envidia”.

La estrategia para confrontar con posibilidades frente a esta construcción mesiánica, que muchos tildan de desequilibrada, es la de construir un contra relato al mismo tiempo realista y contenedor de emociones; que no relegue la esperanza, pero que no incurra en ingenuidades de conciencia; que no considere válida la “ley de la selva” ni el darwinismo social y que restablezca los ideales de solidaridad y fraternidad por encima del individualismo atroz, los privilegios de cuna y una meritocracia falaz e injusta.

Incluso por encima de la lectura ideológica, será una forma humanista de edificar futuro.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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