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Noticias de estos días nos informan que Diana Mondino, Luciano Laspina y Martín Redrado, voceros de Milei, Bullrich y Rodríguez Larreta, respectivamente, hablaron (por zoom) en el Wilson Center, centro ideológico de la derecha norteamericana, que es presidido actualmente por el republicano Mark Green. Según la versión periodística, los tres han coincidido en que 1) el gradualismo como política de cambio ha fracasado y que se necesita un profundo ajuste global al inicio de un nuevo gobierno; 2) que esa política de ajuste generará fuerte resistencia social, por lo que para imponerla se requerirá la intervención policial y de Gendarmería para imponer el orden; es decir, que prevén “mano dura”; y 3) prevén que con la suma de legisladores de “Juntos por el Cambio” y de “Libertad Avanza” tendrán mayoría para imponer esa política.
En esta insistencia de la derecha en el “ajuste” no hay ninguna novedad, ya que es habitual en las políticas neoliberales que se han aplicado en el pasado en nuestro país y también en diversos países y forma parte de la recomendación habitual del Fondo Monetario Internacional y otros organismos internacionales. Empieza con despidos de personal contratado y continua con la reducción o eliminación de subsidios a los servicios públicos esenciales, reducción del gasto social, eliminación de programas de trabajo, sub-ejecución de las partidas de obra pública presupuestarias, etc. Se complementa con la eliminación de derechos en el sector privado, en especial se busca la desregulación del mercado laboral, incluyendo la eliminación de la indemnización por despido.
Lo que no se tiene en cuenta es la experiencia histórica de los ajustes pasados, cuyos efectos podemos resumir esquemáticamente de la siguiente forma:
Es decir, genera un círculo vicioso que lleva a más ajuste hasta el fracaso final de la experiencia política.
Es que el ajuste, lo que es obvio, implica disminución del gasto público, que es un importante componente del producto bruto, lo que implica disminución del ingreso disponible por la sociedad y, como consecuencia, lleva a la recesión económica: disminución del consumo y de la inversión privada (que invierte cuando está convencido que puede vender la nueva producción, cosa dudosa cuando la demanda global está disminuyendo). La contracción de la demanda lleva a la disminución de la cantidad de bienes producida por las empresas, con reducción de personal y cierre o quiebra de empresas vulnerables, que son fundamentalmente las pequeñas y medianas. La baja de la actividad implica menor recaudación impositiva por la baja de la base imponible (venta, ganancias o ingresos) y porque para muchas empresas en problemas no pagar al estado es la forma de financiación más fácil y rápida. La disminución del ingreso público es mayor que la disminución del gasto inicial, aumenta el déficit fiscal, lo que da lugar a un nuevo ajuste en el mencionado círculo vicioso autosostenido.
El economista argentino Marcelo Diamand en su libro clásico “Doctrinas económicas, desarrollo e independencia” (Ed. Paidós, 1973, pg. 122) presenta el ejemplo de lo ocurrido en nuestro país a partir del año 1961, cuando el ministro de Economía Álvaro Alsogaray lanzó el famoso “hay que pasar el invierno”. El resultado fue una profunda recesión económica mientras que para las cuentas públicas las consecuencias fueron totalmente contraproducentes, según muestran los datos del cuadro adjunto (en términos constantes y en números índices).
Puede verse que hubo una contención del gasto (14,2%) pero aun mayor de los ingresos (40,6%) y, por lo tanto, del déficit fiscal que se pretendía mejorar y que creció un 76%.
Muchos pueblos americanos creían que la historia era circular y que estaba condenada a repetirse, lo que estaría avalado con la política del “ajuste” que se propone.
En realidad, no es que la historia sea circular, sino que la ignorancia de esa historia por parte de los hombres hace que se caiga una y otra vez en los mismos errores. Ya lo decía el siglo pasado el economista alemán Joseph Schumpeter: “Nadie puede tener la esperanza de entender los fenómenos económicos de ninguna época –tampoco la presente- si no domina adecuadamente los hechos históricos o no tiene un sentido histórico suficiente”.
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