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Acá está Heráclito, el maestro oscuro que profiere otra vez que “la guerra es el padre de todas las cosas”, porque “la violencia engrendra violencia/la no violencia engendra violencia/todo engendra/violencia...” Pero Heráclito no es el maestro, dice Claudia Sastre. Pitágoras tampoco. ¿Será la gravedad? ¿Serán los mundos paralelos? ¿Es Babilonia, es Babel, es la Patagonia donde el viento silba “entre los hierros aulladores de la boca de pozo”?
No hay tierra arrasada en estos poemas: es uno de los paisajes finales posibles, desolados, de esa naturaleza que sobrevive a la expoliación incesante. Es el conflicto que atraviesa el planeta, desde la crisis ambiental hasta la injusticia social expandida del capitalismo pandémico. Y en ese panorama, la resistencia, los pequeños gestos de sobrevivir en un ambiente hostil donde sólo la ternura puede vencer. Es el paisaje de ciencia ficción al que irremediablemente se dirige el planeta, dirigido por dirigentes con menos conciencia que bolsillo.
Son poemas duros, filosos los de La canción profunda del hastío, de Claudia Sastre. Cortan al leer, cortan al cerrar el libro; horadan a destiempo, en horas muertas, en el sueño, en la vigilia. Su única piedad es la solidaridad, que perdura más allá de la esperanza.
Los poemas de Claudia Sastre enumeran: bolsas negras de plástico; pájaros fumigados; sólo cáncer a tu alrededor; fat boy sobre hiroshima; somos restros de restos; flores de plástico; flor negra del progreso; el rumor del río con cianuro y glifosato. Y luego de la lectura, que martilla como un barreno neumático, porque, como dice la poeta en un Epílogo que funciona como declaración de principios, “tiempos tempestuosos engendran textos tempestuosos, y este libro reúne textos de tiempos tempestuosos”.
Esta poeta habla desde la emergencia del final, como si dijera “escribimos poesía mientras nos extinguimos, un poco antes”, y entonces todo cierra: las alusiones a cuestiones familiares, casi domésticas, que no llegarían a ningún registro sociológico o histórico pero están entre estos poemas por su componente de tragedia, de escamoteo y de sarcasmo.
O, por ejemplo, el arte poética que comienza con un texto que juega con el diminutivo, ese recurso tan argentino que sirve tanto para expresar cariño como para la denigración irónica: “Hay poemitas/por decirlo así/con muchas comillitas/poemitas gerundiosos/eunuquitos/cuzquitos del hortelano/estériles caquitas/de perro/que personas sin arte/sin el menor amor a la poesía/escupen al mundo/como carozos de ego...” Y habla de “autor” porque “de alguna manera hay que llamarlo” a quien no es poeta.
Sin mencionarlo, ronda estas palabras la maldición del Celaya que rechaza la poesía concebida como “lujo cultural por los neutrales”. En cambio, aparecen invocados Dylan Thomas, Ginsberg, Celan y Pizarnik, un cuarteto muy distinguible de esos “poetas eunuquitos” de la “cópula sin placer”, de la “mera producción de engendros”.
Sastre, Claudia: La canción profunda del hastío, Comodoro Rivadavia-Rada Tilly, Espacio Hudson, 2021.
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