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Columnistas
28/05/2023

Una mirada sobre las inteligencias artificiales

Una mirada sobre las inteligencias artificiales | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Freddie Mércury jamás grabó “Yesterday” pero eso no impidió que una inteligencia artificial produzca una versión del tema con su voz. A partir de ese episodio este aguafuerte desgrana una serie de preguntas perturbadoras respecto de los riesgos que suponen semejantes habilidades en manos de artificios inteligentes. Quizás fuese menos inquietante si no viviésemos en un país en el que la manipulación de pruebas constituye un mecanismo de adocenamiento y control al servicio de los poderes fácticos.

Ricardo Haye *

Quizás no deberíamos seguir hablando tanto de la inteligencia artificial. O no deberíamos hacerlo desde el lugar de esos simples peatones de la vida, que hablan sin conocimiento profundo del tema. O que, simplemente, hablan porque el aire es gratis.

Resulta inquietante que estemos ayudando a crear preocupación respecto de las implicancias que podría llegar a tener el desarrollo de una inteligencia no humana, robótica, con ínfulas de autonomía y con voluntad de criterio propio.

Busco y rebusco y creo que esa preocupación tiene una porción imprecisa de origen en la enorme cantidad de historias distópicas que circulan acerca del fin de la humanidad a manos de un conglomerado de cables y chips que logren poner en funcionamiento un cerebro positrónico.

También, claro, hay otro componente que da sustento a esa preocupación: es la desconfianza que despierta la doctrina del destino manifiesto de una potencia imperial de la que solo caben esperar acciones para su propio y exclusivo beneficio.

Y queda, por fin, la tercera porción de causalidades para esta inquietud. Se trata del comportamiento miserable de quienes serían capaces no ya de auto-sacrificarse sino de condenar a sus pares a la extinción para que ese proclamado destino manifiesto de otros se concrete.

En ese magma de capacidades y fortalezas desbalanceadas e inequitativas, cuya mayor cuota-parte ya ni siquiera es propiedad de un Estado sino de corporaciones transnacionales sin alma, que alguien esté fabricando un Golem hace más fácil pensar en que su uso estará siendo planificado para acciones perversas contra la humanidad antes que para ayudarnos a encontrar soluciones a la degradación ambiental o la escasez de recursos naturales no renovables; el hallazgo de una cura para enfermedades que aún no tienen remedio; la garantía de provisión alimentaria para ocho mil millones de personas y la certeza de que el porvenir traerá consigo una mejor calidad de vida para todas las personas que habitan el mundo.

Y allí surge otro dato que explica el desasosiego. Se hace patente cuando verificamos que llegamos hasta aquí con la cabeza formateada para dar preeminencia a la susceptibilidad. Una oleada nauseabunda de tecno-pesimismo nos hace pensar que los dados están cargados para que nos caigan del lado inconveniente.

Por eso resulta complejo permitirse concebir salidas fraternas. No es fácil cuando a diario convivimos con actitudes de egoísmo feroz o de desinterés despiadado. ¿Cómo podría nadie pedirnos que creamos en alternativas que mejoren nuestro estar (colectivo) en el mundo? piensa cualquiera, desolado ante tanto discurso atrabiliario, semejante reiteración de iniquidades individualistas.

Entonces, cuando viene alguien a plantearte que en un laboratorio remoto y que ni siquiera alcanzás a imaginarte hay un grupo de científicos que cada día logran avanzar un paso más en el desarrollo de redes neuronales artificiales, uno ya está preparado para esperar lo peor.

Aunque no sean iguales, los razonamientos son equivalentes a los que angustiaban a algún antepasado cuando se enteraba que un cometa que se acercaba venía a destruir la Tierra o que el arribo de un nuevo siglo vendría acompañado del día del Juicio Final.

Hay toda una tradición entre temerosa y supersticiosa, como la que late en un documento del siglo 15 hallado en un monumento funerario de Inglaterra. El texto profetiza: «Cuando las imágenes parezcan vivas, moviéndose libremente, cuando los barcos, como peces, naden bajo el mar, cuando los hombres, superando a los pájaros, escalen los cielos; entonces, la mitad del mundo se hundirá en la sangre».

Es el pensamiento de una época pretérita, rica en supercherías, dogmas religiosos y convicciones o verdades subjetivas que devienen creencias indemostrables.

Hoy deberíamos haber superado algunos estadios de esa razón que atrasa. Basta considerar que la historia de la inteligencia artificial ya tiene 80 años. Nació en 1943 cuando, desde la lógica, la cibernética y la neurociencia computacional los científicos Warren McCullough y Walter Pitts presentaron el primer modelo matemático para la creación de una red neuronal.

El primer ordenador de red neuronal se llamó Snarc y fue creado en 1950 por dos alumnos de Harvard, Marvin Minsky y Dean Edmonds, que serían fundadores del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets. Muy poco después, de hecho en el mismo año 1950, Alan Turing publicó el Test que lleva su nombre, que todavía se utiliza para valorar las Inteligencias Artificiales.

Este ordenador británico fue diseñado por Turing en 1956. Pese al porte su potencia equivalía a la de una simple calculadora de nuestros días.

Igual que sus colegas, Turing iba a resultar fundamental en los desarrollos tecnológicos y científicos que sobrevendrían. Además de la inteligencia artificial fue pionero en biología y se hizo famoso por descifrar el código nazi en la Segunda Guerra Mundial. Era matemático, lógico, informático teórico, criptógrafo y filósofo y está considerado como uno de los padres de la ciencia de la computación y precursor de la informática moderna.

¿Cómo es posible que el fruto del trabajo de estas mentes privilegiadas haya derivado hacia este estado de sospecha? ¿Será que no emitieron las señales adecuadas para fortalecer bases de confiabilidad en lo que estaban haciendo? ¿O el rumbo se extravió después? En todo caso sería criterioso poder establecer cuándo y por qué ocurrió.

Hace unos días, una radio de Buenos Aires transmitió la grabación producida por una inteligencia artificial en la que la voz de Freddie Mercury interpreta “Yesterday”, el clásico tema de John Lennon y Paul McCartney. A lo largo de la historia la canción que popularizaron Los Beatles ha tenido numerosas versiones, pero nunca fue grabada por el cantante de Queen. Es muy difícil sustraerse a la sorpresa ante la verosimilitud lograda, pero es igualmente imposible evitar pensar en los riesgos que entrañan las habilidades que poseen las actuales herramientas digitales.

Automáticamente se sopesan las posibilidades de sofisticar y acrecentar el cúmulo de noticias falsas que ya se encuentran en circulación. ¿Se imaginan el zafarrancho que se armaría si la presunta voz de Cristina anunciara mañana que ha revisado su negativa a participar de los próximos comicios? ¿Pueden ponderar las consecuencias de un llamamiento a la desobediencia civil, proclamado desde alguna voz prestigiosa? ¿Cuáles serían los límites para una imaginación desbordante que decidiese emular aquella experiencia radiofónica histórica en la que Orson Welles convenció a un país que nuestro planeta estaba siendo invadido por marcianos?

Y lo que quizás sea peor: ¿cuánto daño podría producir una manipulación de ese tipo si quedara a cargo de algún juez o fiscal de esos que deshonran la actividad de impartir justicia?

Si la convergencia entre agentes de los servicios de inteligencia, magistrados y funcionarios varios recurría a los “carpetazos analógicos” como medida de control y domesticación para políticos, empresarios e incluso familiares, ¿qué no harían con el acceso a estos artificios inteligentes?

Uno se da manija y la voluntad de mantener viva la llama del tecno-optimismo empieza a tambalear. No quiere ceder la esperanza ante el despliegue de los personeros del autoritarismo, el control social del Estado policial, el ventajismo de los poderosos, pero en estas condiciones se hace arduo sostener las ilusiones de un mañana mejor.

Para resistir con expectativas favorables tenemos que propiciar en nosotros mismos un desacondicionamiento mental que nos permita creer sin caer en niveles de conciencia ingenua que ignoran la realidad; confiar en nuestra capacidad de discernimiento evitando las interpretaciones simplistas y fortalecer ideales compaginando armónicamente argumentos emocionales y explicaciones racionales.

Mientras conseguimos todo eso sería importante y valioso establecer un tejido de relaciones interpersonales que nos ofrezca seguridades y confirme aquello que llega a nuestros sentidos.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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