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Una vez me contó que, desde un país de Latinoamérica, le llegó una azorada pregunta. Beinusz estaba, en ese entonces, a las puertas del alumbramiento que lo tiene como numen, mentor y fundador: la Asociación Americana de Juristas (AAJ), estaba por nacer. La pregunta que él escuchó (y que trasuntaba una cierta rutina en la elaboración del pensamiento político) fue por qué "Americana" y no "Latinoamericana". En su respuesta latía ya lo que fue laweltanschauung que lo distinguió durante toda su vida. Los abogados antiimperialistas -contestó aquella vez Szmukler- no sólo se están forjando en nuestro vecindario continental sino -también y principalmente- en los Estados Unidos y en la América del norte, y son las sociedades norteamericanas las que requieren, de modo urgente, contar con el broncíneo badajo que, en el campo del derecho, haga sonar allí las campanas de la nueva filosofía jurídica: al derecho deben ajustar sus conductas no sólo los individuos sino también los Estados.
Szmukler nunca dejó de ser un hombre político afiliado a las mejores tradiciones iluministas de cambio social. Todo chovinismo le era ajeno, tal vez porque, desde su niñez bielorrusa supo que la trashumancia es, muchas veces, un precio que se paga y también un modo de existir que se asume como propio y natural. Tempranamente lo sólido se desvanecía a sus pies en una Europa transida por la guerra; y otros sólidos, luego, anunciadores de buenas nuevas de cambio social, se desvanecerían en el aire. Sólo fue quedando, como tierra firme, el derecho, que a Szmukler no sólo le deparó el placer de una docencia: también fue un espejo en el que pudo percibir su propia cara, su cara más noble y verdadera.
La "patria" -supo Beinusz- no tiene más actor privilegiado que la Humanidad y ésta es la única patria concebible, tal habrá sido su programa existencial del que pudieron afortunadamente nutrirse quienes lo frecuentaron y/o compartieron con él jormadas de trabajo o de actividad política.
Experiencia de vida y versación jurídica son notas que lo definían con precisión. La película que él desgranaba ante sus oyentes era acuciosa en detalles que conocía a la perfección porque había vivido en persona la esencia secreta de las cosas y su procedencia más remota. Era un actor privilegiado de la historia política argentina y de los comienzos en el país del movimiento de derechos humanos. Éste creció como un resultado vigoroso y prestigiado por años de heroica lucha antidictatorial en la que él solía destacar a los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) a los que -decía- no se les ha brindado todavía, el justo reconocimiento que reclaman sus merecimientos y abnegada lucha militante. Esos fundadores -me ilustró Szmukler- habían sido Alberto Pedroncini y Jaime Schmirgeld. El primero solía viajar, en plena dictadura videlista, a encontrarse en Neuquén con el obispo Jaime Francisco de Nevares para interesarlo en el proyecto que enseguida vio la luz. Son los frutos de la esforzada militancia anónima, que Szmukler destacaba como valor ideológico central, por sobre aportes también necesarios pero más vinculados a la vigencia superestructural de los actores políticos.
Yo tuve la fortuna de conocer a Beinusz Szmukler en 1987 cuando él estaba preparando aquí la presencia argentina en la VIII Conferencia de la AAJ que en ese año tuvo lugar en La Habana. Me acerqué con actitud un tanto trémula a preguntarle al prestigioso dirigente si era posible asistir allí no en forma individual sino como parte del equipo jurídico de un organismo (a la sazón, Madres de Plaza de Mayo) al que yo pertenecía. Me contestó que sí y me sorprendió su afabilidad y calidez en el trato. A partir de allí, nuestra actividad frecuentemente se cruzó en forma harto provechosa para mí. En la capital cubana, un 16 de septiembre de 1987, en el Palacio de las Convenciones, tuve el honor de leer una ponencia que transitaba -esforzadamente por cierto- el tema de la "forma y contenido del Estado", que remitía y todavía remite, claro, a las diferencias conceptuales entre democracia y dictadura como formas de Estado.
Se ha apagado una luz de la razón que deja, no obstante, la memoria de una cosmovisión. Szmukler pertenecía a esa raza de juristas y políticos que saben que la de los derechos humanos es una trinchera más en una lucha que va más allá de ese horizonte y que es la lucha por la liberación social y nacional de los pueblos de América. Nunca abdicó de los valores originales. Esa fue su magnífica incorrección política. Nunca hizo befa de su formación ideológica en aras de aspiraciones subalternas ni de mínimos aplausos transitorios. Podía nombrar y alternar con los ejemplos porque él mismo era un ejemplo.
Como la partida, hace poco, de otro ilustre maestro de la vida y de la cultura argentinas -Noé Jitrik- la de Beinusz Szmukler nos provoca una tristeza infinita y, lo que es más grave, nos deja, a los argentinos, espiritualmente más pobres. Ahí queda su obra, su presencia obstinada y feliz, la AAJ, que seguirá siendo inspiración y guía para los abogados antiimperialistas y democráticos de las tres Américas.
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