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El escenario electoral en la Patagonia norte nos muestra algunas particularidades y/o novedades que van más allá del resultado de las elecciones provinciales que pueda producirse en el próximo otoño en las provincias de Río Negro y Neuquén.
Y la primera de ellas, es la consolidación de las terceras fuerzas provinciales como poder político y, probablemente, como futuros gobiernos en ambas provincias y consecuentemente el profundo declinar de las representaciones políticas nacionales.
La crisis económica, social y política del 2001 socavó fuertemente a los partidos políticos, particularmente los nacionales pero también a los provinciales (a excepción del MPN). Esto redundó en la necesidad de reemplazarlos coyunturalmente por la construcción de alianzas o frentes que amortiguaran esa implosión. Fue el peronismo el primero en ponerlo en práctica y los resultados estuvieron a la vista. El radicalismo, en cambio, tardó mucho más en poder restañar sus heridas y recién en 2015 (a favor también de una alianza), volvió a compartir un gobierno nacional.
Sin embargo, en la Patagonia norte ese instrumento electoral parece haber llegado a su límite en el verano del 2023, a juzgar por los últimos movimientos políticos donde se expresa claramente un éxito rotundo de las terceras fuerzas.
En efecto, en el caso de la provincia de Río Negro “Juntos somos Río Negro” (a través de su principal operador, el senador Alberto Weretilneck), ha logrado que sectores del peronismo, ligados a la conducción del senador Claudio Doñate y de la Unión Cívica Radical (otrora críticos del partido provincial), apoyen a esa fuerza en las próximas elecciones provinciales. Este acercamiento electoral de los nuevos socios al partido gobernante supone un acuerdo amplio de gestión electoral, particularmente en el nivel municipal de corto plazo, que se complementa con la instrumentación de listas colectoras. Un hipotético triunfo del diputado Aniball Tortoriello y de la fuerza política que el representa “Juntos por el Cambio” los une en el espanto.
En el caso de Neuquén, la situación es bastante parecida, aunque mucho más rica en matices. Algunas de las minorías políticas intensas que fungían de oposición -aunque en la realidad no alcanzaban a cumplimentar en su totalidad ese concepto- dejaron ese rol y comenzaron a participar activamente en el oficialismo provincial en alguna de sus dos variantes. En ciertos casos pasando de una representatividad opuesta al partido provincial en la Legislatura (tal el caso del UNE y el Frente Grande), a formar parte de algunas de las fracciones enfrentadas del Movimiento Popular Neuquino. En otros casos, son desprendimientos de partidos nacionales como el radicalismo o el Pro, que se alejan de su conducción natural y de la estrategia nacional, y se incorporan a una de las dos corrientes en disputa del partido provincial. En algunos casos, al incorporarse a ambos espacios políticos no lo hacen en un plano de igualdad en la distribución de los cargos electivos con el espacio que los convoca sino que concurren a las elecciones con listas espejos o simples colectoras.
Pero además, imbuidos de un agudo pragmatismo, algunas figuras políticas han mudado de preferencias políticas y de alianzas circunstanciales aún de signo ideológico contrapuesto, en función de lograr que su eventual candidatura sea mejor refrendada en las urnas. Tal vez el caso paradigmático sea el de Juan Peláez, presidente de la Unión Cívica Radical, quien en pos de su candidatura a intendente de la ciudad de Neuquén, abandona su partido marchando primero al Frente de Todos y luego a la fracción del MPN, que lidera el diputado nacional Rolando Figueroa, dos fuerzas políticas con lineamientos totalmente contradictorios entre sí y con los planteos que históricamente refrendaba la Unión Cívica Radical.
A partir de estas breves reflexiones sobre la realidad política en la Patagonia norte surgen algunas certezas y varios interrogantes.
Una primera tiene que ver con el exitoso presente político de las terceras fuerzas en este espacio patagónico donde el ejercicio del gobierno y por ende, el control del Estado, lo han dotado de una significativa ventaja sobre el resto de las fuerzas políticas; a lo que se suma una robustecida e indisimulada vocación de poder.
Paralelamente, el resto de las fuerzas políticas, particularmente las alianzas o frentes nacionales se alejan cada vez más de su rol de oposición, y por el contrario, transformados en minorías políticas intensas, orbitan como satélites en derredor del sol encarnado en los oficialismos provinciales que detentan una significativa centralidad y una constante iniciativa política.
En cuanto a los preguntas que plantea esta cambiante realidad política en la Patagonia meridional son variadas y entre ellas podemos mencionar las siguientes.
La actual hegemonía de las terceras fuerzas se podrá consolidar en el futuro en la región o una posible acumulación de poder político de las fuerzas nacionales podrán modificar este escenario. Dicho de otra manera, los partidos provinciales podrán aislar esta favorable relación de fuerza de lo que pueda acontecer a nivel nacional o se verán sometidos, en algún momento a una erosión de su poder, a partir de los acontecimientos que determine la deriva nacional.
Las próximas elecciones provinciales marcaran una realidad que difícilmente coincida con la compulsa nacional de fin de este año. En este caso, las terceras fuerzas seguirán manteniendo la hegemonía y la iniciativa política o ese escenario, como un rompecabezas, se volverá a rearmar con nuevos actores y nuevos colectivos.
Para el caso de Neuquén, el sector derrotado del Movimiento Popular Neuquino junto a sus circunstanciales socios electorales podrán constituirse en el germen de una futura oposición o serán una minoría intensa más dentro del espectro político provincial; o algo peor: su existencia solo tendrá vigencia en lo que dure la contienda electoral, es decir se disolverá al finalizar la misma.
Finalmente, las actuales minorías políticas intensas (cruzadas por el agudo pragmatismo no exento de un fuerte individualismo de sus dirigentes), continuarán invisibilizando a las ideologías, a partir de una práctica política fugaz, endogámica y con un indisimulado nepotismo. O por el contrario en algún momento habrá un renacer ideológico entre viejos y nuevos colectivos que lleve adelante un proyecto político y un eventual programa de gobierno con una identidad, una territorialidad y una vocación de poder que permitan transformar esas minorías intensas en una verdadera oposición.
El tiempo lo dirá.
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