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De la segunda guerra surgió Estados Unidos como la gran potencia. Con su industria intacta, era el principal acreedor mundial, poseía el 78% de las reservas auríferas del mundo y centralizaba gran parte del comercio internacional; en estas condiciones, el dólar se convirtió en la moneda-patrón del mundo y el gobierno norteamericano obtuvo el enorme privilegio de convertirse en el emisor de la moneda mundial. La segunda potencia resultante era la Unión Soviética.
La principal preocupación de ese momento, luego de los millones de muertos y de enormes daños materiales dejadas por las guerras del siglo XX, era evitar un nuevo enfrentamiento armado, esta vez entre ambas potencias, y evitar las condiciones que originaron las guerras anteriores. Para lograr lo primero, en las conferencias de Yalta y Postdam se fijaron las líneas generales que iban a regir en un mundo bipolar, en un acuerdo implícito de mantener la competencia entre ambos sistemas dentro de niveles pacíficos, de guerra fría.
Respeto a lo segundo, como la primera guerra fue consecuencia de la disputa por la redistribución territorial de las colonias, se apoyó la independencia política de las mismas, lo que fue resistido por algunas potencias europeas (principalmente Francia, que anunció la creación de la “Gran Francia” con territorio tradicional más los de ultramar) y por las poblaciones blancas asentadas en esos territorios. Lo cierto (en algunos casos luego de cruentas guerras internas como en Argelia o Indochina o largas luchas políticas, como en la India y Sudáfrica) es que al finalizar el siglo XX solo quedaban algunos enclaves coloniales, como Malvinas y Gibraltar; en África se crearon nuevos países independientes, en base a una división política más o menos arbitraria que habían dibujado medio siglo antes los europeos, mientras que la India, otros países asiáticos y los países islámicos lograron su independencia. Claro que, en general, se trató de una independencia más formal que real, ya que mantuvieron dependencia económica y política con las potencias hegemónicas.
La segunda guerra fue principalmente consecuencia de la crisis de 1929 y del cierre económico y carrera armamentista desencadenada en los años ’30 para superarla. Para evitar otra crisis global, entre los dirigentes de occidente hubo acuerdo en la necesidad de políticas de ocupación plena (predominio del paradigma keynesiano) mientras se crearon organismos internacionales (como el FMI para superar desequilibrios a corto plazo, el Banco Mundial, inicialmente BIRF, para financiaciones a largo plazo y el GATT, luego Organización Mundial del Comercio, para fomentar el intercambio comercial internacional).
El consenso implicaba un estado presente como importante factor económico, en lo que algunos autores denominaron sistema mixto, como mezcla de capitalismo liberal con socialismo de estado.
Por ello, el esquema que hemos utilizado hasta ahora para mostrar el funcionamiento del sistema requiere incluir al estado. Los múltiples servicios públicos que presta el estado en forma gratuita, como educación, salud, seguridad, que en el período 1945-1975 tuvo un crecimiento muy importante, se los valúa (a los efectos de determinar el PBI, Producto Bruto Interno) por el valor de los salarios del personal que los presta (obsérvese que entonces, a diferencia de los salarios privados, no generan excedente económico).
Ahora, a los salarios públicos y privados, y a las ganancias en sentido amplio (incluye intereses y rentas) las consideramos netas: se restan los impuestos y se le suma las transferencias del estado (jubilaciones, pensiones y planes sociales para los trabajadores, subsidios para los empresarios).
Se supone que los salarios netos (incluida jubilaciones y pensiones) se gastan en bienes de consumo; las ganancias netas (incluyendo intereses y rentas) se destinan al consumo de quienes lo reciben y, la mayor proporción, a la reinversión productiva; por su parte los impuestos son destinados a solventar los sueldos públicos (equivalente al valor de los servicios que presta el estado), otro consumo (papel, electricidad, etc.) e inversión directa (obras públicas o participación en el capital productivo de la sociedad).
El esquema queda así:
Entre mediados de las décadas de los años ’40 y ’70 del siglo XX el mundo vivió un período excepcional de crecimiento económico, tanto en el bloque soviético (tasa promedio de crecimiento del PBI del 7,2% en base a una elevada proporción de acumulación productiva) como en occidente, incluyendo los países dependientes (América Latina creció a razón de 5,5% anual); un caso excepcional fue el crecimiento del Japón (promedio del 8,6%). El producto mundial creció a una tasa promedio del 4,9%.
Una característica del período fue el crecimiento del producto industrial, entre 1 y 4 puntos por encima del crecimiento del PBI. Con un papel creciente de la producción de bienes de capital, consecuencia y a su vez causa del aumento proporcional de la acumulación productiva. Del total del valor agregado industrial, la producción de bienes de capital representaba (en 1974) el 48,5% en Japón, el 42% en Estados Unidos y el 40% en Europa occidental.
En occidente la Industrialización tuvo dos motores fundamentales que lo impulsaron: el gasto externo de Estados Unidos y el desarrollo del comercio internacional, unido a un conjunto de circunstancias, como la tecnificación del campo. La modernización de la agricultura permitió la disminución proporcional de la población activa ocupada en tareas rurales, que se trasladó a la producción industrial, y aumentó los excedentes agrícolas
El alto porcentaje de crecimiento de las inversiones productivas implicó un aumento permanente de la productividad del trabajo, lo que permitió que los salarios reales y las ganancias crecieran simultáneamente a una elevada tasa anual
En Europa los partidos socialdemócratas fueron gobierno o participaron del mismo, impulsando una legislación de derechos sociales y de redistribución del ingreso a favor de las clases sociales más necesitadas que elevaron el nivel de vida global (condiciones dignas de trabajo, control de las remuneraciones, vacaciones pagas, jubilaciones, complementado con sistemas de salud y de educación públicos y gratuitos; en este sentido sobresalieron Suecia y demás países escandinavos y Gran Bretaña (donde el gobierno laborista nacionalizó la minería, los ferrocarriles y los servicios básicos y socializó a la medicina).
De alguna forma, ese modelo se expandió por el mundo occidental; en el caso argentino estuvo acompañado por el ascenso del peronismo en el poder y la política de industrialización por sustitución de importaciones que, a pesar del golpe de 1955 y de los gobiernos siguientes, se mantuvo en los años siguientes, inclusive durante la dictadura de Onganía que, en otros aspectos, fue terriblemente reaccionaria. El máximo desarrollo se alcanzó en 1974; a partir de entonces comenzó la decadencia, agravada por la dictadura que a partir de 1976 pretendió implantar al neoliberalismo.
Este período “de oro” de crecimiento económico y distribución más equitativa, que en América Latina se trató de reimplantar en los primeros años de este siglo, con integración económica regional, duró hasta mediados de la década de los años ’70, con la crisis del sistema e irrupción del neoliberalismo como ideología dominante.
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