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23/10/2022

Se cumplen 50 años del retorno de Perón

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Aquel regreso del 17 de noviembre de 1972, que por entonces muchos no creían posible, fue una verdadera epopeya que puso fin a un período oscuro de la historia nacional y permitió recuperar la soberanía popular.

Héctor Mauriño

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En poco menos de un mes, el próximo 17 de noviembre, se cumplirán 50 años del retorno de Perón a la Argentina luego de 17 años de exilio. Aquel regreso, que por entonces muchos no creían posible, fue una verdadera epopeya que puso fin a un período oscuro de la historia nacional, en el que las mayorías fueron proscriptas, sus dirigentes y militantes perseguidos, encarcelados o asesinados, la democracia clausurada y el país sumido en el retroceso económico y social.

La proximidad de la fecha, tanto como la impresión que provoca el tiempo transcurrido desde entonces, hacen propicia una reflexión susceptible de ser útil a la difícil transición actual, diferente sí, y que sin dejar de ser compleja no es más grave que la que atravesó el país aquellos años y que tuvo precisamente, una resolución favorable a las mayorías con el retorno del líder justicialista, el fin de la proscripción a las mayorías y el restablecimiento pleno de la democracia.

Que luego ese proceso se haya frustrado dando paso a la dictadura más sangrienta que recuerde la historia nacional es tema de otro análisis, pero lo cierto es que aquellos anhelados objetivos del pueblo argentino postergados durante 17 años se alcanzaron plenamente en noviembre de 1972, a despecho de lo difíciles o imposibles que se veían entonces.

A lo largo de esos 17 años, que comenzaron con los bombardeos del 16 de junio de 1955 a Plaza de Mayo, y siguieron con el golpe del 16 de septiembre de ese año, se vivieron una serie de calamidades destinadas a impedir que el pueblo se expresara: la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas, con los fusilamientos del general Juan José Valle y de civiles en los basurales de José León Suárez; el gobierno condicionado de Arturo Frondizi, destituido luego de una serie de “planteos” militares; la anulación de las elecciones que ganó Andrés Framini; el endeble gobierno de Arturo Illia, surgido de la proscripción del peronismo; el golpe de 1966 de la autodenominada Revolución Argentina, que instaló “sin plazos” al dictador Juan Carlos Onganía, su relevo por Roberto Marcelo Levingston después de que estallara el Cordobazo, y finalmente la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse y su intento de subordinar a Perón a su estrategia gatopardista del Gran Acuerdo Nacional.

Frente a cada instancia el pueblo argentino demostró su capacidad de resistencia, desde la clandestinidad, la lucha en las comisiones internas de las fábricas, la resistencia al Plan Conintes, el Cordobazo y el ajusticiamiento de Aramburu; el surgimiento de las organizaciones armadas peronistas y, finalmente, la creación de la Tendencia Revolucionaria del peronismo, que unida a la lucha del sindicalismo consecuente y a la magistral conducción estratégica de Perón llevaron al régimen a un callejón sin salida que lo obligó a conceder elecciones.

La derrota del partido militar no se pudo materializar sin padecer un duro accionar represivo y no sin antes provocar, en agosto de 1972, una masacre con los presos políticos que después de un intento de fuga del penal de Rawson habían sido encerrados en la base naval Almirante Zar de Trelew.

Lo cierto es que el intento de Lanusse de levantar la proscripción del peronismo a cambio de la auto-proscripción de Perón, fue a estrellarse contra la intransigencia de la juventud, los sectores leales del sindicalismo y el ajedrez implacable del viejo líder, que desde Madrid fue enhebrando una estrategia ganadora y terminó por dejar sin alternativas a la dictadura militar.

Finalmente, el 17 de noviembre Perón forzó el desafío dictatorial regresando a la Argentina en un vuelo especial desde Roma, en el que viajó acompañado por personalidades de la política, el arte y el deporte, y arribó a Ezeiza en un día lluvioso. La dictadura había dispuesto un cerrojo con tropas fuertemente armadas para impedir la llegada de la gente hasta el aeropuerto, pero la multitud superó todos los obstáculos, entre ellos el crecido río Matanza, que cruzó a pie para poder ver a su líder.

Perón estaba de nuevo en la Argentina y se había cumplido el sueño de dos generaciones, la que vivió la prosperidad de la primera década de los gobiernos peronistas y la de sus hijos, muchos de ellos nacidos de familias antiperonistas, que no vivieron aquellos años pero terminaron reivindicando la que fue tal vez la etapa más feliz del pueblo argentino.

Para las nuevas generaciones, que no conocieron aquella epopeya de los ‘70 y que nacieron y crecieron en democracia, tal vez resulte difícil imaginar un país donde cerca de la mitad de la población estaba impedida de elegir a sus representantes; donde estaba prohibido mencionar el nombre de su líder; en la que los partidos políticos habían sido puestos en la ilegalidad, el Congreso clausurado y la Constitución remplazada por un bando militar.

En una Argentina sin garantías individuales y con el estado de derecho suspendido; donde la tortura, la cárcel y la persecución estaban institucionalizadas.

Esa Argentina existió y aun late en la actualidad en las fuerzas políticas que alientan sin pudor la abolición de derechos adquiridos, en los empresarios ciegos y en la prensa canalla que fomentan, todos ellos, (también los embajadores de potencias extranjeras que vienen a decirnos lo que tenemos que hacer) la fractura social agitando el fantasma de la violencia. Es la democracia tan preciada y que tanto costó conseguir la que está nuevamente en riesgo en la Argentina.

29/07/2016

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