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16/10/2022

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Ante un umbral despiadado

Ante un umbral despiadado | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El inicio del siglo XX coincidió con la “Belle Époque” francesa. Pero junto al esplendor artístico y el buen vivir burgués había un hervidero de ideas antisemitas, como describe la serie “París Police 1900”. Cien años después, en el mundo, el extremismo de derecha se vuelve más peligroso cada día.

Ricardo Haye *

La llegada del siglo XX coincidió con la Belle Époque, ese período que nuestra imaginación generalmente asocia con la vida alegre y despreocupada. Así lo reflejaron las obras del impresionismo pictórico, como el célebre “Almuerzo de los remeros”, de Pierre-Auguste Renoir (cuya foto encabeza esta aguafuerte). El cuadro retrata a un grupo de amigos del pintor, todos ellos de vida acomodada, mientras disfrutan de una sobremesa junto al río Sena. La escena ofrece el ambiente relajado y bucólico que algunos burgueses de buen pasar escogían para alejarse del ajetreo parisino.

La capital francesa, sin embargo, también contribuía con sus sitios de esparcimiento, en los que artistas y bohemios se apretujaban en feliz algarabía. Ese lapso dichoso está asociado indisolublemente con cabarets como el Moulin Rouge y el Folies Bergere que, en la colina de Montmartre, recibían en una mezcolanza despreocupada tanto a integrantes de las clases aristocráticas como a personas de los sectores menos favorecidos. Todos disfrutaban por igual del can-can y las bebidas burbujeantes.

Probablemente ese momento de la historia haya sido el recreo anhelado, después de la guerra franco-prusiana que acababa de finalizar con la derrota de los franceses. El bullicio no pudo anticipar que solo se trataba de un período de entreguerras que habría de acabar con una Guerra Mundial. Solo años después, cuando llegara otra contienda mayúscula, la conciencia de la humanidad les agregaría los ominosos adjetivos de “Primera” y “Segunda”.

En ese “mientras tanto” finisecular la expectativa de vida creció gracias a los progresos experimentados por la medicina y la química; Freud había comenzado a realizar sus abordajes acerca de la sexualidad y el desarrollo económico estaba cambiando la forma de vida de los parisinos. Entre 1900 y 1913 se habilitaron más de un centenar de salas cinematográficas. Las casas particulares se llenaban de música gracias a la gramola. La ciudad-luz vivía un clima propicio para el desarrollo del arte y la belleza.

El cambio de centuria que se aproximaba traía infinitas promesas de modernidad, impulsadas por la Segunda Revolución Industrial, coincidente con la “época bella”. Pero no todo era brillante, reluciente y lleno de esperanzas.

Todo el jolgorio descripto ocurría contra el telón de fondo de un hervidero de ideas antisemitas. En aquel contexto Alfred Dreyfus, un ingeniero y capitán del ejército de origen judío, fue acusado por un tribunal militar de entregar secretos a Alemania y resultó condenado a cadena perpetua en 1894.

Ese escenario de intolerancia y racismo desembozado es el que elige la serie francesa «París Police 1900» para desarrollar un argumento en el que toda la vida dulce y risueña de la Belle Époque desaparece por completo para ser reemplazada por la oscuridad de su trama.

La apertura de la serie muestra a un niño canillita, hijo de inmigrantes para más datos, que recibe una paliza feroz mientras el puesto de periódicos que atiende su padre es prendido fuego. En las escenas siguientes el diario que vendían a 5 céntimos es sustituido por otro pasquín que desde su nombre exhibe sin tapujos los valores que defiende: se llama “El antisemita” y se vende a 10 céntimos.

Entre los protagonistas aparece una mujer joven que intenta dedicarse al ejercicio del derecho en una sociedad que no concibe que esa práctica pueda ser desarrollada por una persona que viste faldas.

La violencia callejera que va in crescendo enfrenta a grupos anarquistas con colectivos de extrema derecha. Para intentar restaurar el orden, la policía se ve obligada a devolver a la actividad a un comisario retirado. Como primera medida, el funcionario decide instalar teléfonos en todas las dependencias policiales. Este reconocimiento a un avance tecnológico del momento es visto con sorna por parte de los propios uniformados, en cuyas filas abundan los ejercicios de violencia y corrupción.

La tumba de Félix Faure, en el cementerio parisino de Père-Lachaise.

 

El presidente francés de la época, Félix Faure, muere de un ataque cardíaco en manos de su amante que -ipso facto- pasa de cortesana a informante de la policía. En el trayecto de una ocupación a la otra, la mujer se relaciona con damas de abolengo que entretienen su vida vacía con estupefacientes de potencia variada.

El capitalismo bullente había entrado en expansión hacia formas imperiales y, si bien algunas transformaciones sociales, culturales y económicas comenzaban a dejarse sentir, las poderosas asimetrías sociales no mejoraban sustancialmente las condiciones de vida de los sectores proletarios menos favorecidos.

Un dato es elocuente: los pescadores del Sena obtenían una “extra” a través de la bonificación que les entregaba la policía cada vez que recuperaban del río los cuerpos sin vida de los suicidas.

Los sectores de ultraderecha (antecedente del nacionalsocialismo alemán que llegaría al poder en 1933) exhibían su brutalidad a través de una “Liga de carniceros” (sic) encargados del trabajo sucio que les imponían sus ideas xenófobas y racistas.

Observar aquellos acontecimientos históricos con la perspectiva que nos da el tiempo y el conocimiento de los sucesos de bestialidad que iban a producirse luego, nos hace pensar ¿cómo pudo la humanidad descender a semejantes subsuelos? ¿Cómo hubo tanta gente tolerando que la vida de las personas fuera tan poco valorada? ¿Se pudieron acostumbrar a ese reino de la violencia y la muerte?

No hizo falta retroceder hasta las épocas en que barcos esclavistas reducían a las personas a condiciones infrahumanas. Ni tampoco hasta los tiempos en que nuestras familias patricias comerciaban con integrantes de comunidades originarias a los que reducían a servidumbre.

Los acontecimientos que describe la serie “París Police 1900” ocurrían a la par de un momento de esplendor de ciertas manifestaciones artísticas y celebración del buen vivir.

A cien años de aquel instante, cualquiera podría suponer que los indicadores de progreso social y expansión de la conciencia humana nos ponen a salvo de expresiones de barbarie como las del pasado.

Trump, Le Pen, Meloni, Bolsonaro: exponentes de un pensamiento atrabiliario.

 

Y, sin embargo -aunque no ganó-, más de 50 millones de brasileños acaban de votar a Bolsonaro. En Italia la extrema derecha ganó las elecciones, multiplicando por seis las adhesiones que había recibido cuatro años atrás. Y, a lo largo y ancho del mundo, se repiten resultados que hablan de apoyos enormes a referentes de ideas extremadamente violentas. Sus adherentes no pueden ser únicamente representantes de grupos sociales dedicados a defender sus privilegios. Existe una masa de votantes que pertenecen a sectores populares despejando el camino por el que avanzarán sus verdugos.

El extremismo de derecha se vuelve más peligroso cada día que pasa. Y los riesgos amenazan con traducirse en niveles crecientes de violencia, autoritarismo, represión, clausura de derechos, desigualdades sociales cada momento más pronunciadas, riquezas incalculables en menos manos a cada segundo y millones de seres humanos condenados a mayores privaciones en idéntico ritmo.

La escalada conculcará conquistas, la igualdad ante la ley será una inscripción que irá destiñendo día a día, la salud será progresivamente más y más inalcanzable y la educación continuará rebajando su calidad a medida que avance el desguace del Estado. Nuestros viejos verán enflaquecer sus jubilaciones y a cada paso serán más lejanas las posibilidades de realización de nuestros chicos.

A un ritmo igual de rápido que se van nuestras materias primas, los grandes capitostes criollos seguirán fugando divisas hacia el exterior. La obra pública quedará paralizada, con la excepción de meros trabajos de embellecimiento superfluo en la cabeza de Goliath.

Y nada de esto podrá exhibirse como un acto de adivinación fantástica. Es la acumulación de experiencias que ha dejado el paso por el gobierno de administraciones derechistas más suaves o recalcitrantes la que vuelve predecibles sus comportamientos. Porque los libertarios de hoy señalan que se niegan a ser “gradualistas” y, en realidad, eligen ser feroces.

Podrán cambiar algunos nombres o repetirse otros, como si fueran fantasmas del pasado que intentan recuperar presencia tremebunda, salvaje, despiadada, pero no les hace falta pronunciar discursos incendiarios ni mandar a nadie a escribirles libros que los muestren como jinetes del apocalipsis. No necesita Macri anunciar una reducción drástica del déficit fiscal, porque ya se sabe que si llega, arrasará con la inversión social. No precisa anticipar medidas de control del orden público; sabemos que lo suyo es la vigilancia del estado policial. Tampoco tenemos necesidad de escucharle decir que aumentará el costo de la energía y estamos seguros de que de esa decisión procurará sacar tajada personal.

Un nuevo azote del extremismo de derechas entre nosotros ni siquiera tendrá la mascarada de una bella época precaria. Tampoco encontraremos el sosiego espiritual ni el consuelo que hace algo más de un siglo proveyeron los artistas del impresionismo. Aunque los márgenes se van estrechando, es conveniente crear conciencia de esas desgracias cuando aún resulte posible ahuyentarlas.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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