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El proceso de violencia política fomentado durante más de una década en Argentina desde sectores de poder empresariales, mediáticos, judiciales y político-partidarios, llegó a su nivel máximo -hasta ahora- en el intento de asesinato contra Cristina Kirchner.
El crimen no alcanzó a concretarse por razones que cada quien puede atribuir a Dios, a un milagro, a la impericia del atacante, al destino, al puro azar, etc. etc. Lo real y concreto es que a pesar de que el arma fue gatillada, la bala no se disparó -o las balas no se dispararon- y la víctima está sana y salva.
“Yo siento que estoy viva por Dios y por la Virgen”, dijo la propia Cristina en su conmovedora reaparición pública del pasado jueves, donde mostró una entereza personal y lucidez política a prueba de las peores adversidades. (Crónica de Página 12 con el video completo del discurso, nota del 15/09/22).
Ese triunfo de la vida sobre la muerte no cambia el dato fundamental para el futuro de Argentina que el fallido atentado dejó como una incógnita enorme: la existencia de un grupo u organización que planificó y quiso ejecutar el asesinato.
Con la información pública disponible hasta el momento se puede afirmar que el ataque criminal fue perpetrado por una banda terrorista de ultraderecha, sobre la cual se deben averiguar sus integrantes, dimensiones, ramificaciones, financiamiento y eventuales conexiones políticas.
Estas últimas (las conexiones) incluyen, como conjetura general, a dirigentes específicamente “políticos”, pero no necesaria ni exclusivamente a ellos/as, sino a otras estructuras de poder de diverso tipo con capacidad de organizar y ordenar o instigar la ejecución de una acción delictiva semejante.
Solo a modo de ejemplo y en el plano de las suposiciones, pueden citarse como posibles responsables a sectores empresariales, policiales, militares y de los servicios secretos (servicios formalmente llamados “de inteligencia”), así como bandas del crimen organizado.
“Copitos de azúcar”
Reflexionar y definir los hechos con determinadas palabras y no con otras, resulta fundamental para contribuir de mejor manera al conocimiento social y la conciencia cívica, y también como aporte a la acción política. Más aún cuando, como en este caso y en casi todos, el aparato comunicacional dominante tiende a tergiversar, manipular y ocultar, y de ese modo instalar sus mentiras como verdades.
Y cuando además, porque así lo exige el sistema mediático argentino que se basa en criterios comerciales de construcción de la noticia -aparte de criterios ideológicos y de distintos intereses-, el ataque contra Cristina se constituirá inevitablemente en un tema de info-entretenimiento, por ejemplo con familiares de los/las acusados/as, con abogados/as, espías o ex espías, múltiples “especialistas”, etc. convertidos en personajes televisivos y de los medios en general para difundir todo tipo de versiones que, en mayor o menor medida, influyen en la opinión pública.
En este sentido, un asunto de máxima importancia se refiere a llamar “banda de los copitos” a las personas involucradas en el atentado, algunas de ellas ya detenidas y procesadas y otras sospechosas de tener alguna participación.
Surgida del hecho de que la mayoría de esas personas -hasta el momento todas predominantemente jóvenes- dijeron trabajar en la venta de copitos de azúcar (o “copos de algodón”, o “copos de azúcar”, o “algodón de azúcar”), la denominación lleva implícitamente una carga de significación agradable, bella, vinculada con los placeres de las infancias y las familias, con momentos de gratificación y recreación.
Nada de eso tiene relación semántica alguna con el tremendo acto de violencia política perpetrado en grado de tentativa, y por lo tanto es una terminología tramposa… Aunque quizás finalmente quede instalada en la memoria colectiva, precisamente por el poder de la hegemonía mediática.
Al respecto, el escritor Marcelo Figueras (también guionista de cine y periodista, y muy vinculado en lo personal y profesional a figuras de máxima trascendencia pública como la propia Cristina Kirchner y el músico Carlos ‘El Indio’ Solari), lo dijo con mucha sencillez días atrás en Twitter: “Que los comunicadores la corten con ‘La Banda de los Copitos’. No son los músicos que acompañaban a Piñón Fijo. Son una célula terrorista de ultraderecha. Lúmpenes, si quieren, pero terroristas. De derecha. Es así”. (Tuit del 13/09/22).
Efectivamente, se trató de un acto terrorista. Por más que quienes hasta el momento aparecen involucrados/as en el intento de magnicidio -independientemente de otros/as que aparezcan más adelante, y de que eventualmente se conozcan apoyos económicos y logísticos desde ámbitos de poder- sean mayormente jóvenes de condición social muy pobre, o de clases medias bajas, que probablemente sean víctimas de la injusticia social y de un sistema económico cruel y violento.
Además, fue una acción política de ultraderecha, entendiendo por tal a las bases ideológicas llevadas al extremo para sostener y reproducir un modelo de sociedad en el cual las clases sociales privilegiadas y las corporaciones que representan sus intereses, acumulan el poder y la riqueza a costa del sacrificio y/o el sufrimiento de las clases sociales despojadas de los bienes y derechos más esenciales.
Y, como frecuentemente ocurre en el mundo entero, víctimas del sistema pueden ser usados como victimarios/as para las peores atrocidades. (Otro tipo de ejemplo lo constituyen soldados que pertenecen a sectores sociales pobres y son enviados a morir en una guerra por quienes dominan a una sociedad).
No todo pensamiento o acción política de ultraderecha es un crimen, y de hecho puede haber cientos de miles o quizás millones de ciudadanas/os en el país que tienen tales ideas y no son criminales. Pero en esa condición ideológica está la matriz que, estimulada por otros factores -como los discursos de odio y el ánimo social violento generado desde estructuras de poder, tema que afortunadamente en estos días ocupa un lugar en el debate público-, derivan a veces en conductas de violencia asesina.
Lo humanitario, lo social, lo político
El análisis de las historias de vida y las característicos psíquicas y emocionales de los/las presuntos/as responsables del ataque a la ex presidenta de la Nación y actual vicepresidenta -probablemente, al menos algunas, vidas trágicas y de mucho sufrimiento-, es un asunto prioritario para la reflexión social y sobre todo para la elaboración de políticas públicas
Lo mismo debiera hacerse en cualquier caso con personas que cometen delitos, y más todavía si son delitos atroces, como los crímenes que terrible y cotidianamente se sufren en una sociedad. (Aunque este no llegó a convertirse en crimen porque fracasó en el instante decisivo de su ejecución).
Sin embargo, el abordaje humanitario está indisolublemente unido a la gravedad social y política del asesinato que se planificó e intentó contra la líder del kirchnerismo.
El hecho de que, hasta donde se sabe públicamente, los autores/as directos/as del hecho y sus cómplices sean personas humildes o relativamente pobres, lleva a sus máximos niveles las contradicciones humanas en general y las paradojas atroces de la sociedad argentina actual y de la mayor parte del mundo.
Más allá (como ya se dijo en esta columna de opinión) de lo que después pueda comprobarse respecto de estructuras y personas de poder que eventualmente hayan planeado y ordenado cometer el magnicidio.
Por el momento, los rostros tiernos y juveniles y la apariencia sencilla de personas comunes del pueblo -según lo informado públicamente- de quienes participaron de una manera u otra en el ataque contra Cristina Kirchner, es un aspecto de la realidad tan real (valga la redundancia) como otro: ellas y ellos integraron una banda terrorista de ultraderecha, aunque tuvieran poca formación política y tal vez, en algún caso, sin conocimiento pleno de la trama delictiva en la que estaban involucradas/os.
Quizás una banda precaria en sus aptitudes criminales y en su capacidad organizativa. O no. Eso todavía no se sabe. Y tampoco puede asegurarse que algún día se sepa completamente.
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