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“Frida miró al elefante, y empezó a desdibujarse, pero nada le importó. Diego miró a la paloma y la amó, entre tantas cosas, entre el lienzo y la pasión…”1 Ese tremendo y tortuoso amor, ya en los años ’50 estaba llegando a su fin, de la misma manera que lo estaban haciendo los años de oro de Guatemala, país con el que ambos tenían estrechos vínculos. De hecho, la última aparición pública de Frida fue en una marcha, meses antes de su muerte y en silla de ruedas, junto a Diego y Juan O’Gorman, en repudio a la invasión orquestada por la CIA en Guatemala.
Frida, Diego y O'Gorman (1954)
La paloma, moriría en julio de 1954 y el elefante, todavía hundido en la pena, recibiría otra carta de su amigo Miguel Ángel Asturias, a quien el golpe le había quitado la nacionalidad guatemalteca y lo había empujado hacia su exilio en Buenos Aires. En aquella carta, el autor de “Hombres de maíz” y “Sr presidente”, convocaba a Rivera a multiplicar los repudios por el tremendo fin de la “la revolución de octubre”.
La respuesta de Diego no se hizo esperar. Estaba al tanto de lo que allí sucedía no sólo por Asturias, sino también por Rina Lazos, la gran muralista guatemalteca que estaba pintando en su país en tiempos del golpe. A solicitud de él, Rina juntó fotografías y recortes de la prensa, viajó al DF, y en la casa-estudio que el elefante y la paloma compartían en Coyoacán, trabajaron incansablemente por tres meses. El resultado será un mural de un impacto tremendo, tanto que las tensiones de la guerra fría dificultaron por décadas su exposición. Prohibido en EEUU y ocultado por los sucesores de Stalin, permaneció “perdido” –oculto en Moscú- por décadas. Fue expuesto nuevamente en el museo Pushkin recién en 1997; habría que esperar este siglo para que por primera vez se mostrara en México (2007) y en Guatemala en el 2010. Su título deriva de las expresiones de Foster Dulles, por entonces Secretario de Estado norteamericano, asesor de la United Fruit y gestor de la invasión, respecto al golpe en Guatemala: “Gloriosa victoria”.
El imperio en la cintura de América
El pasado 20 de octubre se cumplieron 77 años de “la revolución de octubre” de 1944 en Guatemala. Esa revolución puso fin a un período de largas dictaduras que habían estirado el siglo XIX guatemalteco hasta casi la mitad del XX: mientras el mundo se había modernizado, ese país se había convertido en una zona gris entre el feudalismo y las distintas formas de trabajo forzado o de explotación precapitalista. Las dictaduras de Estrada Cabrera (1898 – 1924) y de Jorge Ubico (1931-1944), especialmente, eran terroríficas administradoras de los bienes y las ganancias de la United Fruit Company y sus subsidiarias (la Internacional Railwayls Co, la empresa de teléfonos, la de energía, la de puertos, etc). “El pulpo”, como se la llamaba popularmente en Centroamérica, fue uno de esos consorcios internacionales que, fruto de la 2da Revolución industrial en el centro, dominaron y saquearon inmensas zonas de la periferia, con gobiernos títeres que les facilitaban el acceso a los recursos naturales, la exención fiscal y el disciplinamiento de la mano de obra.
Hacia mediados de siglo XX estas dictaduras fueron acumulando resistencias y protestas pero, tal como ocurriera en la Argentina de 1943, fue un sector del ejército quien puso el límite. Esos militares se hicieron eco de las protestas de trabajadores urbanos, estudiantes y campesinos y terminaron derrocando a la última expresión de la dictadura, el Gral. Ponce Vaidés, el 20 de octubre de 1944. Comenzaba así un período de diez años en los cuales Guatemala comenzaba a ingresar en el siglo XX. La “revolución de octubre” tendría tres importantes capítulos: La junta de gobierno, la presidencia de Juan José Arévalo y la del Cnel. Jacobo Árbenz. Esos tres momentos de modernización y construcción de una democracia popular con profundo sentido social, fue ahogada en las aguas del juego bipolar entre los imperios en beneficio de “el pulpo” bananero. El final de esos diez años constituye uno de los más altos puntos del anticomunismo, que ha sido una de las perversiones políticas del siglo XX y va camino de seguir siéndolo por el temor que sigue generando el fantasma de la igualdad.
Arbenz-y Arévalo
Al asumir la presidencia Jacobo Arbenz, en 1951, se impuso el desafío que había quedado pendiente con la gestión del primer presidente en elecciones libres: La tenencia de la tierra y los monopolios. Un dato inicial es fuerte, pero no sorprende: el 2,2% de los habitantes poseían el 76% de las tierras, pero la UFCo poseía aproximadamente el 50% de las cultivables, de las cuales sólo utilizaba el 2,2%. A su vez, ni “el pulpo” ni sus subsidiarias habían pagado alguna vez impuestos. El intento de Reforma Agraria hizo que la CIA organizara su segunda intervención derrocando gobiernos democráticamente elegidos; el primero había sido el derrocamiento de Mosadeq, en Irán (1953) para revertir la nacionalización del petróleo.
El imperio en el lienzo
El mural de Rivera está lleno de detalles y, como siempre, de colores que rebosan latinoamericanidad. Puede interpretarse desde distintos ángulos y, si el observador ha leído ya “Tiempos recios”, de Vargas Llosa, verá cómo un escritor sobresaliente y de derechas confluye con un pintor magnífico y de izquierdas. La base de la imagen es el mundo de la muerte, abonado (desde la derecha del cuadro) por quienes fertilizan el suelo guatemalteco con las luchas y, por detrás de ellos, el Palacio, la Iglesia y las cárceles con sus presos que agitan la bandera celeste y blanca guatemalteca. Toda esta parte del mural fue pintada por Rina Lazo. Más aún, ella misma está allí, agregada por Diego. Cierta vez lo contó Rina: “Diego me dijo un día: ‘traiga una blusa roja mañana’. Al día siguiente llegué y me puso a posar como guerrillera, con una ametralladora de juguete que era de su nieto Juan Pablo”. Por la izquierda ese suelo de muerte es abonado por la sangre del trabajo para recoger las bananas. Un soldado, que apoya su fusil sobre el cuerpo de un campesino, testimonia el papel disciplinador asignado a las dictaduras y, por detrás, las bananas son cargadas en un barco norteamericano. Por un lado y por otro, Rina y Diego le dan color al contexto.
En el centro de la escena, los jinetes del apocalipsis guatemalteco: el presidente norteamericano Dwight Eisenhower, como bomba antropomorfa, y en él apoyado Foster Dulles, Secretario de Estado, que saluda a Castillo Armas (“Cara de hacha”), el militar guatemalteco que se prestó a liderar el movimiento en el terreno, saluda a Dulles con dólares en el bolsillo y una pistola en la cintura. Atrás de Dulles, el “carnicero de Grecia”, John Peurifoy, embajador norteamericano en Guatemala, también, con un bolso lleno de dólares y repartiendo; a su lado, el otro Dulles, Allen, director de la CIA y, a la derecha de ellos y más cerca del pueblo, un personaje clave en la agitación anticomunista, el arzobispo Mariano Rossell Arellano.
Esta representación pictórica del imperio en el caribe estaría completa con “el generalísimo” Leónidas Trujillo, “el chivo”, el feroz dictador de República Dominicana; con Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense; y con el sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays. Tres piezas claves en la “Operación éxito”: el primero, con asesinos puntuales que fueron claves en el trabajo que coordinó la CIA, el segundo con las bases para los aeropuertos y el territorio para el entrenamiento de las fuerzas mercenarias; y el tercero como el gran armador de la propaganda anticomunista.
Perón y Somoza.
El relato latinoamericanista de la militancia nacional popular en Argentina ha querido ver en Jacobo Árbenz a una especie de Perón guatemalteco. Indudablemente, alejado de aquella coyuntura, hubo mucho de parecido entre ellos, en definitiva, eran militares nacionales populares periféricos de posguerra. Pero el parecido sólo se puede establecer prescindiendo de la historia. En ese sentido, en lo mejor de los tiempos de ambos, el guatemalteco debió haber pensado que poco tenía que ver con el argentino. Es que cuando la operación de la CIA se estaba llevando adelante, en 1953, Somoza es invitado por el líder argentino a celebrar un 17 de octubre, es condecorado con “la Orden de Honor de San Martín” y la “Orden al mejor amigo peronista” y solicita a las masas, desde el balcón, tres vivas: por Nicaragua, por el Gral. Somoza y por la Patria. Pero más aún, en su exilio, entre 1956 y 1958, está dos años acogido por Leónidas Trujillo. Bueno, no hay sorpresas, no es novedad que el relato político organiza el pasado a su manera, y de allí las tensiones con la Historia.
1 Pedro Guerra. El elefante y la paloma. Disco Golosinas (1994)
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