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28/02/2021

Neoliberalismo y democracia (II)

Neoliberalismo y democracia (II) | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Para el neoliberalismo el ciudadano es un cliente que se puede manipular mediante la propaganda, en la que no importa su veracidad sino su efectividad”, señala el autor en esta segunda entrega sobre el tema.

Humberto Zambon

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Volvemos al tema que veníamos tratando en esta columna, la naturaleza del neoliberalismo y su relación con la democracia.

En los años ’70 del siglo pasado comenzó una mutación del capitalismo, que se transformó de fundamentalmente productivo a financiero y especulativo. A partir de entonces la distribución del ingreso se hizo cada vez más desigual, con gran concentración de riqueza y un crecimiento vertiginoso de las corporaciones transnacionales. La ideología que surge de este cambio es el neoliberalismo, que todo lo subordina al mercado.

El viejo liberalismo económico sostenía la existencia de la “mano invisible” que dirigía a la economía basado en mercados de competencia perfecta, con muchísimos compradores y vendedores, de forma tal que ninguno de ellos podía influir en las decisiones finales. Cada participante, buscando su propio interés debido al egoísmo natural del ser humano, permitía lograr la solución óptima de los problemas sociales.

Ese mercado perfecto nunca existió, pero en el pasado hubo casos en que la realidad se acercó bastante al ideal. En cambio, con el grado de concentración actual, unas pocas corporaciones lo dominan en forma monopólica (las firmas chicas que subsisten se convierten en satélites y si existe en un mercado determinado más de una trasnacional, poco les cuesta ponerse de acuerdo en una política común). No es la “mano invisible” la que decide en economía sino la mano visible de las grandes empresas.

Algo parecido pasa en el plano político donde, con el capitalismo desarrollado, se acentuó la asociación Estado y empresas y la auténtica democracia se va volviendo incompatible con el sistema.

Por un lado, las grandes corporaciones dominan a los medios de comunicación, los formadores de la opinión pública, en forma directa (con la propiedad) o indirecta, sosteniéndolos mediante la publicidad.

Por el otro, para el neoliberalismo el ciudadano es un cliente que se puede manipular mediante la propaganda, en la que no importa su veracidad sino su efectividad; se gasta millonadas en publicidad electoral y, si no resultara suficiente, está la “fake news” y la “law fare” al que se recurre sin ética ni respeto al ser humano. Adelantándose a su tiempo ya lo decía a fines del siglo XIX el liberal Carlos Pellegrini, “la política es el arte de engañar a ese gran niño que se llama pueblo”.

Estados Unidos es el ejemplo de la democracia a la que lleva el desarrollo capitalista en esta etapa. Para ser candidato con posibilidades hay que ser millonario o contar con el apoyo de millonarios. De lo contrario, no hay campaña electoral posible. De esta forma se garantizan la defensa de sus intereses.

Está, además, la intervención de las corporaciones directamente en el gobierno y en el congreso, presionando a los representantes, cosa que ha denunciado Robert Reich, ex secretario de Trabajo del presidente Clinton, en su libro “Supercapitalismo”. Y también Colin Crouch, que comenta en “La extraña no-muerte del neoliberalismo” que las empresas farmacéuticas desplegaron seis personas por cada integrante del congreso para la campaña de lobbying contra las reformas de salud propuestas por Obama, gastando en la campaña 380 millones de dólares, con lo que lograron diluir la reforma. Otro ejemplo: en el año 2010, según informó el FMI, en los cuatro años anteriores las firmas estadounidenses habían gastado 4,2 mil millones en actividades políticas, entre las que se destacaban particularmente las del sector financiero de alto riesgo, responsable de la crisis del 2008/09 con su accionar irresponsable y, a la vez, principal beneficiaria de la política anti crisis.

No se trata de cohecho directo, lo que conocemos como “coima”. Basta con invitaciones a congresos y viajes, promesas de becas o de trabajos posteriores al mandato o, fundamentalmente, seguridades sobre la financiación de la campaña por la reelección. Para congresales y funcionarios, si actúan contra las corporaciones no existe futuro político posible.

En estas condiciones, la democracia deja paso a una plutocracia, a un gobierno de los ricos.

29/07/2016

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