El intendente Gaido no se equivoca cuando plantea la necesidad de reformar la Carta Orgánica municipal para eliminar la renovación por mitades del Concejo Deliberante cada dos años. En 26 años ha quedado demostrado que esa cláusula conspira contra las minorías reforzando los hegemonismos y trastorna la vida del órgano legislativo sometido año por medio a una campaña proselitista que lo sustrae de sus objetivos.

No solo al Concejo. La elección de ediles cada dos años también trastorna el funcionamiento del Ejecutivo municipal, que ve puesta a prueba su gobernabilidad y sus planes de gestión en la mitad de su mandato.

Si todo es así y si estos hechos han quedado sobradamente demostrados en un cuarto de siglo, ¿por qué no se ha cambiado antes este precepto de la Carta Orgánica municipal?

Desde su origen, la renovación parcial del Deliberante es un pacto de mayorías, un acuerdo entre los grandes y un canje de gobernabilidad. La del partido que gobierna la provincia en la Legislatura y la del que gobierna el municipio en el Concejo. Una mano lava la otra y si esto fue posible, en buena medida lo fue porque durante los cinco lustros transcurridos el MPN gobernó siempre la provincia y buena parte de ese lapso fue Horacio “Pechi” Quiroga, quien condujo los destinos de la municipalidad.

Pero ese equilibrio está roto por la desaparición de Quiroga y por la falta de un líder que lo reemplace en la conducción de la centro-derecha capitalina. Por el contrario, el MPN ha vuelto por sus fueros a gobernar la ciudad y su representante, el señor Gaido, quien llegó sin masa crítica propia, parece estar dispuesto a conseguirla con la gestión y, de paso, a alzarse con la representación de los sectores medios que ha dejado vacante “Pechi”.

A diferencia del cuatro veces ex intendente, que rompió el molde del conservadurismo liberal al que pertenecía para dejar un municipio desendeudado, Gaido arranca endeudándose, pero es tal la cantidad de obras y cambios que acomete aquí y allá, que nadie debería sorprenderse si rápidamente es tenido por un intendente capaz de acometer lo que otros nunca hicieron o harían.

Un ejemplo a mano es la forma en que solucionó la usurpación vip en la costa del río Neuquén. Se podrá decir que fue benigno, y mucho, con ese barrio de notables entre los que se cuentan jueces, funcionarios y acaudalados empresarios al parecer empeñados en burlar la ley. Pero nadie podrá decir que después de décadas de gobiernos municipales que miraban para otro lado, el señor Gaido no solucionó el problema.

El ex presidente de la Convención que dictó la Carta Orgánica en 1995, Rodolfo Laffitte, un Sapag por parte de madre, acaba de decir en una entrevista con que lo de la renovación cada dos años no se puede modificar por enmienda y que si se hace irá a la justicia.

También, que aquella cláusula de la Carta Orgánica fue inspirada por un MPN que “no es el mismo” que actualmente está en el poder…

No sabemos si Laffitte se refiere exclusivamente a Gaido o también a Gutiérrez y otros, quién sabe, pero es cierto que ni uno ni otro son el mismo MPN que antes. O mejor dicho, el MPN es siempre el MPN, pero los actores circunstanciales no son los mismos ni las circunstancias tampoco.

En el caso que nos ocupa, Gaido llegó con todo el apoyo del gobierno provincial pero también con un convoy de colectoras que incluyó a casi todo los colores del arco político. Su gobierno es del MPN, pero no solo.

Además, Gaido parece tener clara su misión de perpetuar al partido en la intendencia de la capital. De que nunca más un cuerpo extraño (Quiroga) les arrebate la ciudad más importante de la provincia. También, el intendente parece tener fuertes deseos de probarse; de mostrar que puede ser y perdurar; que es capaz de sacudir la modorra de este pueblo polvoriento devenido gran ciudad haciendo lo que ya nadie estaba dispuesto a hacer.

Está claro: en cualquier circunstancia quien quiera construir un liderazgo debe plantear (y acometer) lo imposible.

Un ejemplo fue Sobisch. Ascendió por la grieta familiar, pero ojo: planteó lo que nadie estaba dispuesto a hacer por entonces: reformar la Constitución para terminar con el sistema de mayoría y minoría e introducir la representación proporcional. Todavía resuenan en la historia neuquina las quejas destempladas de los históricos que advertían “¡Pecado, va a terminar con la gobernabilidad!”.

No es que Gaido parezca audaz, es que si no sacude la estantería no dura.

Para su fortuna -y la de todos los neuquinos-, parece existir cierto consenso entre los concejales de la oposición respecto de terminar con el dislate de la renovación bianual. Ahora bien, ¿es el sistema de renovación de bancas del Concejo un tema meramente instrumental, que puede modificarse por una enmienda, por un proyecto como este del Ejecutivo, que se aprueba y que es aprobado o rechazado por los vecinos en un referendo? ¿O hace falta una reforma integral de la constitución capitalina?

Ahí está la duda. Podría tener razón Laffitte y con él el “otro MPN”.

Una cosa está clara, el fondo de la cuestión, reforma o enmienda, es quizá el tema clave por el cual la renovación cada dos años nunca se modificó: ningún intendente quiere compartir su mandato con un poder paralelo como es una Convención Constituyente.

Por lo demás, está bien congelar el número de concejales (si no es indefinidamente) y también ampliar derechos a través de la paridad de género y la inclusión de personas con discapacidad.

Lo de bajar los costos, tiene el inconfundible tufillo antipolítica de la derecha y el discurso envenenado de sus medios.

Eliminar la elección bianual es un imperativo, pero en todo caso, a 26 años de sancionada la Carta Orgánica, una convención podría ser un paso importante para aggiornar una cantidad de temas.