Columnistas
07/02/2021

Liberalismo y neoliberalismo

Liberalismo y neoliberalismo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
John Locke

El liberalismo presenta dos caras: una cara pone énfasis en los derechos humanos y la otra en el mercado y la minimización del Estado. En Estados Unidos “liberal” significa progresista, casi socialista, mientras que en Europa y América Latina, es sinónimo de conservador.

Humberto Zambon

[email protected]

El liberalismo es el resultado de la evolución del pensamiento europeo occidental a partir del humanismo del Renacimiento, coincidente con el afianzamiento del capitalismo mercantil y de la nueva clase social hegemónica, la burguesía. Esa misma clase había apoyado en sus comienzos al centralismo estatal en la persona del rey, enfrentando a los poderes locales que entorpecían el comercio y el transporte y, por lo tanto, a su propio crecimiento. Alzaron en ese momento la bandera de la unidad nacional bajo el poder de la monarquía. Pero en un momento dado el poder central, y la arbitrariedad que el mismo significaba, implicaba un grado de incertidumbre y un costo que afectaba a sus intereses y se rebelaron contra ella, exigiendo el respeto a sus derechos.

Se suele tomar como fecha de nacimiento del liberalismo a 1690, con la publicación del libro de John Locke “Segundo tratado del gobierno civil”. El concepto fundamental es que existen derechos naturales inherentes a la persona humana, que son anteriores y superiores a toda organización social: son los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad, que son inalienables y que hacen a la esencia misma del ser humano.

Esa idea tomó fuerza con la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” de la Asamblea General Constituyente de Francia del 26 de agosto de 1789 y es uno de los fundamentos de la vigencia actual de los derechos humanos, que tomó carácter universal a partir de su declaración por las Naciones Unidas en 1948, del que gozan, dice la declaración, todas las personas “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición”. Con el tiempo el listado de derechos se fue ampliando, abarcando la educación, a la salud, a la vivienda digna, al trabajo y todo lo que conocemos como derechos sociales. Hoy, como dice de Souza Santos, es innegable su hegemonía como lenguaje de la dignidad humana en todo el mundo, aunque, lamentablemente, en gran parte de los países esto no implica su cumplimiento.

En su evolución la concepción abarcó, además del concepto filosófico que perdura, aspectos políticos y económicos que son discutibles.

En el plano político, Locke suponía que inicialmente el hombre vivía en absoluta libertad con el uso irrestricto de sus derechos naturales y que, para resguardarlos, constituyó la sociedad civil con un gobierno en el que delegó expresamente parte de sus poderes. Pero aquellos poderes no delegados continúan siendo de los individuos, por lo que el estado no puede avanzar sobre ellos. Es más, el hombre tiene el derecho a rebelarse contra el estado si este pretende avanzar por encima de los límites de las facultades delegadas y, de esta forma, se vuelve tiránico.

Los primeros liberales, Voltaire en particular, sostenían que el egoísmo es el motor de la conducta humana; eran individualistas, dando prioridad a la defensa de los derechos personales como la libertad personal (que sólo debía ser restringida para conservarla), la seguridad y la propiedad. En general desconfiaban de las masas incultas, por lo que estaban alejados del ideal democrático.

De todas formas, aunque mantengan resabios elitistas, durante el siglo XX en general los liberales convergieron con el sistema democrático.

Por su parte, sus ideas económicas liberales nacieron en Francia en el siglo XVIII, con los fisiócratas, y se consolidaron en Inglaterra con Adam Smith. La idea básica es que existen leyes naturales que rigen la producción y distribución de los bienes, que los hombres –cada uno en su egoísmo individual buscando su propio interés- logran la óptima asignación de los recursos, por lo que el estado debe abstenerse de intervenir. Es la frase famosa de los fisiócratas “dejad hacer, dejad pasar, el mundo camina solo” o el concepto de “la mano invisible” que gobierna las relaciones sociales de producción, según Adam Smith. Es la exaltación del mercado como el gran organizador de la economía.

Como se puede ver, el liberalismo presenta dos caras, como el dios romano Jano o como las monedas: una cara pone énfasis en los derechos humanos y la otra en el mercado y la minimización del estado. Estas dos caras explican las distintas acepciones que tiene el término: en Estados Unidos, por la primera, “liberal” significa progresista, casi socialista, mientras que en Europa y América Latina, por la segunda, es sinónimo de conservador.

El liberalismo se impuso en el mundo a partir del siglo XIX y sus ideas filosóficas se convirtieron en patrimonio de la humanidad y no de una determinada ideología. En cambio, el liberalismo económico entró en crisis a partir de los años 1930 y de la Segunda Guerra Mundial, siendo reemplazado como teoría dominante por el keynesianismo y la intervención estatal.

En los años 1970 estalló la crisis del petróleo y dio lugar a un cambio del capitalismo, que pasó de ser fundamentalmente productivo a ser dominado por las finanzas y la especulación; se volvió global y por la concentración económica en las grandes corporaciones que no solo ejercen su poder sobre el mercado, sino también en campo de las ideas y de la política. Poco costó convencer a la opinión pública que la crisis de desocupación e inflación que se vivió era consecuencia del crecimiento desmedido del Estado y del gasto que generaba la política social.

Como el ave Fénix, el liberalismo económico renació de sus cenizas, con el nombre de “neoliberalismo”, sin ataduras a principios filosóficos ni a derechos sociales y con la organización social sólo sometida a la voluntad del mercado. Colin Crouch en “La extraña no-muerte del neoliberalismo” dice que “si nos quedamos en aquella preferencia fundamental por el mercado sobre el estado como medio para resolver problemas y alcanzar fines humanos, habremos captado lo esencial” del neoliberalismo

Su primera experiencia práctica fue con la dictadura de Pinochet y siguió con la de Videla, sin asomos de democracia ni de derechos humanos que caracterizaron al primer liberalismo. Se afianzó con Thatcher (1979) y al año siguiente con Reagan; se convirtió en la “verdad” y cooptó inclusive a la socialdemocracia que había llevado a cabo en Europa la exitosa experiencia social de postguerra. Se convirtió en el pensamiento hegemónico a nivel mundial.

Sin embargo, la crisis del 2008-2009 y la inestabilidad del mundo actual está marcando la crisis del neoliberalismo y la necesidad que el mundo tome un nuevo rumbo.

29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]