Columnistas
31/12/2020

Alberto cierra el 2020 a toda orquesta

Alberto cierra el 2020 a toda orquesta | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Alberto Fernández se encamina a consolidar su gestión en esta Argentina que ya asoma a las elecciones de medio término. Octubre de 2021 será una estación importante en la marcha hacia los escenarios políticos que, con nuestra voluntad o sin ella, se avecinan.

Juan Chaneton *

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La política irrumpió en la coyuntura con la fuerza que exhibe la razón cuando se despoja de eufemismos para decir lo que nadie dice. Así, resultó que los funcionarios que no funcionan aludidos el 26 de octubre, tal vez no funcionen porque tienen miedo y si tienen miedo mejor será que se busquen otro laburo, Cristina dixit el 19 de noviembre.

Más acá en el tiempo, el viernes 18 de diciembre, la dirección nacional del Frente de Todos, esto es, la conducción real del principal actor político de la Argentina, se exhibió en unidad y al timón de un país que, de haber estado en otras manos, no habría tenido ni con qué ir a buscar una vacuna.

Desmentida una vez más la derecha y sus repetidoras mediáticas, es decir, la red de "influencers" de todo tipo, color y ralea que hostigan permanentemente al gobierno de Alberto Fernández, la unidad exhibida insinúa también sus tensiones, las tensiones que acreditan que el Frente de Todos es un organismo vivo y operante y que se encamina a frenar con razonable eficacia la letalidad de la pandemia y a gestionar un despegue de la economía en línea con la solvente y prudente actividad que viene desplegando en el ministerio de Economía ese calificado discípulo de Joseph Stiglitz que es el ministro Martín Guzmán, en particular, en lo que hace a desendeudar al país a contrapelo de la malsana gestión que, en el punto, desplegó el gobierno anterior.

Conviene aclarar algo que la derecha sabe pero hace como si no lo supiera: la unidad política en el seno de una confluencia frentista no obliga a los firmantes de este contrato a juntarse periódicamente para tomar el té, a visitarse los fines de semana, a saludarse para los cumpleaños y a compartir vacaciones en la playa durante el caluroso enero. Los actores de la política no concurren a un frente para hacer amigos sino para hacer política. Y ahí estamos. Fernández gobierna y la otra Fernández, Cristina, esa que la derecha alucina portadora de un proyecto chavista y enfrentada a un presidente "moderado", no entorpece sino que refuerza y complementa una gestión asediada preventivamente por una oposición que sabe que si el gobierno resuelve bien la pandemia y la negociación con el FMI, el "populismo" tiene cuerda para rato, mucho más después del resonante triunfo que significó, ya en el crepúsculo de un año inesperadamente duro, el 38 a 29 con que el Senado se despachó en favor de terminar para siempre con el aborto clandestino en la Argentina, que eso es lo que la hipocresía “celeste” pretende, aunque sin éxito, ocultar.

Lo anterior, es decir, aquello de que los frentes, en política, son para hacer política y no para conocer gente, viene a cuento un poco porque es verdad y otro poco porque sale al cruce de una construcción semántica que, bajo la apariencia de una nota periodística, el columnista Carlos Pagni descerrajó sobre sus desprevenidos lectores y con su ironía habitual, el jueves 24 de diciembre pasado en el diario La Nación. Decía allí, y eso era todo o casi todo el contenido de la pieza, que la que gobierna es Cristina. Más de lo mismo, la derecha, porque no tiene mucho más para decir.

Aliteremos aquí. Hay que tomar nota puntual de que ante cada puntual acto de gobierno la oposición, de modo puntual, exhibe tal puntual carencia de propuestas que sólo le queda apelar a la puntual descalificación del Presidente, del que, puntualmente, se insinúa siempre que es nada más que el puntual vocero de Cristina. Aliteración se llama al recurso retórico mediante el cual se repiten letras o palabras con el fin de darle fuerza a lo que se quiere decir. Y lo que queremos decir es que estamos ya medio podridos de oír siempre lo mismo por parte de una derecha que hasta hoy se muestra sin partitura y sin batuta. Y entonces, y como decía Santa Teresa de Jesús, la verdad parece pero no perece. Y aquí, en el discurso de la oposición al gobierno, lo que parece que es verdad perece por su propia inanidad, y la verdad, a la larga o a la corta, no perece y resplandece.

El triunfo en el tema aborto ha sido -como decimos- resonante. También ha sido un triunfo del gobierno la sanción del nuevo régimen previsional. Por 132 a 119 la cámara de Diputados, el martes 29, convirtió en ley de la Nación la nueva movilidad jubilatoria. El aumento en las jubilaciones y prestaciones del sistema no estará atado a la inflación, que era lo mejor, de modo que habrá que prender velas al santo para que la inflación no crezca y la recaudación de la Anses aumente, que es el modo en que la nueva ley prevé que se incrementen las prestaciones junto con lo que resuelvan las paritarias salariales. La ausencia de la inflación como índice de actualización es una concesión, en el límite, al FMI. Y esperamos y queremos que sea el límite de lo que se concede, más allá del cual nunca se irá. Al fin y al cabo, hay argumentos para plantarse frente a un organismo con cola de paja después de haber violado sus propios estatutos entregando a un presidente inepto un préstamo insólitamente cuantioso y que no puede, por eso, venir ahora reclamar así no más, como si nada hubiera pasado y alegando, como argumento de fondo, su propia torpeza.

Pero, más allá de cómo evolucionará la suerte de los jubilados en la Argentina, hay que tener presente que el aborto pasa pero el problema jubilatorio queda. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, no la muerte en este caso -como dijo el poeta- sino la vejez y cómo transitarla, y esto de maravilloso nada tiene. Y, de no encontrarle una solución al problema, el problema se repetirá en el futuro.

Y el problema, a futuro, para la sostenibilidad del sistema previsional, es la jubilación de privilegio. Y el costo de la política. Si no los encaramos, será la derecha la que lo haga. Y lo hará en clave esmeril-serrucho, diciendo que el gobierno apaña a una clase política que cobra lo que no debe, cobra con retroactivo y cobra de privilegio una vez que se jubila mientras que los pobres no sólo no cobran sino que ni casa tienen. Eso dirá la derecha. A menos que nosotros lo impidamos.

Una sanata como esa es demagógica y oportunista e hija de una hipocresía rampante, y para evitar oír esa sanata en el futuro nada mejor que salirle al paso. Y salirle al paso es encarar, en la próxima reforma constitucional, la incorporación al texto magno de pautas para la gestión del régimen previsional.

Además de adecuar a un elemental sentido de justicia y a la equidad tanto al régimen nacional como a los provinciales (hay provincias donde, para jubilarse, no hace falta trabajar mucho y el retiro es obscenamente cuantioso), habrá que constitucionalizar en los siguientes términos -o en términos parecidos- la gestión y el financiamiento del sistema:

El derecho de los individuos al goce y disfrute de todos los derechos

emanados de esta Constitución luego de haberse acogido al benefi-

cio previsional que por ley les corresponda, promueve la obligación

del Estado de organizar el sistema previsional y garantizar su financia-

miento. Bajo ningún concepto el sistema previsional podrá ser orga-

nizado con la participación, en su financiación, de la actividad y capita-

les privados. Una ley especial del Congreso determinará los modos y

las formas jurídicas y de gestión de negocios bajo las cuales el Estado

participará en la actividad económica y financiera con el fin de propen-

der al financiamiento sostenible del sistema previsional argentino.

Sampay no decía esto pero hubiera estado de acuerdo. Se trata de una propuesta de lineamientos para la reforma constitucional que elaboramos hace ya dos años pero que resulta pertinente repetir en algunos de los pasajes que la fundamentan. ecíamos allí: « … aun cuando el actual presidente (Macri) no fuera reelegido, quien lo suceda deberá hacerse cargo de un problema que requiere soluciones sostenibles en el tiempo. Aquel armado administrativo financiero con el que se enfrentó el problema en el período 2003-2015 y que tenía en el centro de su concepto la autofinanciación del sistema a través del Fondo de Garantía de Sustentabilidad mostró su virtud y eficacia para enfrentar el problema de forma creativa y, a un tiempo, equitativa sin gravar al Estado con una carga financiera pesada y, por ello, incumplible. Atento esa circunstancia y previendo la necesidad de que los derechos de quienes han trabajado toda una vida deben ser no sólo reconocidos sino también garantizados en cuanto a su intangibilidad en el tiempo, es imprescindible conferirle al sistema autosostenible algún tipo de andamiento constitucional...».

Con ese criterio fue redactado el proyecto de nuevo artículo 14 “ter” que acabamos de transcribir. Y hay que decir, además, que la alusión a la “virtud y eficacia” del régimen anterior es la alusión al Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), creación intelectual de ese activo cultural argentino llamado Amado Boudou y que hoy enfrenta, con una entereza ejemplar, el odio judicializado de aquellos que por su obra (por la obra de Boudou) se vieron legalmente privados de seguir haciendo negocios con el dinero de los jubilados. Algún día habrá que desagraviar a Amado Boudou. Lee a Hyman Minsky, Boudou. Hyman Mynsky es una especie de Keynes adaptado a los tiempos de la globalización.

De modo que, echadas a un lado unas digresiones que siempre suscita el fin de año, Alberto Fernández se encamina a consolidar su gestión en esta Argentina que ya asoma a las elecciones de medio término. Octubre de 2021 será una estación importante en la marcha hacia los escenarios políticos que, con nuestra voluntad o sin ella, se avecinan. En esos escenarios lucirán, rutilantes, una eventual nueva mayoría parlamentaria favorable al Frente de Todos a nivel nacional; y un Máximo Kirchner consolidado, en febrero próximo, como jefe el justicialismo en el distrito más trascendente y vital en términos políticos: la provincia de Buenos Aires.

Y entonces es en 2023 donde hay que poner la vista. Acumular poder y consenso nacional para ganar esa elección presidencial, de eso se trata. Y ganar elecciones no es un fin en sí mismo sino un medio que va en pos de un fin. Y entonces, ya no se puede eludir la pregunta: ¿cuál es el fin?

Acaba de decir Joe Biden algo que lo muestra en línea con Trump: hay que frenar a China. A diferencia de Trump, Biden dice que para este objetivo estratégico de política exterior se requerirá de una amplia coalición de países con ideas afines. Biden no lo dice, pero se trata de más de lo mismo, es decir, de alianzas como las pergeñadas en 2003 para destruir Irak o en 2011 Libia. Se trata de alianzas que van declamadamente en pos de los derechos humanos y la democracia pero que, en realidad, persiguen consolidar influencia en regiones del mundo con miras a librar, en el futuro, la “batalla final” con las civilizaciones “enemigas”, básicamente Asia y los pueblos eslavos.

Nada de eso lo podrá hacer Biden sin América Latina y esta es la batalla de largo plazo que ya se libra en nuestro continente. En esa batalla habrá que optar y la democracia, en esa batalla, es un activo de los pueblos, no de la derecha. La democracia, en materia de relaciones internacionales, tiene un nombre: soberanía nacional. Si no hay soberanía no hay democracia. Por eso, la democracia es un activo de los pueblos de Latinoamérica.

Y también hay que incorporar al cuadro la posibilidad de un fracaso de la gestión interna de Biden. A Trump era fácil criticarlo, mucho más haciendo tándem con las cadenas mediáticas hegemónicas. Pero, aun así, se le ganó por poco. Y esto se debe a que, para ser mejor que Trump, hay que solucionar el problema laboral del pueblo estadounidense. Los globalistas perdieron, en 2016, porque sus políticas habían redundado en angustia creciente para inmensas masas de desempleados. Lo que le espera a Biden es eso, precisamente: resolver la crisis laboral y la carencia de salud para millones de estadounidenses. Trump no se ha ido del todo y está al acecho.

Nosotros, para definir el fin, deberemos saber de antemano si queremos enfrentar a China del brazo de una alianza con Estados Unidos, alianza que, en el último medio siglo, ha significado que los gobiernos que tuvo este país convivieran con una pobreza en aumento y que ya ronda la mitad de la PEA; o si, por el contrario, lo que queremos no es enfrentar a los chinos (ni a los rusos) sino establecer con ellos relaciones soberanas y virtuosas que nos permitan acceder a las condiciones materiales de la inversión y el crecimiento económico con miras a emerger, de una buena vez, como la módica potencia industrial, política y cultural que podemos ser en el concierto de las naciones y en el marco de una globalización que, a no dudarlo, será impiadosa y nada generosa con los que reclaman el mendrugo al que están acostumbrados en vez de incidir con sus políticas soberanas en los intersticios de las necesidades de las grandes potencias dispuestas a fundar un orden mundial multipolar. Ellos (esas potencias) miran a ese largo plazo, el de la multipolaridad, y nos necesitan para ello. La derecha, en la Argentina, tiene una posición tomada frente estos desafíos. ¿Y nosotros?

China apostará a la democracia y a la no injerencia en sus relaciones con las nuevas autoridades norteamericanas. Nosotros, en América Latina, deberemos hacer lo mismo. La derecha, aquí, ladrará, como buena señal de que se avanza y buen augurio de éxito si se persiste en la defensa de la democracia y de la soberanía nacional que, como queda dicho, es la forma que asume aquélla en las relaciones internacionales.

Así las cosas, en la Argentina unos patéticos actores de la política alucinan mal y despotrican peor contra una vicepresidenta a la que le imputan gobernar en lugar del Presidente. Los que así peroran hoy son los nietos de los que ayer celebraban a Alejandro Gómez porque este vicepresidente conspiraba para derrocar al "comunista" Frondizi. De aquellos barros, estos lodos; de aquellos desatinos de ayer, las oquedades conceptuales que la derecha profiere -ya fatigada pero siempre dispuesta a todo- hoy.

Hace casi tres meses, el 8/10/2020, escribimos: «Sin embargo, el Frente de Todos es un frente, es decir, hay de todo en su interior. Hay que saber entonces, que, de cara al futuro, no las tenemos todas con nosotros, pero sí algunas. Se viene una vacuna y una salida más o menos airosa de la pandemia. Y se viene un repunte de la economía por obra de una negociación brillante cuyo mérito es para Martín Guzmán y su jefe político, el presidente Alberto Fernández. Ambas gratificaciones implicarán una mejora en la ponderación popular de su gestión. Allí hay que mirar sin permitir que la coyuntura nos tape el bosque. Hay que seguir en un Frente de Todos que, precisamente porque es de todos, no es ni va a ser de la derecha. El momento para sustituirlo por otra construcción política no es ahora».

Celebremos, pues. El año ha sido complicado, el único que ha estado en los zapatos de Alberto ha sido el propio Alberto, no lo ha hecho nada mal, lo mejor es enemigo de lo bueno y, sobre todo, no abandonemos la calle, que allí se da cita, siempre, el único que puede inclinar la vida hacia el perfil del futuro: el pueblo.



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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