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Columnistas
20/12/2020

Decime si exagero

Rompan Nada

Rompan Nada | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La nueva miniserie sobre el rock latinoamericano que estrenó Netflix cuenta la historia de un rock en el que importan más los sellos multinacionales, los productores y la MTV que los propios músicos. Y encima hace un revisionismo histórico continental que suscribe a la funesta teoría de los dos demonios…

Fernando Barraza

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¿Sorprende y es objeto de grandes críticas que un documental sobre el rock latinoamericano hecho para Netflix se apoye estrictamente sobre la pata corporativa de la industria discográfica y deje de lado todas y cada una de sus otras manifestaciones, las que se dieron por fuera de ese circuito? No, para nada. De hecho nadie que tenga dos dedos de frente puede pretender algo distinto de una propuesta empresarial como ésta.

¿Molestan entonces ciertas ausencias groseras en la saga, como las de Miguel Cantilo, Raúl Porchetto, el peruano Freddy Ortiz, el colombiano Chucho Merchán, el cubano Carlos Alfonso Valdés? ¿Son irritantes los grandes homenajes faltantes a figuras trascendentes para el rock continental como el colombiano Juan Guillermo López o el uruguayo Eduardo Mateo, sólo por mencionar dos? No, para nada; porque todo documental es un recorte, una sucesión de inclusiones y ausencias, una decisión tras otra decisión tomadas en la mesa de edición y con un criterio narrativo personal asumido. Algunas personas quedarán completamente satisfechas, otras no tanto. Así es la historia de las producciones visuales documentales. Ninguna producción, por más independiente que sea, escapa a esta lógica. Y los intereses que parecieran mover a esta saga, son claros.

¿Molesta entonces la cuestión de género, que la única mujer que se menciona como importante dentro de la parte fundacional de la historia del rock latino sea Gabriela? No, porque –a pesar de haber dejado de lado a la prehistórica Gloria Ríos, a María Rosa Yorio, a Claudia Puyó, a Nina Galindo o a Elsa Riveros, solo por mencionar algunas de las grandes exponentes de todo el continente- aparecen en la serie dando su testimonio y poniendo contexto mujeres fundamentales del rock como Fabi Cantilo, Mavi Díaz, Cecilia Bastida, Celeste Carballo, Andrea Echeverri, Julieta Venegas, Hilda Lizarazu y Mon Laferte. Y la serie cierra sugiriendo que la nueva revolución dentro del rock la harán las mujeres. Aunque pueda parecer un poco oportunista, que el documental cierre de esa manera no es poca cosa.

Entonces ¿si algo está molestando en esta serie… qué es lo que tanto molesta? Quizás todo lo que narra por fuera de lo estrictamente musical, la manera que tiene de contar nuestra propia historia, la historia socio política de Latinoamérica.

Sí. Sin lugar a dudas es eso.

Los dos demonios danzan de nuevo


Desde el regreso de las democracias a Latinoamérica, periodo que comienza en algunos países en los primeros años de la década del ochenta del siglo pasado y se demora en otros casi diez años, el pueblo latinoamericano ha tratado de elaborar su propia versión de los hechos socio políticos que vivió, por los cuales durante tres décadas (del 50 al 80) fue prisionero continuo de golpes de estados cívico militares financiados, alentados y construidos ideológicamente desde afuera de nuestras patrias.

Para poder hacer una lectura descolonizada y propia de estos acontecimientos funestos y antidemocráticos, hemos tenido que revisarnos con sinceridad y responsabilidad como sociedades, pero además hemos tenido que hacer retroceder un montón aquellas teorías socio políticas propuestas por los Think Tank, los núcleos de construcción de poder y pensamiento de los mismos países, personas y corporaciones que patrocinaron todos esos golpes en nuestras naciones. La más brava de todas estas teorías quizás haya sido la de “Los dos demonios”, que es un relato que no niega el periodo oscuro que vivimos, al referirse a esa porción de la historia cargada de censura dictaduras y muerte, pero que no duda ni un instante en responsabilizar de igual manera -con el mismo peso y con el mismo grado de responsabilidad por lo ocurrido- a “las dos partes de una guerra”.

Según esta teoría, en la tensión bélica entre esos dos “bandos” estaría puesta -en igual medida- la responsabilidad por “lo que nos pasó”, sin analizar minuciosamente crímenes de estado, desapariciones de personas por parte de las fuerzas del orden estatales, proscripciones impartidas por funcionarios de facto, persecuciones ideológicas coordinadas entre esos mismos funcionarios y las empresas de comunicación mass media, ni deteniéndose en analizar las torturas y los encarcelamientos políticos. Así, con esta liviandad de resumen, se ha intentado equiparar en el inconsciente colectivo del continente un plan sistemático de dominación regional –como lo fue el ya desclasificado, monolítico, imperial e innegable Plan Cóndor- con el accionar de distintas insurgencias políticas de las juventudes sesentistas y setentistas.

Este discurso de construcción de sentido común apunta –desde hace cuarenta años ya, y sigue- a que en cada país de Latinoamérica donde se vivieron dictaduras, quede resonando el nombre de “el otro bando”, el de “la subversión” como coautora en culpa y responsabilidad compartida por todo este espanto genocida que hemos vivido.

¿Y por qué Netflix propone sin filtros este discurso maniqueo en una serie documental sobre el rock en Latinoamérica, de qué le sirve? se preguntará usted, leyendo esta nota.

La complejidad de análisis en las respuestas que se pueden desplegar es enorme. Analizar cada uno de los factores culturalmente “redituables” que la mayor usina de contenidos audiovisuales del planeta de la actualidad (Netflix) puede sacar para sí con la difusión de un discurso tal y como éste, resulta fascinante de pensar y considerar. Sobre todo si tenemos en cuenta que la usina de la N, por más que se disfrace de poner a disposición un ecléctico e internacional catálogo de contenidos, está radicada, financiada y sostenida por los mismos intereses que sostuvieron y financiaron cada uno de los golpes de estados de nuestro continente durante el siglo pasado.

¿Es esto que estamos diciendo parte de una teoría conspirativa por la cual se propone que Netflix ha de ser la malvada punta de lanza mediante la cual van a dominar nuestras mentes para siempre?

Para nada.

La cosa no es tan monstruosa, no hay que hacer de esto una denuncia altisonante, pero sí es interesante hacer un análisis sutil e inteligente de lo que esta propuesta nos ofrece desde lo ideológico. Ideología para muchas personas es una palabra fuerte, incómoda. Hay muchas personas que desearían borrarla del diccionario. Sobre todo los dueños de las corporaciones. Pero bueno, la desideologización también es ideología, es una fuerte inversión cultural la que están haciendo. Eso es lo que hay que tener en cuenta. Veámosla un poco y de cerca en esta miniserie…

Rockeros bonitos y educaditos


La serie “Rompan todo”, quiso acompañar la historia de la evolución del rock (corporativo) continental con cada uno de los procesos políticos totalitaristas que se sucedieron en casi 65 años de historia argentina, mexicana, chilena, uruguaya y colombiana, esos son los países que se eligieron, y se menciona solo un rato al Perú y otros segundos más a Puerto Rico. En el recorte de sucesos históricos escogidos, hasta el terremoto del DF de 1985 es tomado como un acontecimiento político, ya que los escándalos de ocultamiento oficial de cifras de personas muertas son el eje de análisis.

En todos estos procesos que se analizan durante el transcurso de la serie, la vara moral que se utiliza para contarlos es bastante clara: cada uno de los episodios de terrorismo de estado que padecieron los pueblos de Latinoamérica a lo largo de estas décadas narradas, encuentran una suerte de justificación en la violencia que se producía a través de la rebeldía de los mismo pueblos que la padecieron, cuando no en su ignorancia como sociedad (lo que se dice muy vagamente de Colombia es, en este sentido, completamente irritante).

Toda esta impronta del doble/culpar comienza ya, desde el principio mismo del relato, cuando se menciona el gran Festival de Avandaro, el Woodstock Mexicano realizado en 1970, y se pone un fragmento de la entrevista que la producción le realizó al blusero Javier Bartíz (personaje que ni siquiera tocó en ese festival por estar pendiente de otros conciertos menores) quien acusa en cámara a Ricardo Ochoa, cantante de los Peace & Love, de “haberlo estropeado todo” aquella noche. La raíz de “la estropeada” que denuncia Bartíz es una proclama que Ricardo lanzó desde el escenario con una consigna poderosísima sobre que el poder lo tiene el pueblo si se une.

En la vida real, lo que sucedió tras aquel instante de proclama fue que la radio que estaba transmitiendo el concierto (Radio Juventud, auspiciada exclusivamente por Coca Cola) dejó de transmitirlo y a partir de ese instante, con muchas cámaras filmando lo ocurrido, Ochoa entró directamente a la historia de México por haber protagonizado uno de los momentos mediáticos contraculturales más importantes de la historia mexicana de la segunda mitad del Siglo XX. Pero en la mente de Bartíz (uno de los personajes que más aparece en cámara durante toda la serie) aquello fue “una pendejada” que lo estropeó todo hacia adelante. Bartíz es claro: sin ese “exabrupto” de Ochoa, la historia hubiera sido “otra”.

Así comienzan las cosas en la serie. Y esto es solo el principio, porque todo el discurso socio político del documental está hilado así, en una trama que propone la despolitización del rock como movimiento cultural, y azuza todo el tiempo la existencia de los dos demonios dentro de las sociedades latinas del Siglo XX para explicar el proceso de violencia y dominación que hemos vivido.

De nada sirve que tengan segundos en cámara Sergio Arau de La Botellita de Jerez, nuestros León Gieco y Marcelo Moura, Alvaro Henríquez de Los Tres o Jorge González de los Prisioneros, y que entre los cinco –cada cual desde su trinchera- le echen ganas a sus declaraciones con contexto político sesudo; porque por cada aparición corta y dispersa de estas personas, aparecen durante todo el documental los largos discursos anti política de Emilio Del Guercio, los del antes mencionado Bastíz, alguna grajea en sintonía de Zeta Bosio (que en su biografía “Yo conozco ese lugar” dedica un capítulo entero a la tensión de los dos demonios entre militares y “subversión”), y se le suman algunas descontextualizaciones hechas en la sala de edición para que Claudio Gabis y Piltrafa queden en orsai justo cuando hacen mención al “ clima de violencia” de la época y los editores ilustran esos pasajes con imágenes de archivo de noticieros de los setenta cubriendo “ataques subversivos”, bombas en patrulleros y demás escenas bien pero bien tendenciosas.

Santaolalla también aporta lo suyo en esta carrera por despolitizar y doble-demonizar, eh. No soslayemos ese dato, aunque duela.

Igual suerte corre en el documental el contexto histórico que se presenta para Chile, para Uruguay, y para México, país este último en el que se hace prevalecer una danza confusa que acusa a los “políticos corruptos” (como le gusta esta palabra vaga y sin cara al neoliberalismo, ¿no?) de México y deja afuera toda lectura del avance neoliberal encabezado por EEUU. La ruina es “la corrupción” de los “políticos corruptos”. Ninguna cara, ningún nombre, solo una tibia alusión al “Nafta” como plan económico irregular.

Capítulo aparte para Colombia, ya que es verdaderamente caótico y vergonzoso el contexto político que intenta mostrarse y contarse en la serie cuando se menciona esa nación hermana. Y las declaraciones sobre estas situaciones poco claras que balbucea Juanes como para tratar de “profundizar” ese contexto, ufff… por favor… dignas de todo olvido.

¿De dónde viene todo este postmodernismo a la hora de hacer un documental que se meta con el contexto histórico pero lo opere de esta manera tan diet y –por qué no decirlo- malintencionada? Decididamente el detalle de que el wiki de su director y guionista, Picky Talarico, esté en las redes solo en inglés y que –por ejemplo- en ningún momento diga dónde nació, ni oriundo de qué lugar de la tierra es, deja más un sabor a descompromiso que a “espíritu de integración mundialista” a lo “Imagine” de Lennon.

Esta historia que eligió contar Talarico, así, como la contó para el beneplácito de Netflix, desconoce el compromiso de décadas y nuestro esfuerzo regional (latinoamericano) por conocernos en profundidad a través de la revisión de nuestra propia historia. Y se compromete con la historia oficial propuesta por quienes nos pusieron un pie en la cabeza desde hace tanto tiempo, claro. Atentxs a eso si se va a mirar la serie.

I want my MTV

Desde la narración meramente cultural, la propuesta de Talarico hace prevalecer a las industrias discográficas (solo tres, las gigantes, claro), entroniza como gladiadores indispensables a los productores ejecutivos y artísticos de esas corporaciones (dos o tres, también) y ubica en la categoría de dioses de la comunicación a la cadena MTV, contándolos a todos esos actores como los partícipes necesarios de los sucesos culturales que el rock le ha dejado a nuestro continente.

¿Los artistas? Bien, pero vienen atrás de la industria eh. Ejemplo: para el autor de este documental Café Tacvba no es una de las bandas más originales y talentosas del rock del mundo, sino que es una bandita caótica que por suerte ordenaron y potenciaron Kerpel y Santaolalla y la WEA para que fueran lo que hoy son. Ese es el eje del documental desde lo cultural. A Santaolalla no se le cae un solo anillo cuando acusa en cámara a La Maldita Vecindad de no saber ni tocar lo que componían. Horrible.

Por todo esto, porque la reina es la industria, será que un fenómeno cultural de masas único en el planeta como Patricio Rey solo aparece dos minutos, y afuera quedan todas las expresiones independientes y masivas del rock latinoamericano: La Renga no está, El Azote de México no está, Camila Moreno de Chile no está, Los Estómagos de Uruguay no están. Nada cuenta como importante por fuera de la mecánica de la industria corporativa.

Tampoco están reflejados los canales de comunicación y difusión del rock en el continente, programas de radio y TV que fueron importantísimos, publicaciones como “Expreso Imaginario” (solo por mencionar una) y comunicadorxs que siempre contribuyeron a una difusión masiva, de manera transversal, como la genial Gloria Guerrero y sus “Páginas de Gloria” que salían publicadas en la revista de mayor tirada de Argentina en gran parte de los 70/80 (Humor) no aparece ni por asomo. Como tampoco aparecen Kleimann, o Rosso, o cualquiera de lxs comunicadorxs colombianos, uruguayos, mexicanos o peruanos que de seguro construyeron cultura desde sus medios alternativos pero masivos. Es que al documental esto no le interesa, porque lo que le interesa es lo otro: un rock apolítico, que se revele solo contra esa entelequia sin cara que es “la corrupción” (a esta altura se forma un trago de saliva ácida al escuchar esa palabra desvirtuada así), ahijado por productores y casas discográficas multinacionales e hijo de un continente que cuente oficialmente una historia: la de los dos demonios que nos azotaron, una versión de la historia latinoamericana que es bien sosa, posmoderna, perjudicial y cómoda. Mucho más imperial que nuestra, por supuesto.

Para Netflix esta saga no fue un “Rompan Todo”, claramente es un… “Rompan Nada”.

Por eso hay que entrarle a esta obra -si tenés ganas o curiosidad, bah- pero siempre con una luz de alerta encendida:

¿Todo lo que no aparece, lo que no se muestra o no se dice en este documental no existe?

No, no nos confundamos: seguro que sí existe.

Esto nos lleva a la segunda pregunta que bien podríamos hacernos al encarar esta obra: ¿por qué se decidió dejar de lado todo lo que se dejó de lado?

La construcción de sentido común desde lo ideológico en épocas en los que se pueden meter los más variados productos audiovisuales a nuestras casas de manera tan sencilla es para vivirlo en contexto crítico. No cuesta nada terminar de ver estas propuestas, incluso disfrutar de algunas cosas que proponen, pero inmediatamente después no quedarse solo con el caramelo que cubre la superficie ¡No es tan difícil ni trabajoso, che!

Te invito a que veas la serie si andas con tiempo estas vacaciones y después… ¡decime si exagero!

29/07/2016

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