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Columnistas
08/12/2020

Aguafuertes del confinamiento

Concluye un año académico contradictorio

Concluye un año académico contradictorio | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Cuando la educación universitaria recupere alguna normalidad, o conquiste otra, ciertas herramientas remotas usadas en la emergencia deberían seguir. Pero el proceso de enseñanza-aprendizaje debe centrarse siempre en la vinculación presencial, efectiva -y afectiva- entre los partícipes.

Ricardo Haye *

Annus horribilis es una antigua expresión latina equivalente a "año terrible", que continuamos utilizando en los diciembres que coronan un ciclo miserable.

2020 fue uno de esos años. Uno lo comprueba con la lista de gente valiosa que ya no está. Perdimos a Quino, se fue Pino Solanas. Acaba de irse Diego. 

Son las notas más trágicas de un ciclo anual que incluye una pandemia cuyas consecuencias todavía son inciertas. Porque más allá de las muertes que está causando, no sabemos qué efectos psíquicos provocará sobre nosotros ni cuáles serán -con alguna precisión- las transformaciones sociales que arrastrará consigo el virus con corona.

Ambas incertidumbres tiñen de sombras un acontecer universitario cuyos claustros continúan vacíos cuando el año académico está a punto de expirar.

A lo largo de estos meses, que cubrieron la totalidad del ciclo lectivo 2020, hubo una pérdida significativa de masa estudiantil. Al menos en el caso de la Universidad Nacional del Comahue (UNC) se registra un número considerable de voces que atribuye las causas de ese desgranamiento a una falta de acompañamiento institucional que estuviera a la altura del esfuerzo enorme protagonizado por docentes que debieron readecuar contenidos, metodología y formas discursivas a la nueva realidad establecida por el virus con corona y también por el claustro estudiantil, que tuvo que resignarse a la pérdida de calidad y de calidez que supone la presencialidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Varias cátedras modificaron su periodicidad y muchas redujeron la extensa duración de sus clases a contactos virtuales que promediaron los noventa minutos. Algunos profesores alternaron modalidades sincrónicas (clases en tiempo real) y asincrónicas (envío de materiales de diversa naturaleza: podcasts, audiovisuales, textos, archivos de PowerPoint, etc.). Una buena cantidad de las exposiciones e intercambios que se realizaron en directo fueron también grabadas para que pudiesen ser seguidas en diferido por quienes no pudieron acceder al “vivo”.

Y allí comienzan a revelarse las dificultades. Muchos educandos carecen de una conectividad que les permita accesibilidad y señal estable durante todo el encuentro. Otros no poseen los recursos para abastecer sus dispositivos de los datos necesarios a fin de seguir actividades académicas que en algunas jornadas suman más de cuatro o cinco horas ante la pantalla. Como recurso habitual, muchos participantes debieron resignarse a suprimir la imagen para ganar estabilidad del vínculo sonoro. El tradicional contacto “cara a cara” ni siquiera pudo ser reemplazado por el “pantalla a pantalla”, lo que a muchos docentes les privó de la mínima retroalimentación que supone ver si el discípulo al menos permanece despierto.

En aquellos domicilios en que viven universitarios y escolares las dificultades se multiplican al compartir señal. Eso en el caso de que cuenten con equipos informáticos para todos; aunque en ese caso ideal también hay que ponderar el debilitamiento de la conectividad ante los ingresos simultáneos a la misma señal.

Todos los cursos tienen algún miembro que debe salir de su casa a captar señal cómo y dónde pueda, con la acotadísima visión que ofrecen las pantallas de los celulares. Y dado que muchos también usan ese recurso para leer textos, una docente contaba días atrás que había invertido muchas horas en tipear textos para evitarles el mal trago de tener que desentrañar pdf´s ilegibles en adminículos minúsculos.

La UNC tiene habilitada la plataforma Pedco, que opera como soporte de contenido y vía de comunicación desde antes de la pandemia y que adquirió mayor relevancia a raíz de la interrupción del dictado presencial de las materias y la implementación masiva de la modalidad de cursados a distancia. Sin embargo, el sistema no siempre pudo hacer frente a la generalización de su utilización.  

Las clases virtuales que se imparten a través de la plataforma zoom tienen el odioso límite de los 40 minutos, que obligan a reconectarse. En nuestro medio, esa situación fue salvada en el Instituto Universitario Patagónico de las Artes mediante la contratación de un servicio premium que garantiza a docentes y estudiantes tener la clase de corrido. En la Universidad del Comahue, esa alternativa no se implementó.

El IUPA también adquirió equipos informáticos tipo notebooks para proveer a los estudiantes y docentes que carecían de ese recurso de conexión. En la Universidad del Comahue, esta alternativa tampoco tuvo réplica.

Los cursos de este año aciago que está terminando se van a completar en pocos días más con un desarrollo que en muchos casos no alcanzó a cubrir el 100 por ciento de los contenidos. A pesar de ello, nuestra consulta obtuvo como resultado paradojal que varias cátedras celebran un buen número de trabajos estudiantiles de muy alto nivel. 

Casi como si fuera la traslación a este contexto de la ley del más apto, aquellos estudiantes que han podido sostener su regularidad han dado muestras de una gran capacidad de resolución. Pero no solo por ser “los más fuertes”, sino porque también desarrollaron una sensibilidad especial ante los compañeros que fueron quedando en el camino y un compromiso muy significativo con el papel social que desempeña la universidad pública y el que ellos mismos están llamados a ocupar.

El año entrante las cosas no van a cambiar. Al menos en su primera mitad se espera que se mantenga el carácter virtual de la actividad universitaria. Después, cuando se pueda ir recobrando paulatinamente la normalidad (o conquistando otra normalidad), algunas de las nuevas formas implementadas en la emergencia y que han demostrado ser eficaces y positivas, van a quedarse. Entre ellas, el dictado remoto de algunas clases; los contenidos grabados en audio o en formato audiovisual; las guías de apoyo; las formas solidarias de colaboración entre cátedras similares de universidades distintas. Todo eso, merece una continuidad. Pero lo que no puede perderse de vista es que la centralidad del proceso de enseñanza-aprendizaje en la vinculación presencial, directa, efectiva (y afectiva) entre los partícipes. 

Lo que la pandemia nos arrebató no solo fueron las posibilidades de construir y acumular conocimientos, sino la ocasión de hacerlo en medio de prácticas sociales y vinculares que, además de formarnos profesionalmente, también nos enriquezcan humanamente. 

No alcanza con ser un buen médico, abogado, arquitecto o ingeniero si, paralelamente, no se construye la sensibilidad necesaria; si no edificamos personalidades generosas, fraternas. Eso que se cimenta en las aulas y también en los pasillos, en la pausa entre clases, en el termo compartido del maté o del café, en la confidencia que sirve de base a futuras grandes relaciones personales. Todo lo que contribuye a hacernos mejores personas y que, así como en otras esferas de nuestra vida relación, en la Universidad encuentra enormes posibilidades de desarrollo. 

Contrapuesta a aquella fórmula del Annus horribilis los latinos también tenían otra expresión que parece ser incluso anterior. Es la del Annus mirabilis o “año de las maravillas”. Sin ninguna expectativa celestial, cabe esperar que sea la práctica humana la que forje un próximo año de recuperación; un ciclo virtuoso en el que la épica de la comunidad universitaria ayude a elevar nuestra calidad de vida y a mejorar nuestro estar en el mundo.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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