Columnistas
06/12/2020

Decime si exagero

La guinda, la cumbia y el Himno

La guinda, la cumbia y el Himno | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Diferentes formas del racismo afloraron esta semana en las redes sociales y los medios de nuestro país. Algunas tienen clase, nombre y apellido, como los tweets rugbiers que se viralizaron. Otras no, son parte de ese racismo latente y cotidiano que traemos enredado entre las ropas como sociedad.

Fernando Barraza

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Con la dinámica de comunicación humana masiva puesta en redes, las cosas parecen repetirse en una suerte de “rulo” constante: alguien ejerce violencia simbólica a través de su discurso (puede ser una funcionaria, un actor o inclusive hasta alguien “de a pie”), ese discurso se visibiliza rápidamente a través de Facebook, Twitter, Whatsapp e Instagram, la reacción social se genera, algunxs se encolumnan tras el repudio, otrxs intentan defender lo que a veces es indefendible. La rueda gira altisonante por unos días (a veces son solo horas) y pareciera que es un tema que ha llegado para quedarse. Pero no. Por lo general, y con el transcurso de los días, termina por ganar el discurso biempensante de que “hay que bajar un cambio”, dejar de mencionar críticamente eso que se mencionó, “no darle importancia ni entidad” y a otra cosa, mariposa.

Así es como funcionan muchos temas delicados de nuestra sociedad en tanto permanencia en nuestra consideración y atención, privada y pública. Y exactamente así, con ese golpe de amnesia impartida, es como se consolida el discurso de odio y el racismo.  

Por eso… paren de pedir que “no exageremos la nota”, que “pacifiquemos” o que “no ensanchemos la grieta” por cada vez que se visibilizan discursos de odio. Por supuesto que no es para nada agradable pronunciarse en público para reconocer que vivimos en un país en el que el racismo está estratificado a niveles masivos, y que estas manifestaciones nacen de pares, de gente que es como nosotrxs, no de monstruos que vienen del espacio exterior y quieren colonizarnos. 

¿A qué nación del planeta le gusta reconocer una cosa así, que es racista y medio facha? A ninguna, claro. 

Sin embargo vivimos en un país de racismo latente, dominante, presente en todas y casi todas las esferas de nuestra sociedad ¿y qué hacemos todxs nosotrxs con esta realidad latente, concreta, con este abanico racista con el que solemos tratar de darnos aire insensatamente a lo largo de nuestra propia historia? Poco. Nuestro método favorito es el de “¿Qué tal si soslayamos y dejamos de mencionar hasta que todo se desvanezca?” Muy bien no nos ha funcionado hasta acá ¿no?

La humana, histórica y universal ley del buen vivir en sociedad nos ha demostrado a través de los milenios –en todo el planeta, atravesando edades y civilizaciones- que ocultar un tema no es solucionarlo. Muy por el contrario: solemos reconocer indiscutiblemente en ámbitos de coexistencia tan variados como la calle, los más sesudos libros de pensamiento filosófico, o hasta en cualquier publicación de divulgación espiritual pasatista, que un accionar así, de “no mencionemos que esto se arregla solo” es un método erróneo, perjudicial, nocivo. 

Aun a sabiendas de este método fallido,  siempre en este sentido, lxs argentinxs solemos ser bastante contradictorios con algunos temas importantes. Sabemos cabalmente que hacen mal, pero le damos unas cuantas vueltas de rosca para dejar de hablarlos, para que parezcan “el tema de otro, no mío”, “un tema que debemos cerrar porque no podemos vivir todo el tiempo en el pasado”, “un tema que nos desune” y decenas de otras frases hechas que solemos arrojar cuando las papas queman. 

En honor a la verdad, diremos que no somos el único pueblo del mundo que lo hace, eso es cierto, ya que todo esto –este silencio de corderos impuesto- es parte de un plan de individualismo neoliberal global muchísimo más grande que nuestro país. Pero por esto mismo, no dejemos de reconocer que tenemos un entrenamiento particularmente bueno como pueblo nación a la hora de negar temas delicados, como por ejemplo este que nos convoca hoy en esta columna: 

Somos racistas. 

Nótese que no pongo “muy”, ni “tan”, ni otro adjetivo delante de racistas, porque racista se es o no se es. No hace falta adjetivar. Y, mal que nos pese admitirlo, nosotrxs, como sociedad nacional, entendida dentro de un conjunto, somos racistas. Desde antes de que este país se pariera y después de su declaración como estado nacional.

Días pasados (seis, para ser exactos) una parte importante del país se conmovió a través de las redes sociales –y los grandes medios, que se nutren de ellas permanentemente, levantaron inmediatamente el tema- por un simple hecho de raíz enteramente simbólica: la selección neozelandesa de Rugby, los All Blacks, rindieron un homenaje emotivo, hermosísimo y sentido, al Diego y nuestro seleccionado no estuvo a la altura de ese homenaje. Esos fueron los hechos. Luego llegan las interpretaciones de esos hechos. Preguntas posibles como ¿por qué, y a pesar de haber participado como espectadores directos de cientos de ritos del Haka anteriores, Los Pumas ni siquiera fueron capaces de comprender que estaba sucediendo en ese instante de ofrenda? (a quien quiera discutir la interpretación de confusión del equipo argentino en ese momento, que vuelva a mirar el video antes, por favor)

El tema puede ser considerado como menor por algunxs. Es más, ese es otro de los latiguillos del discurso biempensante argentino, que te dice indignado: “¡Eh, habiendo tantas cosas importantes para solucionar, vos te venís a detener en esta pavada!” Desmerecer la violencia simbólica descalificando a quien la crítica o la pone en tensión, es un deporte bastante practicado por nosotrxs…

Lo importante aquí, vuelvo a los All Blacks y Los Pumas, es que a pesar de que por aquellas horas todo era congoja por la partida del 10, el tema se instaló en la opinión pública como una avalancha. Y la gente sintió compromiso por tratarlo. Parece que tan poca cosa no era. 

Allí, cuando el tema se instaló en la cresta de un repudio generalizado por la actitud Puma, comenzaron a escucharse las primeras defensas mediáticas que morigeraban aquella falta de comprensión, reacción y compromiso de nuestros jugadores frente a la notable ofrenda neozelandesa. Los primeros abogados de los Pumas comenzaron a  pedir que “el pueblo argentino” (el pueblo se menciona siempre a conveniencia ¿no?) sea “más comprensivo” con Los Pumas, que  “no ensanchemos la grieta”, que “no odiemos gratuitamente”, porque si no “somos lo mismo que lo que denunciamos”, etcétera. 

Poco duró el discurso conciliador (que, por más que esté siempre bañado por una pátina bienintencionada, también puede ser ciego. Ojo, con esto, eh…) y los abogados callaron cuando –dos días después- salieron a la luz “antiguas” publicaciones en Twitter de tres jugadores de la selección (incluido el mismísimo capitán) que no podían ser más espantosas en torno a  su violencia explícita, su racismo cruel y su falta de humanidad. 

Entonces el discurso conciliador se cayó como un castillo de naipes. 

Ahora ya no eran cientos de miles de argentinxs, ahora eran MILLONES los que repudiaban no solo la emergencia de esos “viejos tweets” en su carácter puntual, sino que alzaban la voz directamente contra este modo inhumano de ver y entender la vida. 

Golazo: un tema siempre silenciado y morigerado salía  a la luz social con una potencia arrolladora. Fue un buen momento para conversar en profundidad estos temas. 

Pero el festejo por este gol no duró tanto en la palestra. A las 48 horas bajó de los medios y en las redes comenzó a diluirse de a poco. Hoy, domingo,  ya casi ni se habla del tema. 

Pero no nos demos por vencidxs… en el mientras tanto, cuando la cosa estaba caliente, se dieron casos realmente ejemplares y para destacar. Cito solo una: 

En la tele, en uno de los programas de mayor audiencia del canal de noticias más visto de Argentina, una periodista bastante piola terminó reconociendo que mucha gente se comporta de manera prejuiciosa y racista, y para ilustrar el ejemplo dijo que sus amigas “de barrio” van a visitarla al country en el que vive ahora, llegan caminando hasta el predio, porque son humildes, y la gente de la seguridad las ataja en la puerta y las trata “como si fueran mucamas”. Me detengo un segundo ahí, sin manchar la honra de mi compañera de oficio, que es –repito- una periodista pulenta, pero… ¿cómo es que funciona nuestro inconsciente como para que, cuando queremos dar cuenta de un hecho discriminatorio de clasismo del más rancio efectuado en contra de las mujeres que trabajan en el servicio doméstico, ejemplificamos diciendo que nuestras amigas son comparadas despectivamente como si fueran ellas?

Me inquieta que todo esto suene a reprimenda puntual, por eso vuelvo a pedir –queridxs lectorxs- que no carguemos las tintas sobre la colega, más pensemos por favor un instante en este caso y usémoslo un poco como caso testigo. De este ejemplo, del discurso de una persona que hablaba en contra del racismo con un prejuicio clasista como ejemplo a exponer, me seduce observar el racismo que opera fuertemente –en su semillado, antes de ser siquiera el huevo de la serpiente- de esta manera: la inconsciente, de manera casi involuntaria. 

Todo lo que hemos aprendido de una sociedad racista, que jamás detuvo su carrera  de aventamiento y exaltación del racismo para imponer sus valores, opera todo el tiempo en nosotrxs y, de vez en cuando, muchas veces, aflora en diferentes fases, con diferentes constancias y con diferentes potencias, claro. 

No es lo mismo una frase confusa y clasista como la que se le escapó a la colega –y que puede haber algo similar, sin que me haya dado cuenta, en este mismo texto que estoy escribiendo, por ejemplo…- y otra cosa es, directamente, si le abrimos la compuerta a la violencia simbólica o física sin ningún tipo de filtro, con ganas, con convicción. Las dos cosas son distintas, claro está, pero el resultado es el mismo: la consumación de una sociedad racista. 

No olvidemos, por favor, que este año arrancó con un crimen de odio clasista y racista perpetrado por ocho hijos de la clase media contra un solo muchacho al que mataron “por negro”. Todo lo que se dijo en redes en torno a este crimen es material dorado para antopólogxs y sociólogxs, porque allí estaban nuestras dos facciones en acción: quienes repudiamos el hecho sin miramientos innecesarios y quienes intentaron “explicar” un crimen de odio con argumentos demasiado imprecisos. ¿Allí hay una grieta? Sí ¿Está mal esa grieta? No.

Cuando uno habla de grietas en la sociedad argentina, que es un término que suele imaginarse como un enorme espacio, similar a un cañadón apocalíptico que nos separa, todo el mundo piensa en un virus, en una enfermedad incontrolable. Pero “la grieta” no es otra cosa que una fábula que han encontrado los representantes regionales del neoliberalismo (y que tomó como frase de batalla el periodista Jorge Lanata primero, el resto de los comunicadores de empresas multinacionales del periodismo después) para demonizar uno de los valores humanos más interesantes que tenemos lxs humanxs desde que nos portamos como algo más que monxs: la posibilidad de antagonizar. 

Dice el profesor y Psicoanalista Sebastián Plut en su artículo “El fin de la Grieta” -publicado por un matutino porteña hace algo más de un año- que muy a pesar de que se quiera significar a la grieta como una entidad de violencia per se; eso que ellos llaman “grieta”, no es otra cosa que un lógico y sano pensamiento antagónico, y destaca el profe, muy convencido, que.

“(…) el antagonismo no es nunca la condición de la violencia, más bien al contrario, el antagonismo es la transformación de la violencia en tanto le da figurabilidad, expresión y vías de resolución. La violencia, en todo caso, se despliega cuando prevalece la tendencia a suprimir el antagonismo”.

Clarísimo. Por eso, si queremos comenzar a construir un mundo sin tanto odio ni violencias (¿alguien quiere otra cosa para el porvenir? de ser así, debería blanquearlo honestamente, ¿no?) quizás lo primero que debemos empezar a detectar es que nuestra sociedad argentina padece de un racismo galopante, como colectivo social, y que ese racismo siempre-emergente es uno de los males más enquistados en nuestra sociedad nacional. Sin eso, sin esa honestidad como punto de partida, no hay tweets de Los Pumas que nos alcancen para cambiar de fondo siquiera algo de todo ese padecimiento.

Voy a cerrar la columna con el ejemplo que me llevó a escribir estos pensamientos en voz alta. 

Contrariamente a lo que puedas estar pensando, no escribí esta nota por los tweets de Los Pumas. Escribí esta nota porque el jueves de esta semana se viralizó un video en el que se ve que en la apertura de sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (la del miércoles) la jornada de trabajo abrió con una versión del Himno Nacional Argentino que hicieron con ritmo de cumbia lxs pibxs de la Orquesta Estable de Radio Reconquista, una agrupación musical integrada por chicxs de Villa Hidalgo, una barriada popular de José León Suarez, a qienes acompañan distintos profes de música que participan o participaron en este proyecto cultural integrador desde 2009.

La versión tiene un espíritu fresco y amateur (recuerden que amateur, aunque se use despectivamente en esta sociedad mercantilista, proviene del latín amator y quiere decir “el que ama”) y hasta te dan ganas de bailarlo un poco. 

Pues, contrariamente al espíritu festivo que propone la versión, la catarata de odio racista y clasista que le cayó en redes a lxs pibxs, acusándolos de irrespetuosos, de pobres sin derecho a manifestarse y de herejes es lamentablemente mucho más grande que las felicitaciones que recibieron. 

Y aquí es donde vuelvo a posar nuestra mirada de atención en el punto que es central en esta nota: 

¿Dónde está el racista argentinx, exclusivamente en un estereotipo Puma de Nordelta, como Dicky del Solar o Micky Vainilla, sólo en ese estereotipo, que es tan fácil de denunciarpor el propio peso de su racismo galopante? 

No, para nada, el racismo argentino (como apuntalando la punta de esta pirámide Puma) está también allí: latiendo desde nosotrxs mismxs.  

 La cumbia es el ritmo mestizo más popular de todo el continente y uno de los ritmos más queridos de nuestro país por todo el pueblo. Es, por otra parte, la fusión de las tres culturas más importantes que co-habitaron y co-habitan nuestro continente: la africana, la indígena y la española.

La verdad que une lee los ignorantes y brutales comentarios que pone esa gente odiante en los videos que circulan por distintas redes y no se entiende del todo de dónde hemos sacado resto, fuerza y altura moral para ponernos en un banquillo a juzgar con tanto odio una expresión cultural respetuosa y legítima. Quizás la más integradora de las expresiones culturales de nuestra tierra. 

Y aquí, cuando uno reflexiona estas cosas, es cuando nos damos cuenta de que los argumentos no son válidos a la hora de destilar odio. Más bien todo lo contrario: cuantos menos argumentos y más agravios, mejor. Da la sensación de que ya estamos re pasados de un racismo que los estirados estamentos dominantes nos han impuesto y nosotrxs creemos que es un derecho propio. 

El Himno Nacional Argentino original, analizándolo desde lo musical, era una composición nacida en la tradición de las piezas no cortesanas del lirico pre-romántico europeo, y acá se lo "criollizó" con la coloratura propia de la música hispanoamericana que se hacía en el Río de la Plata por aquellos días –que ya llevaba casi dos siglos de desarrollo- y eso fue así porque esa era la expresión más descontracturada que encontró el maestro Blas Parera (español, para más datos) para decir algo tipo: “le pongo música a un poema épico que abjura de los lazos de sometimiento españoles, por eso musicalizo desde la tradición cultural que se revela a quienes nos sometieron” Las comillas son mías, claro.  Por todo esto, contrariamente a la mayoría de los himnos europeos ya compuestos para esos años, nuestro himno fue más “canción” que marcha ¿Será por eso que está premiado en la Academia Internacional de la Música como uno de los cinco himnos más bellos de todo el planeta? Muy probablemente…

En este sentido, me cuesta un poco imaginar un Twitter de 1813 en el que se le critique masivamente a Parera por utilizar un sub-géneros “inferior” para componer nuestra canción de independencia. Me cuesta, pero –viéndolo desde la estupidez racista de hoy- me lo puedo imaginar. Sin embargo, el maestro lo compuso desde allí, desde el espíritu que se manifestaba con rebeldía hasta para utilizar armonías, figuras y tempos. Parera compuso así, y no de otra forma, para expresar un sentimiento local. Así que no me quedan muchas dudas, si vivieran hoy Parera y López y Planes, estarían orgullosos de que su composición se re significara en expresiones folklóricas como ésta: la cumbia hecha por pibes de una de las barriadas populares más grandes del continente. 

Viendo las cosas así, con un poco de perspectiva, me quedo pensando seriamente en por qué, a dos días de haber repudiado (y muy bien) a Los Pumas que escribieron barbaridades xenófobas, racistas y clasistas, hemos actuado nosotrxs, en masa, de manera racista y con tanto odio en contra de unxs pibxs que cantan el himno al ritmo de la cumbia.  

La jugamos de defensores de nuestros valores pero… ¿qué avalamos con estos comportamientos de odio? 

Cuando en los sesenta, durante las dictaduras del onganiato, las Fuerzas Armadas propusieron hacer ese arreglo marcial, cuadrado y re milicote (¡horrible!) del Himno, y terminaron con su sutileza y belleza original, y nos lo impusieron a cómo de lugar, y lo tuvimos que cantar así, como si estuviéramos de guardia imaginaria en la Colimba… ¡nadie dijo nada! Nada de nada. 

Ah pero si lo tocamos en ritmo de cumbia... ¡cómo nos salta el enano fascista de adentro, eh!

Esto es, modestamente lo que me pone a pensar esta semana cargada de simbolismos en medio del duelo a un ídolo popular (que también padeció racismo y clasismo a granel) y por eso me animé a reflexionar en voz alta toda esta parrafada que acabo de escribirles. De alguna manera creo que es lo que como sociedad/estado tenemos que ver con detenimiento lxs argentinxs. Y cambiarlo. 

Deconstruir el racismo propio debe ser una de las empresas personales más difíciles de llevar a cabo, pero más allá de lo dificultoso que es mirar la sombra que habita en unx, el resultado social que se consigue al desandar ese camino de racismo interno es impagable, la mar de justo, humano y soberano. Por eso mismo no hay que caer en esos discursos facilistas biempensantes propuestos por los creadores de la fábula de la grieta, porque no tienen razón en eso que dicen (la historia se lo contesta a cada rato), no hay un tiempo para callar las denuncias de xenofobia, racismo, violencia clasista. Todo lo contrario: es hora de expresarlas todas y sin miedo, visibilizarlas y debatir desde el antagonismo más “cansador”, si fuera necesario.

Por eso mismo hoy mi grito personal, el del columnista de este medio que soy, grita bien gritado que repudia a Los Pumas que tuitearon esas atrocidades, y también repudia a cada argentinx que, agarradx del discurso chauvinista más precámbrico, descarga su odio –menos mediático, sí, pero igual de venenoso- contra lxs pibxs de la orquesta que hicieron esa versión tan genuina y amorosa de nuestro Himno. Así que…

¡Aguante la Orquesta de Radio Reconquista!

¡Muera el racismo!

¡Aguante Villa Hidalgo!

¡Que caiga el odio de clases!

¡Aguante la cumbia!

 

Y los dejo con lxs artistas. 

Decime si exagero…

29/07/2016

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