Columnistas
29/11/2020

¿Hay un neofascismo latinoamericano?

¿Hay un neofascismo latinoamericano? | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Benito Mussolini

Ante una posible nueva ola progresista en América Latina, donde el simple reclamo de una sociedad más justa y equitativa es considerado una amenaza al sistema, quienes gozan de privilegios harán lo posible para frenarla.

Humberto Zambon

[email protected]

El fascismo fue un movimiento político autoritario desarrollado en el siglo XX, ante la crisis capitalista de la entreguerras, de carácter antiliberal (referido a ese liberalismo instaurado por  la Revolución Francesa, que sostenía que todos los hombres son libres, iguales y hermanos, con derechos inherentes a su condición humana), fuerte en Europa, aunque tuvo influencia en todo el mundo; por ejemplo, en nuestro país el general Uriburu, presidente de facto en 1930 por la destitución de Yrigoyen, se manifestó como partidario del mismo.

A pesar de que Benito Mussolini, uno de sus inspiradores, sostuvo en 1919 que “nosotros, los fascistas, no tenemos ninguna doctrina previa, nuestra doctrina son los hechos”, hay elementos comunes que permiten caracterizarlo. 

En primer lugar, es generalmente aceptada la definición de H. Laski: “El fascismo es el capitalismo … (adaptado) a aquellas circunstancias en que la idea liberal sería política, económica y socialmente fatal para la idea capitalista”. Es decir, es la reacción ante una amenaza, real o imaginaria, al sistema de producción dominante; en estas condiciones es financiado por representantes del poder económico aunque su base social proviene fundamentalmente de la pequeña burguesía, como son los pequeños y medianos propietarios de la tierra o de pymes, artesanos, profesionales y altos empleados  (en Italia, en 1930, de 308 jefes fascistas, 254 provenían de este grupo social) y se ve fortalecido por la presencia de desocupados y marginados; crece en momentos de inestabilidad social (crisis económica, desocupación, alta inflación), acusando a las autoridades políticas democráticas como débiles, inoperantes y/o  corruptas.

Mussolini fue muy claro: “Los ideales de la democracia se han derrumbado, empezando por el del progreso. El nuevo es un siglo aristocrático” y, sobre el método, “por mucho que podamos deplorar la violencia, está claro que, para que nuestras ideas penetren en la mente de los pueblos, tenemos que actuar sobre los cerebros refractarios a golpes de garrote”.

Se inició en Italia después de las elecciones de 1919, que mostraron la fortaleza del socialismo, en Alemania en 1923, cuando era muy posible el triunfo comunista en Berlín, y asumió el gobierno en los años ’30, después de la crisis económica, mientras con Franco se instauró en España después del triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936. Hubo variantes fascistas en los demás países, ya sea como gobierno o como partidos de oposición.

Según G. D. H. Cole “es una manifestación de un nacionalismo agresivo que apela a las pasiones violentas del subconsciente”. Es la exaltación irracional del “nosotros” frente al “otro”, el distinto, el diferente, ya sea por su origen racial (como en la Alemania de la supuesta pureza aria y la persecución a judíos y gitanos) o la ideología (los “comunistas”).

Frente a la religión tuvo un papel ambivalente y diferente según los distintos países. En Alemania comenzó con persecución al cristianismo, como religión judía e ideología de los débiles, pero a partir del Concordato de 1933 (por el cual los obispos nombrados por el Papa juraban fidelidad al Estado Alemán) se abandonó esa concepción y contaron con el apoyo de al menos parte de la jerarquía eclesiástica; en Italia, después del Concordato de Letrán (1929, firmado por el enviado papal y Mussolini como primer  ministro del Reino) por el que se crea la Ciudad del Vaticano como estado soberano y se reconoce a la religión católica como la única de Italia, las relaciones fueron normales y hasta cordiales, mientras  que en la España de Franco se presentó como un conservadorismo clerical con todo el apoyo de la Iglesia.

El fascismo pareció desaparecido luego de la Segunda Guerra (sobrevivieron por un tiempo solo los regímenes de España y Portugal), pero hay síntomas de su reaparición en pleno siglo XXI. En Europa se presenta como un conservadorismo xenófobo, contra las minorías migrantes, y en América Latina como reacción contra el “populismo” dominante en la década de los años 2010.

Se trata de movimientos autoritarios que presentan características comunes con el fascismo: la irracionalidad, el desprecio al “otro”, tanto por  el color de la piel (contra los “indios”, especialmente en Bolivia y Ecuador, los “negros” afroamericanos o los “cabecitas negras”, morochos y pobres), como por la nacionalidad (los inmigrantes en algunos países europeos), las creencias (los mahometanos) o la ideología (“zurdos”, “populistas”); la persecución al opositor (con proscripción política o armando causas judiciales); la meritocracia como expresión del aristocratismo mussoliniano y los mismos métodos, con el garrote de la fuerza o el poder de la mentira (al “miente, miente que algo quedará y cuanto más grande sea una mentira más gente lo creerá”, que se atribuye a Goebbels, se lo reemplaza con los “fake news” y el poder de amplificación de las redes sociales y del monopolio periodístico).

Lo anterior nos permite pensar en un neofascismo, aunque presenta una diferencia con el anterior  en el plano económico: el fascismo europeo del siglo XX prometía una economía distinta (corporativa en Italia, asociada al Estado en Alemania), aunque nunca dejó de ser capitalista; en cambio, el actual adopta el ideal del liberalismo económico que, de estar asociado en el pasado a la filosofía del liberalismo y al ideal democrático, pasó a utilizar el autoritarismo como forma para imponer sus ideas (caso de Pinochet en Chile o Videla en nuestro país).

Ante una posible nueva ola progresista en América Latina, donde el simple reclamo de una sociedad más justa y equitativa es considerado una amenaza al sistema, quienes gozan de privilegios harán lo posible para frenarla o procurar que fracase, razón por la que hay que permanecer alertas. De todas formas, la mejor defensa contra el neofascismo está en el fortalecimiento de la democracia, como lo demostró recientemente el pueblo boliviano.

29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]