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Ya aclara Romina Olivero al comienzo: la pregunta es por el agua. Este libro es, en realidad, un largo poema que elabora un tratado sobre el agua. No la considera como “recurso natural” o como “riqueza” a defender o a gestionar. Nada de recurso ni de aprovechamiento capitalista: el agua es parte fundamental de un planeta herido, lastimado por la acción depredadora y contaminante. Por ejemplo, dice la poeta que hay una lluvia (tóxica) que envenena cultivos y gentes, que hay un “jugo ácido”. E invoca, también, a Santiago Maldonado (desaparecido en un río de Chubut) en una primavera que se demora mientras crujen “las bocas/ que se devoran nuestra vida”.
También previene: “cuidado/ con/ lo/ que/ se/ evoca” pues entonces el poema se enrosca en el lenguaje, el lenguaje se asfixia en sí mismo y la poesía crece: “y el lenguaje se manifiesta como agua leve/ que ensucia el auto recién lavado”. Otra vez esa yuxtaposición entre la cotidianeidad y las palabras, como si entre el decir y los hechos no hubiera una mediación. Acaso la autora pretenda forzar las palabras a tal punto que en ellas no haya más que realidad, aun a riesgo de que éstas pierdan su eficacia, dejen de ser necesarias y sean “mi costilla más indefensa”.
Así es el péndulo de este poemario: plantea la pregunta por el agua, continúa en el lenguaje y por último la gramática se introduce, naturalmente, en la vida cotidiana sin solución de continuidad. La gramática está en (¿es?) la vida cotidiana, y la poeta pregunta por el libro que elabora: “construir un libro de agua”, se responde.
Mientras, el poema discurre en las variadas posiciones y posibilidades del agua: preguntas durante el ritmo; el fluir, opuesto a la quietud del lago; el lenguaje como agua leve; la saliva y el decir(se); los ojos de agua que piden más agua, la sed que hace lo mismo; los temblores del agua en la energía; el movimiento lento, la lluvia (a veces tóxica); el equilibrio como forma de la tranquilidad, dice el agua. Y la duda, permanente: … “y el agua/ se acabó”.
En la contratapa, Lola Halfon afirma que este poema “se piensa a sí mismo, sumergido en su época” y Olivero responde: “algo tiene que torcer el espanto”. Ella ha pensado este libro desde el “centro del vaivén” donde el amor es un “líquido/ esa intimidad que se alimenta de lo más vulnerable”.
Las palabras del poema van y vienen, imitan acaso el vaivén del agua que enuncia el título del libro. Y entre esas palabras, los fragmentos de este largo poema alternan, como el fluir del agua, entre terrenos accidentados y sitios planos, barrancas y pozos, corrientes y mareas, algas y vegetación, desiertos. Así, hay textos en bastardilla, otros dispuestos en diferentes márgenes, poemas filiformes, de versos largos, morosos que sugieren el ir y venir de los versos como las olas del agua que fluye. Entre ellos, los dibujos de Luisina Páez Eberhardt exigen otra mirada del poema: hay un diálogo entre los trazos y las palabras, entre los grises y los negros y el dibujo de las letras. Dibujos y poemas confluyen en los blancos de la página como sitios de meditación, de encuentro, de espera.
Romina Olivero: Vaivén del agua. Il. Luisina Páez Eberhardt. Neuquén.Tanta Ceniza editora. 2022.
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