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Una puja entre la memoria y el olvido: hay blancos, hay negros, hay matices. Situaciones que pasan a un primer plano y no han modificado para nada el destino. Detalles que sobresalen y adquieren un protagonismo en ese futuro que es hoy. Injusticias que se repiten y así conforman, con el tiempo, una sucesión de capas geológicas en la historia de un pueblo, de una nación. En un rincón del país nacen las epopeyas poco estridentes de aquellos que la historia no contempla, y sin embargo la escriben en breves o largos períodos.
La memoria y el olvido necesitan de la ficción que los exprese, y entonces las voces, las cartas fragmentadas, las notas al margen, los recuerdos escamoteados y los recuperados son los elementos de ese nuevo relato. Luisa Peluffo y La Ballesta Magnífica reeditan esta novela aparecida (y premiada) en Emecé a finales de la década de 1980 y lanza, como al descuido, los temas en discusión en estos días de ultraliberalismo: el sometimiento de los pueblos que habitaban estas tierras antes de la llegada de los blancos y sus ejércitos y la línea que une esos acontecimientos con el terrorismo de Estado durante la dictadura cívico-militar y su permanencia en estado larval hasta estos días aciagos.
Entonces, la novela que narra un amplio período del pueblo patagónico Manos Vacías, enfrenta a sus dos protagonistas-contendientes epistolares Ciriaco Larra y José María Peñafiel, amigo del padre de Larra. Las cartas que intercambian y registran la vida de los habitantes de ese pueblo inventado constituyen una segunda ficción dentro de la novela. Son retazos que se unen por los bordes, donde el relato está más condensado y se va diluyendo a medida que se aleja de esa sutura.
Quedan murmullos, ecos, recuerdos difusos, palabras y frases que no terminan de decirse, expresiones parciales como parcial es la historia que se relata. En ese punto, una esquela de Larra a Peñafiel dice que sus historias, “si bien fraudulentas, son inofensivas” y concluye afirmando que, “como la ciencia está sujeta a rectificarse y la poesía no, la verdad poética es superior a la verdad científica” (página 109). Aquí habla también la autora, que ha inventado ese pueblo en la Patagonia, un pueblo que es también Casabindo, Comala, Macondo, donde lo real, la memoria y el lenguaje disputan su participación en la construcción de la verdad. Peluffo se incluye, con esta novela, en la narrativa argentina situada en provincias, que sortea los escenarios urbanos. Desde allí, cuenta un siglo de la vida política de la Argentina, desde la expedición de las tropas de Roca a la Patagonia hasta la década de 1970 con la dictadura militar, porque la idea es “contar infinitamente la historia” (página 127) y que nada quede obturado por el óxido del olvido.
Acaso la poética que guía a Peluffo esté en esta cita: “... muchas veces, en una obra literaria, la forma misma de encarar el tema se constituye en su contenido. Por ejemplo El Quijote, en que Cervantes fabula haber encontrado el manuscrito en el mercado de Toledo, y donde los protagonistas son asimismo lectores y críticos de esa novela que narra sus andanzas” (página 121). Por tanto, Peñafiel y Larra se convierten en autores y críticos de aquello que narran. Ven el relato dentro del relato como en una sucesión de espejos y así la novela conduce al lector con el lenguaje como vehículo inadvertido.
Aclaración: las citas pertenecen a la edición de 1989 de Emecé, cuando se publicó esta novela ganadora del premio instituido por esa editorial. Por lo tanto, no contiene el prólogo de Luciana Mellado.
Luisa Peluffo: Todo eso oyes. Prólogo: Luciana Mellado. Bs.As., La Ballesta Magnífica 2024. 192 págs.
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