Género
26/10/2019

Cosifiquemos las dos vidas

Cosifiquemos las dos vidas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
(Imagen publicada por Católicas por el Derecho a Decidir de Bolivia).

Pocos discursos como el de salvataje de la vida concentran tanta dosis de odio hacia las mujeres como de incitación a abusarlas. Las mujeres, en tanto humanas con cuerpos gestantes, no solo reproducimos la vida sino que tenemos la capacidad ética de decidir sobre ella sin tutela de obispos, médicos o jueces.

Andrea Diez

Ocurrió en febrero de este año. Dice todo el mundo que el secretario de Salud de Tucumán, Gustavo Vigliocco, visitaba a la niña embarazada como consecuencia de una violación que pedía a gritos la ayuda médica de un aborto diciéndole: “¿Estás segura que querés matar a tu bebe?”. No fue solo él. Lo mismo había hecho antes el médico cipoleño Leandro Rodríguez Lastra con otra víctima: interrumpió el proceso abortivo en curso aunque le correspondía por ley y la obligó a continuar con el embarazo hasta parir. Hace un año fue condenado judicialmente por el hecho.

En rigor, Argentina está llena de equipos médicos que torturan a las mujeres y a las niñas que no quieren ser madres, negándoles asistencia y cuidado, con la complicidad directa de funcionarios de estado. 

En una ocasión, en Radio Con Vos, los periodistas Sietecase y Tenembaum le preguntaban por qué al secretario (antes ministro) de Salud, Adolfo Rubinstein. ¿Por qué todo el hospital le hizo esto a una niña de 11 años violada y embarazada? 

“No lo sé”, atinó a responder el funcionario, temeroso de decir lo que todas sabemos. Que no es crueldad irracional. Mucho menos compasión peligrosa. Que lo que sucedió en los casos mencionados y por si acaso sigue sucediendo, es lisa y llanamente un grupo de personas abusando de otra, diminuta pero al mismo tiempo gigante en su decisión y su entereza.

¿Qué extasiante superioridad debe sentirse al manipular el cuerpo de una mujer o una niña, imponiéndole su voluntad -voluntad que jamás aplicarían en su propia vida- quitándole así toda su humanidad? ¿Existe acaso algún acto de mayor grandilocuencia que forzarla a preservar lo que rechaza? 

Dicen que su objetivo era “salvar las dos vidas”. De las trece acepciones que la Real Academia Española acepta del verbo “salvar”, esta es la más elocuente: “Vencer un obstáculo pasando por encima o a través de él”. No hace falta aclarar, en esta definición, cual es el obstáculo al que hay que pasarle por encima para que la salvación sea consumada. “Tenemos que ser siempre custodios de la vida”, decía el obispo de Tucumán a sus fieles, después de dar el nombre y apellido de la menor, para que toda la sociedad tucumana supiera quién era el salvador, quién la vencida. Custodiar, vencer, salvar: son todos verbos que más allá del propio misticismo que encierran, aluden a una belicosidad latente. Son, una vez más, verbos exactos, porque no se pueden ejecutar actos de salvataje de la vida sin violentar a las mujeres.

Cuando rompió en llanto en una entrevista radial por lo ocurrido a la niña de 11 años en Tucumán el pasado verano, la médica de esa provincia Cecilia Ousset, dijo: “Disculpen si me pongo así, es que cuando la vi me recordó a mi hija”. Lo que la médica vio, sentadita al borde de la cama, con alguna muñeca, vulnerabilizada por pobreza económica y con una familia desmembrada, fue a una niña a la que nadie quería ayudar. Hasta ese momento, nadie había visto a un ser humano. Ni el abuelo que la violó, ni los médicos y funcionarios de Salud que continuaron violándola. 

Pero la acción de salvar vidas tampoco termina con la negación de la humanidad de las mujeres. La imagen de ese feto entubado, arrojado en una incubadora por la prepotencia de un equipo médico, habla por sí solo de un acto de consecuencias inhumanas porque toda acción de salvataje de la vida despoja a la vida misma de toda dignidad. Y sin dignidad, la vida se deshumaniza. 

Reconozcámoslo: las religiones occidentales han hecho escuela de su capacidad de acumular poder desde la dicotomía discursiva de oponer vida versus muerte. Vida es esa cosa cuyos límites ellos definen y ellos defienden. Y como todo objeto, sirve para ser usado por su dueño. Para su propio beneficio.

Amalia Granata, la modelo devenida en periodista y además diputada provincial electa de la provincia de Santa Fe, es tal vez el mejor ejemplo de cuán redituable es erigirse en defensora de esa cosa llamada vida. Convocada por todos los programas periodísticos de audiencia como contravoz de las feministas, bella y sexuada, asegura a sus detractores que sí, que abrió las piernas, pero “con responsabilidad” para no quedar embarazada - a diferencia de aquellas irresponsables, como las sobrevivientes de violencia sexual, incluso la niña tucumana.-

El año pasado publicó un video en apoyo al médico Rodríguez Lastra, cuando iba a ser sometido al juicio oral donde finalmente sería condenado porque no solo se negó a realizar un aborto que legalmente le correspondía a una sobreviviente de un ataque sexual, sino que detuvo el proceso de expulsión que ella había iniciado obligándola a parir meses más tarde. “Rodríguez Lastra ha sido injustamente acusado por haber salvado una vida”, dijo la supuesta defensora de las dos vidas sin corregir el furcio. Lo suyo era lapidario, porque la sobreviviente de los dos abusos había intentado suicidarse luego de que la obligaron a convertirse en madre. 

¿Violentan a las mujeres para salvar la vida? ¿O salvan la vida para violentar a las mujeres? A esta altura, es difícil decir si alguna de las dos opciones se diferencia.

Cuidar la vida

Desde siempre (y no es esencialismo) las mujeres hemos reproducido, transformado y cuidado la vida. Pero al hacerlo no nos apropiamos de ella. Sea durante el embarazo y el maternaje, con la alimentación y la agricultura, con el amamantamiento y la atención de la ancianidad, cuidamos la vida, siempre, para dejarla ir: hacia su plenitud o hacia su extinción, está claro que no queremos que sean objetos de nuestra propiedad. 

Todas las sociedades han prácticamente domesticado a las mujeres para que se ocupen del cuidado de los otros. Pero si ese cuidado nos incluye, cuando empezamos a autocuidarnos y a decidir en función de lo que es mejor para nosotras mismas, la ferocidad de las instituciones puede ser inaudita. “Sáquenme esto que el Viejo me dejó adentro”, dijo con claridad absoluta la niña tucumana, emergiendo con la dignidad de la sobreviviente, íntegra en el barro que los adultos la metieron, diciendo: mi vida es valiosa, mi vida merece ayuda, mi vida pide ser cuidada. Elegir, decidir, plantarse, tener autonomía, fue transformado en el discurso de salvataje de la vida en sinónimo de muerte. Han pasado siglos pero la eficacia de este discurso duró hasta que las mujeres se organizaron y salieron del ghetto, gracias al feminismo. 

En la cultura del cuidado de la vida, el aborto es un recurso vital. No solo porque muchas mujeres deciden interrumpir sus embarazos en resguardo de las vidas a su cargo, incluida la suya propia, sino porque en tanto humanas con cuerpos gestantes no solo reproducimos la vida sino que tenemos la capacidad ética de decidir sobre ella sin tutela de obispos, médicos o jueces. 

Las facultades de Medicina producen en serie médicos y médicas embebidos en el salvataje de la vida como misión unívoca incluso por fuera de toda dignidad. Más aún, la voluntad de las mujeres en particular pero de todos los pacientes en general carece (increíblemente) de importancia alguna frente a la decisión médica, donde (también increíblemente) no hay relación médico-paciente sino del médico consigo mismo. “La paciente manifestaba que quería interrumpir el embarazo, pero no es tan sencillo como decir ’voy al hospital porque quiero abortar’", declaró el médico cipoleño, sin poder salir de su perplejidad, cuando el juez lo procesó. Le faltó decir: en esa guardia la única persona que existía era yo, el resto era carne a disposición.  

Legalizar el aborto y abrazar la cultura del cuidado de la vida nos devuelve la humanidad y la autoría ética de la que nos despojaron, el derecho al autocuidado y al cuidado de las otras. Es esto lo que quieren evitar. 

Y en esto, literalmente, se nos va la vida. 

29/07/2016

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